Crónica del desierto
Subimos a un microbús junto a otra gente con aspecto de estar preparada para una aventura. Nos condujeron, durante quince minutos, por caminos polvorientos y difíciles que se adentraban en las malas tierras, hasta que alrededor no había más que el desierto, sobre el que se cernía el anochecer. Y nos dejaron allí, en medio de la nada, justo donde la planicie se quebraba y las barranqueras, doradas por el sol que moría, mostraban su espectáculo. Una alfombra verde y un pequeño escenario, con una batería, algún amplificador, micrófonos, un par de torrecitas de luces y cables. Sillas delante, mirando hacia el mismo y, más allá, la inmensidad hermosa de las tierras malas de Galera. Después, cuando ya estuvimos todos, cuando el horizonte comenzaba a dibujar una línea rojiza entre el pardo de la tierra y la creciente oscuridad del cielo, cuando ya era otro mundo, nos ofrecieron vino y tapas, hasta que comenzó el concierto.
Un privilegio en mitad del desierto
Los organizadores del Festival de Jazz en el Desierto, que son el propio Ayuntamiento de Galera, cuyo equipo de gobierno ha sobrevivido con holgura a las elecciones de mayo, ya me contaron el pasado año que querían llevarse conciertos a las badlands. Parecía solo una boutade al calor del éxito. Pero no. Lo han hecho. Y amenazan con hacerlo más aún el año que viene.
Paisaje de las 'tierras malas' de Galera, en el Geoparque, el entorno donde se celebró el festival. j.m.v.
El festival había comenzado el día anterior, el viernes 28 de julio, con una apertura ya tradicional (tres años de tradición) en el borde mismo de las tierras malas, justo en el espectacular mirador del Cerro de los Capones, colgados sobre el pueblo y el exuberante valle del río.
Hispanistán Trio fueron los encargados de comenzar: Quienes allí estuvieron confirman que Joaquín Sánchez, el clarinetista granadino, junto a José María Pedraza (piano) y Alfredo Sarno (batería), ofrecieron un inicio magnífico de festival al que yo, por desgracia, no llegué a tiempo. La fusión mediterránea (y balcánica) del grupo cuadra al dedillo con el concepto del festival.
Esa noche, ya en zona fresquita junto al rio, en el escenario del recinto de la piscina, fue el turno de Miguel de Gema Sexteto. Con Miguel he coincidido en muchas ocasiones en los últimos seis o siete años, algunas de ellas incluso tocando juntos, y siempre me ha parecido un tipo estupendo y un saxofonista estimulante. Pero debo decir que desde hace un par de años, me seduce especialmente la forma en que está tocando, no sólo el alto (que era su instrumento de base), sino también el soprano. El concierto de su sexteto fue inapelable y él, especialmente, estuvo inspirado. El material que tocaron, en su mayor parte, correspondía a sus dos discos, es decir, era ya conocido, pero impactaba como si no lo fuera. Contribuyó a eso el estupendo grupo con el que se presentó: Antonio Molina (guitarra), José María Pedraza (“Petaca”) repitiendo presencia al piano, Cuni Mantilla (contrabajo) y Zeke Olmo (batería), además del clarinetista ibicenco Arturo Pueyo, francamente entonado en su aportación.
Actuación de Miguel de Gema Sexteto. j.m.v.
Al día siguiente, sábado, tuvimos sesión matinal junto a la piscina municipal, con Flaco Manouche. Flaco Manouche no es un tipo de carne y hueso, no; es un cuarteto asentado en Baza. Un cuarteto integrado por dos guitarristas, Antonio “Capote” y Mario Alonso (que tenía todo el aspecto de haber salido de un grupo de blues sureño de los setenta), Antonio Martínez que tocaba el laúd bajo, y Diego Alonso, batería. Tampoco hacen, en puridad, música manouche, aunque es obvia la influencia conceptual de Django en ellos. Es difícil definir lo que hacen, pues es complejo, imaginativo y mestizo, cargado de humor, pero tienen una personalidad bien definida. Gustaron a la bastante gente que estuvimos con ellos y me dejaron muy buena impresión.
Esa noche fue el concierto en medio del desierto. Era de por sí un concierto mágico, como ya he dicho antes. La música la puso el cuarteto de Julia Duggan, cantante argentino-brasileña de origen irlandés radicada en Extremadura. Julia es una cantante estilosa, con un fraseo bonito y diferente, empleando recursos muy interesantes para darle color a los temas que interpretaron, todos ellos estándares de los cancioneros estadounidense y brasileño. Muy bien seleccionados, por cierto. Su sólido trío estuvo integrado por Álvaro Vieito (guitarra), Javier Delgado (contrabajo) y Javier del Barco (batería). Además incorporó a Miguel de Gema y a Javier Ortí (un saxo tenor de sonido denso y poderoso) en unos cuantos temas, lo que redondeó el concierto.
Cierre en la piscina
El Festival se cerró al mediodía del domingo, nuevamente en la piscina, con Lavín! Band, la big band de la escuela de música Ool-ya-Koo, de Granada. Es preciso resaltar el estupendo trabajo que han realizado Alejandro Tamayo, dirigiendo la banda, y Miguel (que se ha atrevido a convertirse en saxo barítono para completar la sección), pero también el resto de quienes la integran usualmente. Ofrecieron un repertorio basado esencialmente en arreglos de la banda de Count Basie, acertadamente, pues ese es uno de los repertorios que toda big band que se precie debe trabajar y mimar. Recordemos que Basie era la Big band. Y ciertamente lo hicieron con swing, soltura y buen criterio, por lo que los que allí estuvimos disfrutamos la despedida. Me gustaría resaltar el solo de saxo alto que nos ofreció Germán Villegas, a quien no veía tocar hacia un par de años, pero todos estuvieron a un espléndido nivel.
Dos últimas anotaciones: Este festival se nutre, en lo esencial, de músicos de jazz andaluces, lo que es remarcable por sí mismo. Segunda, se trata de un festival sin más apoyo financiero que los recursos del propio ayuntamiento que lo organiza. Ambos aspectos merecen apoyo y empuje. Y una recomendación final: Hay, por fortuna, muchos y estupendos festivales de jazz durante el verano, pero difícilmente encontraréis uno con personalidad tan acusada como este. Comprobadlo, si queréis, el verano que viene.