'El Orgullo LGTBI y la Iglesia'

María Zambrano.
Celebramos la “Semana del Orgullo”. Orgullo de ser lo que se es y sentir lo que se siente como contrapeso a siglos de ocultación y vergüenza, celebrando las grietas que van abriéndose en el impenetrable muro de rechazo y exclusión que rodea a la Iglesia, respecto al Colectivo homosexual. Siglos de dolor y hasta de muerte, que Francisco quebró con aquel “quien soy yo para juzgarlos”.
La sexualidad (homo o hetero) no es elección humana. Es obra de Dios que quiso contemplarla en su diversidad creadora y es que “si la persona no elige ser gay, la atracción por el mismo sexo solo puede ser un regalo de Dios” opina Cruz Santos, obispo brasileño. ¿Cómo es posible creer que Dios ha podido dotar a determinadas personas con identidad homosexual y a continuación negarles ejercer y vivir plenamente dicho don y condenados si lo hacen?
En resumen, la postura de la Iglesia sería: identidad homosexual, sí; comportamiento consecuente, no. O sea, imposibilidad de poder amar y entregarse a otra persona de igual género. Consecuencia: división en lo más profundo del ser humano y por tanto sufrimiento asegurado
La Iglesia sostiene su condena en los versículos del Levítico, entre otros libros sagrados. En él, se afirma “no te acostaras con hombre como con mujer. Es una abominación. Son reos de muerte” (Lv.18,22). Un libro destinado a regular la vida del pueblo judío hace 3.200 años, final de la Edad de Bronce. Un pueblo primitivo que ha de atravesar un desierto durante 40 años y con posible peligro de extinción, por lo que todo acto sexual que impida la procreación estará fuertemente sancionado y condenado por un Dios (Dios de Israel) que ha de proteger a su pueblo.
Igualmente, se condena la relación hetero en el periodo menstrual de la mujer o eyacular fuera de su cuerpo. O sea, todo acto no reproductivo se condena con la misma contundencia. Está claro que la sociedad actual no está en peligro de extinguirse y que la Iglesia ha olvidado rechazar los actos no procreativos entre un hombre y una mujer.
El principal escollo, para la plena aceptación, lo recoge el Sínodo de la Familia, que sigue definiendo que la función principal del acto sexual es la reproductiva. Olvida el Magisterio que el amor es la característica esencial con que Dios distingue al ser humano, con reproducción o sin ella, pues, en definitiva, el cristianismo no se reproduce por la biología, sino por la conversión y ahí tenemos a la Sagrada Familia (modelo de familia para la Iglesia): ella Madre soltera, embarazada de “Otro”, que se une a José que adopta a Jesús, pero no procrean. ¿Cómo entonces la Iglesia condena la relación que no engendra nueva vida? No lo hace con las parejas heteros que, amándose, son estériles, ¿Por qué entonces condena la relación de dos iguales que, igualmente, no pueden procrear, e igualmente se aman?
En resumen, la postura de la Iglesia sería: identidad homosexual, sí; comportamiento consecuente, no. O sea, imposibilidad de poder amar y entregarse a otra persona de igual género. Consecuencia: división en lo más profundo del ser humano y por tanto sufrimiento asegurado.
La Iglesia se autodefine “madre” y a nosotros “sus hijos”, ¿Cómo es posible que nos haya tratado de este modo? La Iglesia y sus pastores (salvo excepciones) nos rechazan con sus palabras, pero es precisamente ella (es justo reconocer su honestidad) la que nos enseña que la Palabra (la de Dios) nos acepta y ama tal como Éste nos ha creado.
Desde su inicio, esta condena de la Iglesia ha creado en nosotros una relación herida que, durante siglos, se ha ido implementando en la sociedad, en su cultura y en las estructuras sociales que nos han oprimido.
La Iglesia se autodefine “madre” y a nosotros “sus hijos”, ¿Cómo es posible que nos haya tratado de este modo? La Iglesia y sus pastores (salvo excepciones) nos rechazan con sus palabras, pero es precisamente ella (es justo reconocer su honestidad) la que nos enseña que la Palabra (la de Dios) nos acepta y ama tal como Éste nos ha creado.
Pero una parte significativa de la Jerarquía rechaza este mensaje homófobo: así Christoph Schönborn, cardenal austriaco, opina “cuando el matrimonio pierde atractivo, parejas de igual sexo quieren casarse. Testimonian el matrimonio como bien importante”. Raúl Vera, obispo mejicano expresa “este banquete de la Eucaristía es para ustedes, que tantas veces saborean el desprecio y el odio”. Brendan Leahy, obispo irlandés, comunicó en el Encuentro Mundial de las Familias 2018 “La familia está cambiando. Hagamos espacio para la diversidad de familias. Todos pueden venir y si alguien se siente excluido, dejaré 99 ovejas e iré a buscarlo”. Emocionan las palabras del Obispo norteamericano, ya jubilado, Thomas Gumbleton “salí del armario creyendo que mi homosexualidad la elegía yo y esto era pecado. Confieso los errores cometidos con este colectivo humano. Es un insulto que la Iglesia enseñe que la homosexualidad es intrínsecamente desordenada”.
La puerta se ha entreabierto y será difícil dar un nuevo portazo. El cambio ha comenzado y esperamos anhelantes la postura que tome León XIV en este tema.
Ni un solo versículo de la escritura condena el amor entre dos iguales. No puede hacerlo, pues al proclamar que Dios 'es' amor, condenar a dos que se aman, sería condenar a Dios
Lo que nos duele no es el rechazo de los intransigentes, sino que personas honestas y muy influyentes, sabiendo que aquel se hace insostenible, sigan guardando un silencio cómplice.
Ni un solo versículo de la escritura condena el amor entre dos iguales. No puede hacerlo, pues al proclamar que Dios es amor, condenar a dos que se aman, sería condenar a Dios.
Es por lo que a los homosexuales cristianos nos queda proseguir trabajando para, desde dentro de la Iglesia, lograr la aceptación plena de dos de igual género que se aman. Es un reclamo de amor y justicia que debe ser atendido por la Iglesia y que solo ella puede hacerlo desde la Fe.
No nos marchamos de la Iglesia, para desde dentro seguir empujando sin descanso, pues al aceptarnos y estar orgullosos de como Él nos creó (¿Se imagina el/la heterosexual ser rechazado y rechazarse por lo que es y siente en el ámbito de su sexualidad?), nos transformamos, aceptándonos nosotros, influyendo así en la transformación de una sociedad que empieza a considerarnos en igualdad plena (matrimonio homosexual). Si la Iglesia logró implementar su rechazo en la sociedad, ahora tiene la oportunidad de dejarse imbuir por ésta, en la acogida y aceptación social que se abre camino, porque la aceptación total de las personas LGTB junto al sacerdocio femenino serán las claves para que nuestra Iglesia y su mensaje sean creíbles en este S.XXI.
Lo logrará cuando la identidad bautismal prevalezca sobre la identidad sexual que Dios ha querido dar a cada uno de nosotros, sus hijos, por lo que somos iguales ante Él. ¿Cómo no serlo en el seno de su Iglesia? Sí, nos sobran motivos para celebrar nuestro Orgullo.