Los reyes de la publicidad
Esta mañana me he despertado con ganas de darle a la tecla después de haber visto la noche del día cinco la cabalgata de Reyes Magos en Granada. Me acordé de cuando trabajaba en Ideal y los compañeros del área de publicidad definían un periódico como un catálogo de anuncios en los que de vez en cuando se intercalaba una noticia. Y llevaban razón. Eran los tiempos en los que la publicidad fluía de tal manera que los periódicos llegaban a tener hasta 120 páginas. Ahora parecen haber pasado por una cura de adelgazamiento, aunque a ello no solo ha contribuido la bajada de la publicidad, sino el trasvase de lectores a los diarios digitales.
La cabalgata de Reyes que vi el otro día era parecido a alguno de aquellos periódicos lleno de anuncios y en los que de vez en cuando se veía una noticia: el desfile consistió en un sinfín de coches y carrozas con eslóganes publicitarios en la que de vez en cuando aparecía un rey mago
Pues por buscar un símil, la cabalgata de Reyes que vi el otro día era parecido a alguno de aquellos periódicos lleno de anuncios y en los que de vez en cuando se veía una noticia: el desfile consistió en un sinfín de coches y carrozas con eslóganes publicitarios en la que de vez en cuando aparecía un rey mago. Por buscar comparaciones, también hubiera podido pasar por una película de Antena 3, en donde suele haber más espacio para la publicidad que para la propia película. El caso es que entre tanta hojarasca y trivialidad me las vi y me las deseé para decirle a mi nieto quienes eran Melchor, Gaspar y Baltasar. Antes predisponíamos a los niños sobre quienes eran su majestades los reyes de Oriente señalándoles las tres figuras que había en el escaparate de una joyería que había enfrente de la plaza del Carmen, pero ahora el negocio se ha convertido en una tienda de jamones y lo que hay son tres cerdos. Cosas del progreso.
Saltimbanquis, trompeteros y acróbatas se mezclaban con las carrozas publicitarias dándole a todo aquel espectáculo el aspecto de un desfile carnavalesco. Claro, todo eso hacía que el cortejo fuera rápido y casi sin opción a asimilar lo que realmente se pretende con el acto en sí. Yo me acuerdo cuando las cabalgatas eran más recogidas y auténticas, cuando había esencia y no gratuito espectáculo y cuando los reyes magos (yo hice un año de Baltasar) solo nos recreábamos en nuestra misión de saludar y tirar caramelos (cuando no pollos, como hizo Enrique Padial en el 95) al personal. Estoy seguro que de seguir así las cosas, dentro de poco veremos a los magos de Oriente exhibiendo publicidad, como los pilotos de Fórmula Uno, en sus capas y en sus coronas: ‘Burger King, el otro rey’. En fin, señores y señoras, que el Ayuntamiento tiene que repensarse cómo tiene que ser una cabalgata de reyes, si un acto ciudadano acorde con las creencias y respetando la ilusión de los niños o un escaparate en el que todo vale y en el que la publicidad campa por sus respetos. Menos mal que el día 6 nevó.