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'Algunos discos que se te han podido pasar este otoño'

Blog - Un blog para melómanos - Jesús Martínez Sevilla - Viernes, 17 de Diciembre de 2021
A la izquierda, Remi Wolf; a la derecha, VVV [trippin' you].
IndeGranada
A la izquierda, Remi Wolf; a la derecha, VVV [trippin' you].
Seguimos con el repaso de final de año, esta vez hablando de algunos discos salidos en los últimos tres meses sobre los que no he podido hacer una crítica completa. Como siempre, hay un poco de todo: pop colorido, post punk oscuro, electrónica innovadora y country rock tradicional. Empezaré por los EPs y después pasaré a los proyectos más largos. Espero que os llevéis alguna recomendación que os guste y que me perdonéis por las críticas más negativas.

En mi opinión, una de las artistas de música electrónica más interesantes de los últimos años es Jlin. La de Gary, Indiana, tiene dos LPs muy reconocidos a su nombre, entre ellos el monumental Black Origami (2017), donde iba más allá de sus raíces en el footwork para encontrar un sonido absolutamente inimitable, marcial y caótico, ritmos desenfrenados y mutantes en colisión constante. Desde entonces Jlin había hecho varios trabajos colaborativos, pero con el EP Embryo vuelve oficialmente a lanzar música propia, y menudo retorno por todo lo alto. Tras la abstracción total de Black Origami, Jlin recupera aquí el componente bailable, pero siempre de esa forma esquiva tan suya. Cada una de estas cuatro canciones expande su sonido en direcciones distintas. La más potente seguramente sea “Embryo”, que consigue unir a Aphex Twin con el techno de una forma asbolutamente original y sui generis. “Auto Pilot” es aún más bailable, con esos sintes llenos de delay que te dejan aturullado de forma deliciosa. “Connect the Dots” sigue esa senda, pero evoluciona de forma más impredecible, con pasajes de unos pocos segundos que dejan boquiabierto antes de desaparecer. “Rabbit Hole” cierra el proyecto con menos velocidad y más disonancia, definida por unos sintes que recuerdan a señales de ordenador retrofuturistas. Podríamos ponernos avariciosos y pedirle más material, después de tantos años, pero qué demonios, seguramente estemos ante el EP del año: a disfrutarlo.

Hablamos el año pasado del tremendo potencial de Tierra Whack, así como de sus reticencias a componer en formato largo. Así que no es sorprendente que de repente haya sacado dos EPs de tres canciones y ocho minutos cada uno, titulados Rap? y Pop? Lo que sí se siente es una cierta decepción, porque la calidad no es tan alta como cabía esperar. Empezando por Rap?, el sonido colorido que había sido hasta ahora su marca de identidad desaparece aquí en favor de un minimalismo vagamente alternativo que no está mal, pero no deja demasiada huella. Las buenas rimas no terminan de compensar por esta falta de dinamismo en el apartado musical, que se contagia también a los flows, menos variados de lo que nos tenía acostumbrados, sobre todo en la repetitiva “Millions”. Pop? tiene bastante más interés, aunque esté lejos de ser el puñetazo en la mesa que esperábamos. En él Whack juguetea con otros sonidos, pero tiene el mismo problema: lo repetitivas y faltas de variación que son las bases. “Lazy” promete con su potente riff de guitarra eléctrica, ¡pero entonces se pasa toda la canción repitiéndolo sin parar! Y la base folkie de “Dolly” es algo más rica, pero igualmente le falta algún cambio en su recorrido. La mejor canción de ambos proyectos es “Body of Water”, la única que evoca la energía de su música anterior, con un estupendo estribillo en el que dominan los sintes. Veremos hacia dónde va Whack a partir de aquí, porque no queda muy claro qué camino quiere seguir.

El disco, siento decir, no consigue escapar de la sensación de agotamiento de la propuesta. Las únicas canciones comparables a lo mejor de su discografía son... ¡las dos últimas! “Finisterre” es una sencilla balada romántica con un gran estribilllo y “Al Final de la Escapada” consigue incorporar esos puntos folk de forma creíble en una canción de optimismo contagioso

Hace ya más de una década del momento en que Vetusta Morla lideraron una revolución en la industria musical española. Junto a grupos como Love of Lesbian o Lori Meyers, pero siempre por delante en cuanto a público y ambición, los de Tres Cantos hicieron del indie el nuevo mainstream y del festival el nuevo formato estándar para disfrutar de la música en directo, todo ello desde la autoedición. A estas alturas, hablar de Vetusta Morla es como hablar de Amaral (para cada persona esto significará algo distinto). Cable a tierra es su sexto álbum, siendo el quinto MSDL, la regrabación que hicieron el año pasado del cuarto, Mismo sitio, distinto lugar... Así que para evitar seguir repitiéndose, el grupo ha decidido explorar aquí las músicas folklóricas españolas y latinoamericanas. En fin, lo que está haciendo todo el mundo desde hace unos años (aunque es cierto que ellos ya habían asomado la patita hace años con “Maldita dulzura”). El disco, siento decir, no consigue escapar de la sensación de agotamiento de la propuesta. Las únicas canciones comparables a lo mejor de su discografía son... ¡las dos últimas! “Finisterre” es una sencilla balada romántica con un gran estribilllo y “Al Final de la Escapada” consigue incorporar esos puntos folk de forma creíble en una canción de optimismo contagioso. Pero por lo demás, la producción de 24 quilates se desperdicia en canciones bastante malas como “No seré yo” o “El Imperio del Sol”. Ni todo el poder del estudio puede evitar que bostecemos. El grupo más coreado de España parece incapaz de hacer un estribillo coherente: en general desinflan la canción más que darle fuerza. Otras veces el problema es justamente la producción, como en “La Virgen de la Humanidad”: una demostración de que todos los recursos del mundo no valen de nada si no se emplean juiciosamente. Y las letras ya cansan: se han ido deshaciendo de esa abstracción impenetrable y ahora son sonrojantemente obvias (“La diana”, “Palabra es lo único que tengo”). Bueno, por qué alargarlo: Vetusta Morla siguen en su cénit comercial, pero este es sin duda su nadir creativo.

Y quizás lo mejor que tiene el proyecto sea esa detallada y cariñosa exploración de un lugar concreto, de un terruño. Imágenes como las de la criminal construcción del Valle de los Caídos, la excursión de 1883 de Francisco Giner de los Ríos y Manuel Bartolomé Cossío hablando sobre la Institución Libre de Enseñanza...

Otro planteamiento totalmente distinto, pese a que hace el mismo tránsito del indie al folklore, es el de Ruiz Bartolomé. El madrileño Nacho Ruiz, hasta ahora conocido como Nine Stories, ha cambiado su nombre artístico para editar su nuevo álbum. Cancionero del Guadarrama es literalmente lo que indica el título: una colección de canciones sobre la sierra madrileña, que explora su historia y su presente, sus paisajes y sus leyendas. Y quizás lo mejor que tiene el proyecto sea esa detallada y cariñosa exploración de un lugar concreto, de un terruño. Imágenes como las de la criminal construcción del Valle de los Caídos, la excursión de 1883 de Francisco Giner de los Ríos y Manuel Bartolomé Cossío hablando sobre la Institución Libre de Enseñanza o la dramática Batalla del Guadarrama en “Alto del León” pueblan la Sierra de figuras e historias que la hacen cobrar una vida especial en el contexto del álbum. Y en general, la unión de instrumentación tradicional con sonidos electrónicos y rockeros cuaja bien, es creíble. Ahora bien, faltan quizás ganchos que hagan más indelebles las canciones, y tal vez también un poco de carisma en la voz de Nacho Ruiz. No se trata, por tanto, del nuevo Manual de Cortejo, de un Rodrigo Cuevas madrileño; pero puestos a escuchar algo en esa línea, Cancionero del Guadarrama sin duda tiene más interés que Cable a tierra.

La unión de dos de los mejores cantautores de la escena alternativa española, Maria Rodés y La Estrella de David, ciertamente es motivo de celebración

La unión de dos de los mejores cantautores de la escena alternativa española, Maria Rodés y La Estrella de David, ciertamente es motivo de celebración. El LP producto de la colaboración, Contigo, es una colección de bonitas canciones románticas arregladas en plan country rock clásico. Algunas son auténticas preciosidades: la inicial “Hacer el Amor” retrata conmovedoramente el anhelo de un amor a la antigua usanza, y “La última vez” es melódicamente perfecta. Obviamente, tienen más interés los duetos, por la novedad; aunque finalmente tiene más protagonismo la estupenda voz de Maria, lo cual tampoco está mal, porque nunca he sido muy fan de la voz de David Rodríguez. Por otro lado, las letras empedernidamente románticas a veces causan empalago: “Un mundo ideal”, por ejemplo, se pasa de pastelosa (y la referencia a la canción de Aladín, la película Disney, desconcierta un poco). Pero en conjunto, es una escucha muy agradable, y una adición curiosa y bastante chula a las respectivas discografías. Veremos el recorrido que tiene finalmente esta pareja: la última canción es “Nos vamos a divorciar”, quién sabe si eso va con segundas.

De los cuatro amigos que se aliaron para asaltar el trono del pop español hace un lustro, Rosalía, C. Tangana, El Guincho y Alizzz, solo faltaba este último por lanzar un LP bajo su propio nombre

De los cuatro amigos que se aliaron para asaltar el trono del pop español hace un lustro, Rosalía, C. Tangana, El Guincho y Alizzz, solo faltaba este último por lanzar un LP bajo su propio nombre. Cristian Quirante empezó haciendo electrónica pura, su trabajo con Tangana ha pasado por múltiples estilos, especialmente latinos, pero en Tiene que haber algo más, su debut en largo, mira más hacia los diversos cauces del pop británico. En general, sale bastante bien parado del lance: el instinto para componer hits que demostró en su trabajo con Pucho no ha desaparecido, como demuestran “Ya no siento nada”, “Amanecer”, con Rigoberta Bandini, y sobre todo “El encuentro”, con Amaia, una de las grandes canciones del pop español reciente. Pero tampoco suena mal en otros registros menos de radiofórmula, como con la más atmosférica “Todo me sabe a poco”, o la proteica “Salir”. Pese a todo, la presencia de tantas colaboraciones (la mitad de los temas) llega a distraer un poco y resta un poco de credibilidad al proyecto como “en solitario”. En particular porque las colaboraciones de Tangana, Little Jesus o J de Los Planetas no aportan gran cosa, están entre las peores canciones del disco. Además, el rollo canallita de las letras es demasiado similar al de Pucho, y con letras algo peores. En resumen: un proyecto divertido, sin más pretensiones, de uno de nuestros mejores productores, para rematar un gran año en el que ha arrasado en los Grammys Latinos.

Menudo pepinazo se han sacado estos tres de la manga, de lo mejor de la música española de este año

El año pasado me gustó mucho el debut en largo de los madrileños Somos la Herencia con Dolo. Su oscura combinación de post punk y electrónica, con letras sobre la alienación urbana, era atractiva y sorprendente. Resulta que no estaban solos: forman parte de una escena, en la que también está el trío VVV [trippin' you], que acaba de sacar disco. Turboviolencia, que es como se llama, son 31 minutos de euforia espídica y tristeza narcotizada. Sus canciones unen cajas de ritmos frenéticas con sintes agudos y escalofriantes y, en algunos casos, bajos y guitarras post punk con gran efectividad. La energía desenfrenada de la música resulta irresistible, y más cuando se une a unos estribillos icónicos e infinitamente coreables. Hay letras que dan ganas de cantar desgañitándose y hasta de tatuarse: “amar por siempre y odiar frontal”, “esta noche va a ser la revolución”, “no estoy dispuesto a morir por nada/si tú no estás entre las que se salvan”, “quiero echar algo de menos, preferiblemente tuyo”, y quizás la más graciosa, “si no eres guapo, estás jodido:/todos los días de tu vida tienes que justificar tu existencia”. La droga, el amor y el desamor, la muerte, la desesperanza, permean el mundo del disco, y acechan tanto en los momentos más agitados (hay varios breakbeats que rompen con una furia impresionante) como en los más melancólicos. Pegas: “Monstruo” está bien, pero se queda a medio camino entre ser un interludio y una canción completa; la voz de Eli suena demasiado distante al principio de “Amianto”. Poco más, la verdad. Menudo pepinazo se han sacado estos tres de la manga, de lo mejor de la música española de este año.

Dos discos van ya y sigo sin entender el hype con Snail Mail. Este Valentine tiene algunas canciones con buenos ganchos: la canción titular, cuyo estribillo es todo fuerza, o “Madonna”, que destaca más por ese fraseo sincopado. Pero no veo muchas razones para enamorarme del álbum como veo que mucha gente se ha enamorado. La voz de Lindsey Jordan no me convence, ni sus letras, supuestamente profundas y maduras para su edad, me parecen particularmente interesantes. Y la producción tampoco es un punto fuerte: ciertamente es más variada aquí que en su debut, pero en último término es poco imaginativa y detallosa, cuando no hortera (el pseudo disco chicloso de “Forever Sailing”, las cuerdas edulcoradas de “Mia”) o molesta (qué horror el estribillo de “Automate”). Pero lo más grave es que por cada canción memorable hay dos mediocres. Es verdad que “c. et al.” es muy bonita, pero ¿cuál se supone que es la gracia de “Headlock”? ¿Y qué tiene de especial el folk romo de “Light Blue”? Y así todo. Visto lo visto, no sé si le daré una tercera oportunidad.

Es una pena lo rápido que se ha apagado su estrella, porque Barnett tiene carisma. A ver si recupera la chispa

Cuando saltó a la fama con Sometimes I Sit and Think, and Sometimes I Just Sit (2015), la australiana Courtney Barnett nos conquistó a muchos con su poesía tipo stream of consciousness, que unía las observaciones más banales con otras profundamente conmovedoras. Su indie rock garajero tenía fuerza, aunque no fuera muy innovador o arriesgado. Pero Tell Me Hoy You Really Feel (2018) ya mostró que la fórmula tenía las patas cortas, sobre todo por su negativa a salir del formato medio tiempo, y este Things Take Time, Take Time no consigue sacar a Barnett del callejón sin salida en que se ha metido. Es un disco agradable, y sus letras siguen siendo interesantes, pero pocos temas captan la atención con el poder hipnótico con que “Pedestrian at Best” o “Depreston” te obligaban a que las escucharas. La sentida emoción de “Before You Gotta Go” y “Write a List of Things to Look Forward To”, con esas melodías sencillas pero efectivas, sí que atrapa. “If I Don't Hear From You Tonight” o “Sunfair Sundown”, por contra, serían el ejemplo por excelencia del problema del disco: están bien. Ya está. Al cabo de un rato no voy a seguir pensando en ellas. Intentos de explorar otras texturas, como “Here's the Thing” o “Turning Green”, no aportan resultados suficientemente emocionantes para compensar por el ritmo suporífero que acaba apoderándose del tracklist. Y tontadas como “Take It Day by Day” o “Splendour” terminan de rematar el proyecto. Es una pena lo rápido que se ha apagado su estrella, porque Barnett tiene carisma. A ver si recupera la chispa.

Se trata pues de un buen álbum con aroma a reconciliación; ya veremos hacia dónde van desde aquí

La imparable trayectoria ascendente de IDLES se vio interrumpida el año pasado con Ultra Mono, un disco en el que la banda de Bristol mostraba unas inseguridades paralizantes y una cierta confusión en cuanto a la dirección a seguir. Su nuevo LP, Crawler! está lejos de ser un triunfo del calibre de Joy as an Act of Resistance (2018), pero sí transmite la sensación de que el grupo está volviendo a encontrar el paso. Ya desde el inicio, con la intrigante y medio ambient “MTT 420 RR”, el disco nos muestra una faceta de su sonido más experimental, tirando más de elementos electrónicos, pero a la vez con una visión más clara de por dónde avanzar. A veces los intentos de construir las canciones de otra manera, confiando en la repetición, no funcionan: “The New Sensation” aburre con su espartana base sin guitarras y su estribillo machacón, y “Meds” quema su gracia antes de que el puente la medio redima. Esto hace que la parte intermedia del tracklist se haga un poco cuesta arriba. Pero otras veces esa repetición es la clave: “Progress” vuelve una y otra vez a las mismas y desoladas palabras sobre la adicción, pero la sorprendente y etérea música evoluciona a su alrededor de forma hipnótica. Y hay también cosas tan maravillosas como “The Beachland Ballroom”, nada menos que una balada soul estilo años sesenta pasada por el filtro IDLES, interpretada con pasión por Joe Talbot. Se trata pues de un buen álbum con aroma a reconciliación; ya veremos hacia dónde van desde aquí.

Los temas redondos, que realmente dan ganas de escuchar de nuevo, son minoría: “Walking at a Downtown Pace”, “Sympathy for Life”, la agridulce “Pulcinella”, precisamente las que suenan menos a este disco

Como mucha otra gente, flipé en colores con Wide Awake (2018), el anterior LP de los neoyorquinos Parquet Courts. Esperaba con ansias este Sympathy for Life, que la banda había dicho que profundizaría aún más en los aspectos más bailables del anterior, al tiempo que estaba inspirado por las protestas por la violencia policial racista tras la muerte de George Floyd, pero el resultado no me ha impresionado. Ya desde el tercer single, “Black Widow Spider”, sentí que faltaba algo, y temas como la soporífera “Just Shadows” confirmaron mis sospechas. Es verdad que hay un empeño en crear música que te obligue a moverte. El grupo da con grandes grooves, como en “Marathon of Anger” o “Plant Life” (las líneas de bajo de Sean Yeaton son sin duda lo mejor del álbum), pero lo que construyen alrededor no termina de enganchar. El punto idiosincrático que siempre han tenido se vuelve aquí un poco en su contra, y resulta difícil meterse del todo en el mundo que proponen; más cuando las letras, aunque en efecto tienen un trasfondo político, son tan eruditas y abstractas como siempre. Se siente justo esa separación entre mente y cuerpo de la que hablan en la frustrante “Application/Apparatus”: “Body reacts, I'm thinking of something elsе”. Los temas redondos, que realmente dan ganas de escuchar de nuevo, son minoría: “Walking at a Downtown Pace”, “Sympathy for Life”, la agridulce “Pulcinella”, precisamente las que suenan menos a este disco.

Para rematar este increíble año para el post punk, los neoyorquinos Geese debutaron a finales de octubre con Projector, un LP de nueve cortes y 41 minutos que muestra muchísimo potencial

Para rematar este increíble año para el post punk, los neoyorquinos Geese debutaron a finales de octubre con Projector, un LP de nueve cortes y 41 minutos que muestra muchísimo potencial. En sus peores momentos, Geese hacen canciones competentes de post punk más o menos convencional, como los singles “Low Era” y “Projector”. Pero salvo “Bottle”, a la que claramente le falta chicha, no hay temas mediocres aquí, e incluso algunos de los más normalitos tienen destellos de brillantez muy potentes. Ese pasaje de locura al final de “Fantasies/Survival” da unas ganas irrefrenables de bailar y hacer pogo, por ejemplo. Las peculiares texturas sintéticas al principio de “Exploding House” tienen un poder de evocación tremendo; me trasladan directamente a una tormenta de nieve. Y hay también canciones redondas: la tribal y oscura “Rain Dance” introduce el disco transmitiendo pura paranoia, más con esa letra escrita desde el punto de vista de una persona con Alzheimer. El post punk en evolución constante de “Disco”,  quizás el mejor tema del álbum, recuerda para bien al Marquee Moon de Television. “First World Warrior” es una balada melancólica muy convincente que funciona aún mejor al estar rodeada de tanto ruido. El cierre con “Opportunity is Knocking” es también potente, con un gran estribilllo y unos sintes de fondo que dan otro tono a la composición. En resumen: un muy buen primer álbum para Geese, que se une a la larga lista de grupos de este segundo revival del post punk que está haciendo palidecer al de inicios de los 2000.

El lema que han seguido ella y su co-productor, Jared “Solomonophonic” Solomon, parece ser “más es más”, porque las canciones están repletas de instrumentación colorida y agresivamente intensa

Qué sorpresón me he llevado con Remi Wolf. Desde los primeros instantes de “Liquor Store”, con esa explosiva guitarra eléctrica sobre una base funky y eufórica, la música de Juno nunca deja de sorprender. El lema que han seguido ella y su co-productor, Jared “Solomonophonic” Solomon, parece ser “más es más”, porque las canciones están repletas de instrumentación colorida y agresivamente intensa. Disco, soul, pop y R&B de principios de los 2000, algún toque de bossa nova o breakbeat, guitarras distorsionadas, sintes de todo tipo, percusión estrafalaria… el nivel de mezcla y locura es tal que casi parece una forma distinta de llegar a los mismos resultados que el hyperpop. Su estilo recuerda por momentos a otras artistas que se mueven en los márgenes más excéntricos de sus géneros, como Tierra Whack (la música de “Guerrilla” casi parece un single perdido de la Whack de 2019). Las letras son a veces un poco absurdas (en “Quiet on Set” o “wyd” llega a distraer un poco), pero la californiana tiene un carisma vocal innegable. Y menudos ganchos: el estribillo de “Volkiano”, el abrumador gancho de “Front Tooth”, en el que se deja los pulmones y la garganta, o el juguetón estribillo de “Buzz Me In” son super adictivos. Aunque todas las canciones sean tan intensas que son inolvidables, no todas llegan a desarrollarse del todo bien (“Buttermilk” es el caso más claro). Pero Juno es para mí, al menos en concepto, el disco de pop perfecto para 2021.

Pero al final el álbum suena desmadejado, con los distintos sonidos que Rubinos intenta unir yendo en direcciones contrarias a la vez

De verdad que tenía muchas ganas de que este nuevo álbum de Xenia Rubinos me encantase. No solo porque Black Terry Cat (2016) es un gran álbum: por lo que había podido leer, podía tratarse de ese “disco perfecto de pop clásico que sea tan gringo como latino, tan hip hop y soul como reggaetón y bolero” que Kali Uchis intentó hacer el año pasado. Pero para mí Una Rosa se queda bastante lejos de ese punto. Hay aquí grandes ideas y ambiciones: se unen, en efecto, géneros afroestadounidenses con otros latinos, y la carga política de las letras, que interpelan de varias maneras al supremacismo blanco, es tremenda. Pero demasiado a menudo se desperdician estas ideas por un intento de sonar diferente, que lleva más bien a la cacofonía y la estridencia (“Working All The Time”, “Who Shot Ya?”) o a que algunas canciones queden mutiladas, incompletas (“Darkest Hour”, “What Is This Voice?”). También hay veces que los riesgos resultan en auténticos temazos, como “Don't Put Me In Red”, o la desolada “Did My Best”, que recuerda en su uso de sonido experimental y espectral para procesar el dolor por la muerte de un amigo al último disco de Injury Reserve. Pero al final el álbum suena desmadejado, con los distintos sonidos que Rubinos intenta unir yendo en direcciones contrarias a la vez. Resulta irónico que la intro y la outro sean la misma nota de órgano repetida: eso parece ser lo único que da coherencia a un tracklist que avanza atropelladamente en lugar de fluir. En fin, que no termino de verlo en conjunto, pese a los momentos puntuales de brillantez. Habrá que seguir esperando ese disco prometido.

Estoy muy sorprendido con lo que voy a escribir: el nuevo disco de JPEGMAFIA me ha dejado frío. Desde que irrumpiera en escena con Veteran (2018), el rapero de Baltimore parecía casi incapaz de fallar. Sus trabajos más recientes eran dos proyectos cortos lanzados consecutivamente: EP!, de noviembre del año pasado, que no era mejor que la suma de sus partes, pero cuyas canciones eran espectaculares; y EP2!, del pasado febrero, donde incorporaba con éxito sonidos del R&B a sus retorcidas y enérgicas producciones. En octubre Peggy seguía su ritmo imparable y lanzaba LP!, en dos versiones: la online, más limpia y editada para evitar los problemas de copyright, por exigencias de su discográfica, y la offline, que es exactamente como él quería, samples incluidos. He escuchado la offline y la verdad es que no consigo disfrutarla del todo. La escucha resulta un poco caótica, lo cual suele ser parte del atractivo de su música, pero en este caso lo que ocurre es que no termino de entrar en el disco. Aquí hay elementos de todos los estilos que JPEGMAFIA había explorado hasta ahora, y más: hay bases glitch hop, hay bases más R&B, otras que suenan a rock experimental (“END CREDITS!”) e incluso una que suena a puro boom-bap noventero (“OG!”). Pero no siento que haya mucho orden o concierto en el tracklist: ni tan cuidado como Veteran, ni tan coherente en su sonido como All My Heroes Are Cornballs? (2019), siento que lo que cunde en LP! es la desorientación. Casi me atrevo a decir que igual la discográfica tenía razón y a esto le hacía falta un poco de tijera (¿la intro de un minuto de “DAM! DAM! DAM!” a qué viene?). Pero quién sabe, quizás solo es cuestión de acostumbrarme, porque hay aquí canciones buenísimas, como “HAZARD DUTY PAY!”, “TIRED, NERVOUS & BROKE!”, “REBOUND!” o la canción cuyo título es un emoji de fuego (cosas de Peggy). Igual con el tiempo esto me parece otra obra maestra, pero por el momento no es para mí.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Imagen de Jesús Martínez Sevilla

(Osuna, 1992) Ursaonense de nacimiento, granaíno de toda la vida. Doctor por la Universidad de Granada, estudia la salud mental desde perspectivas despatologizadoras y transformadoras. Aficionado a la música desde la adolescencia, siempre está investigando nuevos grupos y sonidos. Contacto: jesus.martinez.sevilla@gmail.com