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Artículo de opinión de Manuel Villar Argaiz, profesor de Ecología de la UGR

'Una ciudad más gris'

Ciudadanía - Manuel Villar Argaiz - Miércoles, 17 de Febrero de 2021
Manuel Villar Argaiz, profesor de Ecología de la UGR, advierte en este artículo de opinión de las consecuencias de los arboricidios para el bienestar de la ciudad.
Los árboles, recién talados en la zona de la Rosaleda.
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Los árboles, recién talados en la zona de la Rosaleda.

No hace muchos días un nuevo arboricidio en el barrio de la Rosaleda se ha llevado por delante más de 60 árboles. Formaban parte de una hilera hermosamente estructurada que intercalaba cipreses de porte piramidal con árboles del amor o árboles de Judas, por ser esta la especie en la que, según cuenta la leyenda, se ahorcó Judas Iscariote. Estos árboles, con cerca de 20 años de vida, habían alcanzado su límite de crecimiento y sus flores rosáceas adornaban un hermoso paseo urbano que esta primavera no volveremos a ver.

El arboricidio de la Rosaleda ha sido uno más de los acaecidos recientemente en Granada y que no hacen sino dar la razón a la nefasta realidad que ya vaticinaba el naturalista Félix Rodríguez de la Fuente cuando dijo que “la cultura tecnológica está obligando al hombre a vivir en cárceles confortables, en inmensos laberintos sin horizontes, hechos de cemento, hierro y cristal”. Sin embargo, no busquemos en la cultura tecnológica a la única culpable; es también la ignorancia y necedad humana la que considera a los árboles simples objetos del mobiliario urbano que sucumben a la vorágine del urbanismo asfáltico que asola nuestra ciudad.

Los árboles no deberían ser meros elementos decorativos que, como sombrillas, nos permitimos poner y quitar a nuestro antojo

Y a todo esto, Granada está en el ranking de las tres ciudades más irrespirables del país. Sin dejar de ser verdad que un transporte más sostenible contribuiría a paliar el problema de la contaminación, ¿dónde quedan los árboles? Los árboles no deberían ser meros elementos decorativos que, como sombrillas, nos permitimos poner y quitar a nuestro antojo. Los árboles también conservan el suelo, limpian el aire, proporcionan oxígeno, refrescan las ciudades, ahorran agua, bloquean el ruido y las vistas desagradables, proporcionan hábitat y alimento otras especies, además de un inestimable bienestar espiritual para el ser humano.

Qué envidia de todas esas ciudades que han interiorizado el convencimiento profundo de que los árboles son fuentes de vida y de bienestar para el ser humano. ¿Cuánto tiempo llevamos oyendo a nuestros dirigentes hablar y prometer un anillo periférico verde que nunca llega? Mientras Vitoria va por su tercer anillo verde, los granadinos no podemos sino ensoñar cómo una ciudad llena de árboles haría más liviano el confinamiento que vivimos, presos del cemento de nuestras ciudades.

¿Por qué nuestro modelo de ciudad sigue sin priorizar la salud y el bienestar de sus ciudadanos? Parecemos habernos vacunado de la indiferencia, ajenos a todo aquello que ocurre a nuestro alrededor y de lo que nos creemos inmunes. Cada vez más necios y cegados, parecemos no entender que nuestra casa no acaba detrás de nuestra puerta y que, atentando contra esa casa común, atentamos contra nosotros mismos.

Hoy, la ciudad de Granada es algo menos verde y un poco más gris.

Manuel Villar Argaiz es profesor de Ecología de la Universidad de Granada