'Yo SÍ las creo'

Durante décadas, el acoso sexual ha sido uno de esos delitos que ocurrían a plena vista y, sin embargo, permanecían ocultos. En España, los avances legislativos, las políticas de igualdad y el debate público han ampliado el foco sobre el consentimiento, el abuso de poder y los entornos laborales y educativos, pero no han podido minar suficientemente los cimientos del patriarcado en que se asientan las conductas que lo originan. El acoso y la violencia hacia las mujeres es el resultado de un machismo estructural y sistémico, presente aún en muchos ámbitos de nuestra sociedad. Las organizaciones políticas, por desgracia, no están exentas de estos comportamientos.
Las denuncias y testimonios por acoso sexual que estamos conociendo, que atraviesan todo el arco parlamentario, y a diferentes estratos sociales, han activado un reflejo casi automático en nuestra política: contener el daño, ganar tiempo y desplazar el foco
En esta tesitura, en las últimas semanas, España ha vuelto a mirarse en un espejo incómodo. Las denuncias y testimonios por acoso sexual que estamos conociendo, que atraviesan todo el arco parlamentario, y a diferentes estratos sociales, han activado un reflejo casi automático en nuestra política: contener el daño, ganar tiempo y desplazar el foco. No es una reacción nueva ni exclusiva ante esta coyuntura, pero sí especialmente reveladora de la complejidad y profundidad del problema que hay que abordar.
Yo, SÍ las creo, significa comprender que este silencio histórico no es ni fue casual, sino inducido por un sistema que penaliza a quien habla y que ha pretendido, y pretende, desplazar este asunto al ámbito privado como hace con otras manifestaciones de la misma causa estructural. La presunción de inocencia no debe invalidarse, (da risa escuchar a algunos alegarla después de ver cómo se ha pisoteado este principio jurídico en el caso del fiscal general del Estado), pero hay que huir del descrédito automático de las víctimas que ha sido, durante demasiado tiempo, una práctica social.
Yo, SÍ las creo, es poner en evidencia la diferencia entre la igualdad formal y la real, la brecha entre el discurso y la práctica, la (enorme) distancia que nos queda todavía por recorrer a pesar del gran trayecto realizado, lo que indica el gran hueco entre el punto de partida y el destino que anhelamos. Es curioso que estos episodios estén ocurriendo o aflorando cuando desde muchos sectores de la sociedad se intenta desprestigiar el feminismo que llaman ‘radical’, considerándolo demodé, cuando y algunos siguen negando directamente la violencia hacia las mujeres.
En la actualidad está emergiendo un pensamiento que de manera más sutil o subterránea cuestiona las políticas de igualdad recuperando en las conversaciones de bar o incluso en las mesas familiares aquello de “es que van provocando” o soltando “ya sé yo cómo ha ascendido esa”; pero lo más grave es que están encontrado eco y calor en medios y redes sociales y respaldo en determinadas capas sociales de hombres que se sienten ‘perjudicados’ por el ascenso social de la mujer y que igual que culpan al extranjero de sus problemas económicos, señalan en la diana al sexo femenino como causa de sus dificultades y su infelicidad.
A nadie debe escapársele la contribución de las fuerzas políticas más conservadoras a la siembra de estas semillas misóginas y el riego a diario de este estado de opinión. Ello nos obliga al conjunto de la sociedad a dar una respuesta contundente a este neo-machismo y a aplicar, en este nuevo escenario, las ‘lecciones aprendidas’ en la lucha por la igualdad, haciendo un gran esfuerzo pedagógico y siendo ejemplares en las organizaciones políticas progresistas.
La primera lección que quiero señalar es que la existencia de protocolos no garantiza su aplicación efectiva; la retórica feminista o institucional no inmuniza frente a la tentación de minimizar, dilatar o desacreditar cuando el denunciado pertenece al propio espacio político
La primera lección que quiero señalar es que la existencia de protocolos no garantiza su aplicación efectiva; la retórica feminista o institucional no inmuniza frente a la tentación de minimizar, dilatar o desacreditar cuando el denunciado pertenece al propio espacio político. Los casos mediáticos han reactivado de nuevo las mismas dudas y sospechas sobre las denunciantes que ya conocíamos: ¿por qué ahora?, ¿por qué no antes?, ¿por qué no denunció entonces?, ¿por qué siguió trabajando allí? Rara vez estas preguntas se formulan a quienes ostentan poder. Yo, SÍ las creo, responde a ese patrón con una inversión necesaria: la duda razonable no puede convertirse en una duda selectiva.
Porque estas revelaciones, no han ocurrido antes por falta de víctimas, sino por exceso de miedo, vergüenza y descrédito. Frente a esta realidad, el lema Yo, SÍ las creo, no es un acto de fe ciega ni una consigna ideológica: es una toma de posición ética y política ante una desigualdad estructural que ha silenciado sistemáticamente a las mujeres. En España, este posicionamiento ha avanzado en paralelo, aunque con tiempos y resistencias propias, a lo que supuso el movimiento Me Too en USA y en un contexto socio-político que hace más difícil afrontarlo con el necesario amplio pacto social.
En Estados Unidos, el Me Too obligó a partidos, empresas y organizaciones a asumir que la neutralidad es una forma de complicidad
En Estados Unidos, el Me Too obligó a partidos, empresas y organizaciones a asumir que la neutralidad es una forma de complicidad. En España, los casos recientes ofrecen una prueba de estrés similar: o se investiga con independencia y transparencia, o se confirma la percepción de que el poder se protege a sí mismo, sea cual sea su color político. Allí donde hay jerarquías rígidas, dependencia económica o reputacional, y culturas organizativas opacas, el acoso encuentra terreno fértil.
Defender hoy, aquí y ahora, Yo, SÍ las creo, como están haciendo muchas mujeres en el interior del PSOE, en el conjunto del feminismo, (y debieran hacer también muchos hombres socialistas), no es una consigna cómoda ni una pose moral. Es una posición difícil porque obliga a señalar responsabilidades políticas concretas. Obliga a decir que, cuando surgen denuncias que afectan a cargos, asesores o entornos de poder, no basta con comunicados genéricos ni con apelaciones vacías a la prudencia. Prudencia no es silencio; prudencia no es sospechar de quien denuncia mientras se protege la reputación de quien ostenta poder.
La reacción inicial, marcada por la cautela comunicativa y la gestión interna, ha transmitido un mensaje peligroso: que la prioridad era controlar el impacto político antes que garantizar una investigación rápida, independiente y transparente
El PSOE ha hecho bandera del feminismo hasta elevarlo a una seña de identidad pública, y puede presumir de haber impulsado, cuando no liderado, (muchas veces con otras fuerzas políticas en contra, en las Cortes, en la calle y en los tribunales), los grandes cambios legislativos y sociales en pos de la igualdad entre hombres y mujeres en todos los campos. Pero la reacción inicial, marcada por la cautela comunicativa y la gestión interna, ha transmitido un mensaje peligroso: que la prioridad era controlar el impacto político antes que garantizar una investigación rápida, independiente y transparente. Cuando el feminismo se invoca como marca pero se diluye si se producen costes internos, deja de ser una convicción y pasa a ser una etiqueta o un eslogan.
En este momento no debe importar tanto a los socialistas, lo que hagan en el PP o en otros partidos, si tienen protocolos y los activan o si se amparan en la presunción de inocencia, como escudo político; no podemos recrearnos en la comparación sino centrarnos en impedir que se intente desacreditar implícitamente a quien denuncia y no reducir el problema a un ataque partidista. Obviamente hay que asumir que los adversarios van a incluir los acosos sexuales en la desaforada estrategia de acoso y derribo del gobierno que llevan haciendo desde hace años, sin importarles realmente el sufrimiento de las víctimas, que dejan relegadas a daño colateral.
Si fallamos en la respuesta estamos lanzando un mensaje devastador a miles de mujeres en entornos laborales, institucionales o educativos: denunciar no compensa
Por eso, Yo, SÍ las creo, significa tomarse las denuncias en serio desde el minuto uno, activar protocolos reales y externos, apartar cautelarmente cuando sea necesario, y comunicar con transparencia sin convertir a las víctimas en un problema de imagen. Hay, además, una responsabilidad política añadida que rara vez se menciona: el ejemplo. Si fallamos en la respuesta estamos lanzando un mensaje devastador a miles de mujeres en entornos laborales, institucionales o educativos: denunciar no compensa. Si incluso cuando el foco mediático es máximo las organizaciones dudan, minimizan o dilatan, ¿qué puede esperar quien no tiene altavoces ni respaldo?
Quienes hacen un uso partidista del acoso sexual están agravando aún más el problema. Convertirlo en munición política es otra forma de desprotección de las mujeres. Si el compromiso con las víctimas solo existe cuando sirve para erosionar al adversario, entonces no es compromiso: es oportunismo.
Defender Yo, SÍ las creo, hoy, es asumir que creer es escuchar sin prejuicios, no condenar sin pruebas; es corregir una balanza históricamente inclinada, no volcarla al otro lado.
Escribo para exigir que las denuncias se tomen en serio, que se investiguen con garantías reales y que quien denuncia no sea tratado como un problema a gestionar
Escribo para exigir que las denuncias se tomen en serio, que se investiguen con garantías reales y que quien denuncia no sea tratado como un problema a gestionar. Escribo porque cada reacción defensiva envía un mensaje claro a quienes aún dudan si hablar: mejor callar. Creer no es condenar. Creer es escuchar, investigar y no mirar hacia otro lado. Hay que huir de la falsa neutralidad cuando hablamos de acoso sexual y poder. He visto, he sufrido, cómo la duda siempre cae del mismo lado. He visto, he padecido, cómo la prudencia se convertía en coartada y cómo el silencio se disfrazaba de rigor.
Las mujeres, su protección y sus derechos, deben seguir siendo su prioridad política
El PSOE, el gobierno progresista, tiene que fijar la mirada en la sociedad más igualitaria que quiere seguir construyendo, reafirmando su voluntad de promover la reforma constitucional para blindar el derecho al aborto y defendiendo la abolición de la prostitución en el Congreso. Para ello necesita altas dosis de crédito que va a medirse en su respuesta política en esta crisis. Las mujeres, su protección y sus derechos, deben seguir siendo su prioridad política. Porque el PSOE sigue siendo la herramienta más poderosa para avanzar en igualdad y erradicar el machismo de nuestra sociedad.

























