Las raíces del chavico
Ilustración facilitada por el autor de la carta.
Sr. director del diario El Independiente de Granada, Juan I. Pérez:
Es un tema recurrente en la ciudadanía granadina aludir a ciertas características negativas del granadino de a pie para poner en ellas el acento fundamental, la causa primera de los problemas del territorio granadino, y concretamente del ámbito local de la capital. Y ello me parece sumamente injusto, y en estas líneas quiero explicar por qué.
Durante, me atrevería a decir, toda la historia contemporánea granadina, ha habido una percepción muy compartida de que la decadencia de Granada hundía sus raíces en la poca participación sociopolítica del granadino común, producto de su apatía, su desidia y su archiconocida y atribuida abulia, y que desembocaban en una falta crónica de emprendimiento, una burguesía tremendamente rentista y sin voluntad de inversión en los “arriesgados” mundos industriales (y con una predilección empedernida por arrendar a agricultores las parcelas de sus latifundios o tener enormes extensiones de cientos de olivos en la vecina Jaén), y una ciudadanía que prefería la búsqueda rápida del mínimo ingreso de la subsistencia, a intentar algún tipo de pequeña empresa o comercio que le permitiese crear más bienestar y riqueza a su entorno. No es por ello ajeno a nosotros la famosa expresión “tierra del chavico” y la analítica literatura de Ángel Ganivet sobre el asunto.
Sin embargo, pese a que ese paisaje general tiene muchas coincidencias y acierta en muchos asuntos, falta una incógnita en la ecuación, que hace que, sin ella, sea inexplicable y se caiga por su propio peso. Y es que no se advierte una causa general que nos lleve a eso, y en ocasiones se pretende rellenar ese hueco aludiendo a ciertos argumentos pseudomitológicos, como, por ejemplo, a nuestra orografía montañosa (“Somos una especie de pueblo grande metido entre montañas, y por ello tenemos mentalidad agrícola y cerrada”). Y aunque la orografía explica en parte nuestro retraso en infraestructuras y desarrollo económico y comercial, hay una cuestión que se suele obviar con frecuencia, y que lleva presente en nuestra vida siglos, y cuyos datos llevan (muchos) más de cincuenta años siendo alarmantes.
Y esa cuestión no es otra que la del nivel de vida, la ahora denominada renta per cápita. En los últimos siglos, y sobretodo en las últimas décadas (con los datos en la mano), esta provincia, o el territorio de la misma cuando existían otras demarcaciones administrativas, ha encabezado por abajo los listados provinciales de renta per cápita, año tras año, década tras década, repitiéndose como una constante invariable.
Este hecho tendrá muchas causas históricas y geográficas, pero sin dudas sus consecuencias son patentes, y siguen lastrando a día de hoy nuestro desarrollo. Un territorio poblado por gente que puede gastar poco, es un territorio que consume poco, aunque desee consumir mucho. Es un territorio que invierte poco por miedo, aunque esté cargado de sueños y esperanzas. Es un territorio que no tiene tiempo para participación e involucración en política, porque concentra todo su potencial y su interés en salir adelante día a día, y en subsistir, aunque sea a base de contratos basura. Es un territorio que ama su tierra, pero que no está contento ni orgulloso de la situación de la misma, que fue una joya europea y ahora no es capaz de garantizar por sí misma un bienestar mínimo a sus habitantes. Es un territorio que pare excelentes hombres, y que tienen que emigrar contra su voluntad. Un territorio con ganas de emprender y un potencial único y extraordinario, pero con una acuciante falta de liquidez para invertir y llevarlo a la realidad. Un territorio con una carga elevada de frustración y tragedia, por tanto obstáculo económico en un escenario como el de ahora, que le lleva a la parálisis, la desgana y la desafección. Un territorio con mucha queja interna, porque nada funciona bien, y a veces los cambios entorpecen más todavía la dura realidad cotidiana del granadino común.
No es justo, por tanto, que intelectuales, dirigentes y políticos culpen de la situación a los granadinos, empleando aquellos argumentos de la malafollá, la apatía y la abulia granadina. Estamos hechos de los mismos materiales que cualquier individuo del planeta. Almería, que no queda muy lejos, también tuvo un pasado de miseria y pasividad, y a día de hoy es un motor económico de la autonomía, gracias a ciertas vetas e impulsos de desarrollo económico. No es justo culpar a los granadinos de la mediocridad, la inoperancia y la incompetencia de aquellos que dirigen las riendas de la provincia, en sus distintas vertientes profesionales y políticas.