Entrevista

Eva (Eva y Adán): "Hay cosas que se cuentan mejor bajito, casi en un susurro"

Cultura - J.T.G. - Domingo, 23 de Marzo de 2025
El año pasado debutaron con el ‘Episodio 1’ y ahora estrenan ‘Planes para mañana’, un delicado trabajo susurrado al oído. Entrevista con Eva Rodríguez Cervilla. Para disfrutar de la música y de la conversación.
Eva y Adán en su reciente paso por Marcapasos para presentar su trabajo.
J.T.G.
Eva y Adán en su reciente paso por Marcapasos para presentar su trabajo.

Eva es Eva Rodríguez Cervilla (apellidos célebres en el pop granadino), que se ha decidido a debutar en la música en el tiempo libre que le dejan sus obligaciones togadas. Ella es la autora de un repertorio puesto en pie por un elenco de ‘stars’ amigas como José A. Rodríguez (violín), Mario Rodríguez (bajo), José María Chico (tc), Ana Cañabate (batería) y Pablo G como invitado. ¿Y Adán? En un principio fue Ángel Felipe, y ahora es nada menos que Víctor Sánchez. El año pasado debutaron con el ‘Episodio 1’ y ahora estrenan ‘Planes para mañana’, un delicado trabajo susurrado al oído. 

─  ¿Por qué ha tardado tanto en dar salida a sus canciones?

Las canciones no llegan porque las llames, sino porque, sin darte cuenta, ya estaban ahí, esperando su momento

─ Porque todo tiene su propio tempo, y el mío nunca ha sido el de un hit inmediato. Hay quien cree que las cosas suceden cuando las buscas, pero en mi experiencia es justo al revés: cuanto más te empeñas en algo, más parece esquivarte, y lo que intentas evitar, tarde o temprano, acaba encontrándote. Las canciones no llegan porque las llames, sino porque, sin darte cuenta, ya estaban ahí, esperando su momento. El universo parece un caos, pero incluso el caos tiene su forma de poner las cosas en su sitio, aunque tarde en hacerlo. Un día, simplemente, estaban. Como si hubieran estado siempre en algún rincón, solo que yo no las había visto. Porque al final, las cosas no son como uno quiere que sean, sino como tienen que ser. Y bueno, también porque me distraigo con facilidad y la vida tiene una habilidad especial para convertir los puntos seguidos en puntos suspensivos.

─  ¡¡¡¡Que los juzgados están llenos de cancionistas y músicos!!!!

─ Sí, y de público entregado… aunque no siempre aplaudan. También hay monólogos interminables, más drama que en una ópera de Wagner y, de vez en cuando, un bis en forma de recurso. No sé si el derecho y la música comparten un gen oculto o si simplemente hay demasiados abogados buscando acordes entre jurisprudencia, pero ahí estamos, entre alegatos y estribillos. Supongo que, en el fondo, tiene sentido: la música es vocacional, y el arte de buscarse la vida también.

─ ¿Siempre pensó en un dúo?

Creo que la música no está para seguir reglas, sino para descubrir cómo suenan cuando se rompen

─ Sí, siempre me ha atraído la combinación de dos voces, como dos líneas que se cruzan sin perderse, como un diálogo que a veces se contesta y otras se interrumpe. Desde que vi ‘Once’, la película de Glen Hansard y Markéta Irglová, algo en mí se quedó enganchado a la idea de la mezcla entre una voz masculina y una femenina, a esa forma de cantar que parece una conversación sin necesidad de palabras. En nuestro caso, hay un pequeño desequilibrio que le da equilibrio a todo: la voz que debería elevarse se asienta, y la que debería sostenerse se desliza. Es como si alguien hubiera jugado a cambiar los papeles sin avisarnos, y en ese desajuste encontramos algo que funciona a su manera. Porque yo creo que la música no está para seguir reglas, sino para descubrir cómo suenan cuando se rompen.

─ Aunque ampliable…

─ Todo es ampliable hasta que empiezas a tropezarte con los cables. Un dúo puede ser un trío, una banda, una orquesta o un caos bien organizado, pero lo importante no es cuántos seamos, sino que la suma tenga sentido. Aunque, si lo dices por mi paciencia, ahí ya depende del día: hay veces en las que todo encaja como un pedal con cien efectos bien calibrados, y otras en las que prefiero la simplicidad de desenchufarlo todo y que suene lo que tenga que sonar. Menos mal que está Víctor, que sabe manejar los botoncitos sin que la nave despegue sola.

─ Y con vocación acústica e intimista…

─ Sí, porque hay cosas que se cuentan mejor bajito, casi en un susurro. La música acústica tiene esa cualidad de confidencia, de palabra dicha al oído en un espacio donde todo lo demás desaparece. También porque cargar con amplificadores y mesas de sonido acaba con la magia de cualquier historia.

─ Me llama la atención como letrista, huye del relato directo, utilizando frases fuerza, flashes sucesivos, que luego cobran sentido al final como un puzzle…

─ Así funciona mi cabeza: una especie de archivo en desorden donde las imágenes se mezclan, las ideas se apilan y las palabras juegan a esconderse hasta que, de repente, algo encaja. Escribo como quien sigue pistas de algo que aún no sabe qué es. A veces es un puzzle con una pieza que no encaja, otras veces es como encontrar la última frase de un libro antes de haber leído el resto. Pero cuando las piezas se colocan, el cuadro aparece. Un cuadro que, probablemente, está torcido, pero que, por alguna razón, tiene sentido.

─ Adán se llama Víctor, ¿es su media manzana?

Lo nuestro no es de árbol genealógico ni de cuento bíblico, sino de cables enredados, acordes discutidos y días alargando conversaciones en las que siempre falta un sol y sombra y alguna copa de ron para decidir si el estribillo entra medio compás antes o después

─ Víctor es mi compañero musical, que ya es bastante compromiso como para ponerle más etiquetas. Lo de la media manzana es relativo: a veces parece una fruta madura, lista para compartir, y otras, más bien una semilla que cayó en algún sitio y nadie recuerda exactamente dónde. Lo que está claro es que lo nuestro no es de árbol genealógico ni de cuento bíblico, sino de cables enredados, acordes discutidos y días alargando conversaciones en las que siempre falta un sol y sombra y alguna copa de ron para decidir si el estribillo entra medio compás antes o después. Supongo que cada cual tiene su propio idioma, y este es el nuestro. Si esto no es una relación seria, que alguien me lo explique, porque yo no tengo más definiciones.

─ Por cierto, que en el primer concierto las repartieron… ¡todo un detalle histórico!

─ Sí, había que rendir homenaje al símbolo. Sin culpabilidad, sin paraísos perdidos y sin serpientes susurrando ofertas tentadoras. Solo manzanas, música y el pequeño placer de hacer historia a nuestra manera.

─ Víctor se encarga de arreglos, voces y grabación… ¡exquisito su buen hacer!

─ Sí, tiene buen oído, buen criterio y, lo más importante, paciencia. La música es un equilibrio delicado entre la idea y la ejecución, entre lo que imaginas y lo que realmente suena. Y él tiene la habilidad de convertir ideas sueltas en algo que respira por sí solo.

─ ¿Es suyo el acercamiento fronterizo en ‘Planes para mañana’?

Al final, algunas fronteras se cruzan con pasaporte y otras con una melodía

─ Si por acercamiento fronterizo hablamos de ese sonido que evoca paisajes abiertos, caminos polvorientos y horizontes que se pierden en la distancia, entonces la respuesta está en la música misma. ‘Planes para mañana’ bebe de ese espíritu, de vientos que arrastran polvo y nostalgia, de acústicas que suenan a carretera interminable. Hay algo de Calexico en esa forma de vestir las canciones, en esa mezcla de texturas que parece moverse entre territorios sin quedarse en ninguno. Me gusta jugar con los límites sin definirlos del todo, dejar espacio para que cada uno encuentre su propia geografía en la canción. Al final, algunas fronteras se cruzan con pasaporte y otras con una melodía.

─ Y grabado a banda completa ¡qué lujo!

─ Un lujo, un reto y un experimento de física cuántica: partículas en movimiento que intentan coincidir en el mismo punto del espacio-tiempo sin que se desintegre el universo… o la canción. Porque una cosa es tocar juntos y otra muy distinta es que suene como si siempre hubiera estado destinado a ser así. Es el equilibrio delicado entre la magia y la logística, entre la emoción de que todo fluya y la realidad de que, a veces, solo coincidir en un ensayo ya es un pequeño milagro. Pero cuando pasa -cuando las notas se alinean, cuando la banda respira al mismo ritmo y la canción de repente deja de ser una suma de partes para convertirse en algo con vida propia- es cuando entiendes por qué merecía la pena todo el esfuerzo previo. Es como intentar encajar un puzle sin ver la imagen de la caja y descubrir que, al final, no solo encaja, sino que incluso tiene sentido.