Que el frondoso bosque de San Pedro no te impida ver la Alhambra
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El bosque de la cara norte está en su punto máximo de volumen y altura, de manera que esconde y achaparra el monumento desde el Paseo de los Tristes
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La vegetación de este bosquecillo de cuatro hectáreas ha evolucionado del pelado total, a las choperas que hacían de cortina y la densa masa de almeces de hoy
Conocemos como Bosque de San Pedro toda la zona verde que bordea la empinada ladera de la Alhambra por su cara Norte. Entre la Cuesta de los Chinos y el baluarte de la Torre de la Vela, poco más de cuatro hectáreas. Es la zona más umbría y húmeda del cerro de la Sabika. Fundamentalmente debido a que por aquí han vertido los desagües de los servicios de la ciudadela, los derrames de aguas de riego de las acequias y las conexiones que nutrían los Cármenes del Darro.
Aquellas salidas de aguas un tanto anárquicas provocaron hundimientos y desmoronamientos en la ladera. Hoy están controladas mediante tuberías. Las humedades históricas propiciaron el nacimiento espontáneo de vegetación de ribera, sin que apenas la mano del hombre interviniese en su plantación
Aquellas salidas de aguas un tanto anárquicas provocaron hundimientos y desmoronamientos en la ladera. Hoy están controladas mediante tuberías. Las humedades históricas propiciaron el nacimiento espontáneo de vegetación de ribera, sin que apenas la mano del hombre interviniese en su plantación. De ahí que a partir del siglo XVIII se enseñoreasen los álamos. En la mayoría de las veces crecían hasta caerse por vejez, pudrición o por nevadas y vendavales. La mano del hombre no intervenía mucho en la ordenación de esta zona verde.
Pero no siempre había sido así. En época nazarita esta ladera permanecía prácticamente deforestada, solamente cultivada con plantas de tipo rastrero. Debió parecer una pradera. Fue rodeada por un muro perimetral, prácticamente igual que el que se conserva en la actualidad. La finalidad era impedir que la gente se acercase a las murallas por cuestiones de seguridad. Los únicos accesos para transitar por esta ladera eran la Puerta del Bosque, la puerta de las Armas y un pasadizo-escalera de 200 peldaños que acaba en mitad del bosque, semi-cegado y protegido por una reja. Se trató de una especie de corral en el que algunas referencias literarias dicen que los reyes musulmanes lo tenían convertido en un criadero de venados y corzos.
Durante las primeras décadas de dominio cristiano -todo el siglo XVI, hasta la expulsión de los moriscos en 1609- el capitán general de Granada y gobernador militar mantuvo la ciudadela con carácter de fortaleza o castillo militar. Por tanto, es lógico pensar que la ladera se mantuvo también pelada.
Pero hay que hacer la advertencia que el bosque se reduce al tramo situado debajo de los palacios; del Tajo de San Pedro hacia abajo, es decir, todo el borde de la Alcazaba militar aparece sin uno solo arbusto
Por el contrario, hay fuentes gráficas y escritas que contradicen esta versión. Dos autores árabes del siglo XIV sostienen lo contrario, aunque bien es cierto que no especifican a qué bosque concreto de la Alhambra se refieren. Si se lee a los historiadores Ibn Al-Jatib y Al-Xocundi, del siglo XIV, ambos destacaban la profusión de arbolado como el mayor atractivo de la ciudadela. Después, según vemos en las plataformas de Alberto Fernández (1595) y Ambrosio de Vico (1611) ya pintan manchas de árboles cercanas a los muros. Incluso Vico lo rotuló “Bosque de la Alhambra”. Pero hay que hacer la advertencia que el bosque se reduce al tramo situado debajo de los palacios; del Tajo de San Pedro hacia abajo, es decir, todo el borde de la Alcazaba militar aparece sin un solo arbusto.
En la mitad del siglo XVI aparece la zona un tanto despoblada de arbolado de porte alto; los dibujos de Civitatis Urbis Terrararun (hechos en 1565) pintan bosque bajo, quizás reminiscencia de la tala que debieron llevar a cabo los Reyes Católicos para despejar la ciudadela al tener carácter de fuerte militar en previsión de alzamientos moriscos.
Quizás lo más curioso de los grabados de Civitatis sea la aparición de un ciervo enseñoreándose en un claro del matorral. Este dibujo -no sabemos si verdadero o una licencia del dibujante- es el que ha dado pie históricamente a afirmar que el cercado sirvió a musulmanes y primeros monarcas cristianos para tener el pequeño recinto como un coto real de cría de caza mayor. Este uso cinegético también figura en una crónica de Ginés Pérez de Hita, quien adjudicaba al sultán Muley Hacén la habilitación de este espacio cinegético. En el capítulo segundo de su libro sobre las Guerras de Granada (publicada en 1595) escribió: "Hizo (Muley Hacén) un maravilloso bosque junto a la Alhambra y debajo de los miradores de la misma casa real, donde hoy se parecen muchos venados y conejos".
Siglo XVIII, abandono y bosque salvaje
El inicio del siglo XVIII, con la llegada de la dinastía Borbón y la destitución de la familia Tendilla como alcaides de la fortaleza, supuso el inicio de un proceso de abandono y deterioro de la ciudadela. No sólo por dentro, también por fuera. Empezaron las demoliciones de antiguos palacios, los edificios fueron expoliados y ocupados por familias y vagabundos. También fue vendido el recinto a trozos. Solamente se libró de aquella operación la parte de la Alcazaba y Torres Bermejas, que se empleaban como prisión de la Corona.
A principios del siglo XIX, antes de que ocuparan la Alhambra los franceses, la vegetación todavía no se había desmadrado
A principios del siglo XIX, antes de que ocuparan la Alhambra los franceses, la vegetación todavía no se había desmadrado. Los dibujos que hizo el arquitecto William Gell en noviembre de 1808 demuestran que sólo había monte bajo y poquísimos árboles de porte mediano. Se limitaban al barranquete que baja entre la Torre de Comares y la zona del Partal, por donde escapaban la mayor parte de las aguas sobrantes de las huertas.
El resto del terreno se ve completamente despejado de verde. Esa ausencia de árboles de porte alto confería a la ciudadela un carácter más vertical, más propio de un castillo inexpugnable. Desde la mayoría de miradores se veía desde lejos el arranque de las murallas.
Desde las murallas empezó a verterse cascajo hacia la ladera del Darro. En unos casos empobreció el suelo, en otros lo enriqueció. Al dejar de tener consideración de fortaleza militar, el bosque fue abandonado a su suerte
Desde las murallas empezó a verterse cascajo hacia la ladera del Darro. En unos casos empobreció el suelo, en otros lo enriqueció. Al dejar de tener consideración de fortaleza militar, el bosque fue abandonado a su suerte. Con tanta humedad por salida de acequias y aguas negras, las alamedas silvestres empezaron a crecer. Aunque también se constata una pequeña repoblación en 1814. Los álamos negros por generación espontánea se fueron adueñando de las partes más húmedas y umbrías. De manera que las pinturas de los dibujantes románticos de los años 1830-40 ya empiezan a plasmar chopos empinados. Aunque sus interpretaciones idílicas no son muy de fiar.
Lo que sí es completamente seguro es que cuando se hizo la primera fotografía de esta ladera desde el Albayzín (en 1851, probablemente por E. K. Tenison), los álamos negros ya eran inmensos. La mayoría de los ejemplares sobrepasaban el borde de la muralla y competían en altura con la torre de Comares. En verano, plenos de hojas, formaron una cortina que tapaban por completo la contemplación total del monumento en la fachada de los palacios.
También había otras zonas menos húmedas o con peor suelo que estaban bastante más despejadas de chopos y dejaban ver paños de murallas y torres en su integridad
También había otras zonas menos húmedas o con peor suelo que estaban bastante más despejadas de chopos y dejaban ver paños de murallas y torres en su integridad.
La situación de la arboleda continuó más o menos similar, dominada por la alameda de gran porte, hasta prácticamente principios del siglo XX. El joven fotógrafo José García Ayola empezó tomando placas de este bosque en el año 1863. Dejó demostrado que los álamos eran dueños de buena parte de esta ladera norte de la Alhambra.
Incluso el fotógrafo que acompañó a la reina Isabel II en su visita a Granada y la Alhambra en octubre de 1862 también pudo constatar que el monumento tenía una parte -la de los palacios- completamente obstruida por las copas de los álamos que trepaban toda la ladera arriba. Su sombra dejaba poco espacio y luz para que los almeces se abrieran paso hacia la cumbre.
Otro ejemplo más de la altura que llegaban a alcanzar los álamos en la segunda mitad del XIX lo representa el óleo se arriba, de Martín Rico Ortega (de 1871), que muestra la parte de muralla todavía en reconstrucción entre las torres de las Damas y del Peinador. (ver: El día que se derrumbó la Alhambra).
Sin embargo, la zona comprendida entre el Tajo de San Pedro y el revellín de la Torre de la Vela, aparece en el siglo XIX bastante deforestado. Eso era debido a que se trataba de unas parcelas que no eran propiedad de la Alhambra, sino de particulares
Sin embargo, la zona comprendida entre el Tajo de San Pedro y el revellín de la Torre de la Vela, aparece en el siglo XIX bastante deforestado. Eso era debido a que se trataba de unas parcelas que no eran propiedad de la Alhambra, sino de particulares. Solían hacer leña en ella e incluso utilizarla para pastoreo de cabras. Por eso, quienes pintaron o dibujaron esta parte de la Alcazaba y su ladera la exhiben sin arbolado. Como el siguiente dibujo de José Larrocha, de 1900, que presenta esbozados solamente algunos matorrales o enredaderas pegando a la muralla por la Puerta de las Armas. Esta puerta está hoy completamente oculta a la vista.
Finales del XIX, principios del XX
Este bosquecillo solía ser iluminado con bengalas nocturnas durante las fiestas del Corpus en la parte final del siglo XIX. También durante la visita de algún personaje ilustre que se alojaba en la Alhambra. Aquellos fuegos efímeros procuraban una iluminación un tanto fantasmagórica a los muros del monumento rojizo, con luces que se elevaban hacia el cielo en la misma dirección que lo hacían los enormes álamos.
Sin embargo, la zona comprenda entre el Tajo de San Pedro y el revellín de la Torre de la Vela, aparece en el siglo XIX bastante deforestado. Eso era debido a que se trataba de unas parcelas que no eran propiedad de la Alhambra, sino de particulares
Solía ser habitual que por tanta altura de la alameda algunos de sus ejemplares cayeran abatidos por nevadas o vendavales. Fueron los casos ocurridos el 28 de octubre de 1896 y la madrugada del 2 de febrero de 1912: los más altos, podridos o viejos fueron cayendo como un juego de bolos por la fuerza del viento. Por las noticias de prensa y, sobre todo, por las fotografías, conocemos que la mayor parte de los álamos estuvieron plantados en la zona que va del Tajo de San Pedro hasta la Cuesta de los Chinos. A principios del siglo XX, entre el Tajo y las casas de la Churra (sector que coincide con la Alcazaba) contaba con mucha menos vegetación y más baja; en 1904 había sido adquirida esa parte por la empresa Tranvías Eléctricos de Granada (TEGSA) con la intención de instalar un tren funicular por ahí; por eso había sido rebajada la vegetación. (Esta parcela no fue adquirida por el Patronato alhambreño hasta mediados los años veinte).
En el año 1913, siendo ya director-conservador Modesto Cendoya, surgió una iniciativa de Manuel Gómez-Moreno para ordenar y conservar de una manera sistemática este bosquecillo de la cara norte de la Alhambra
En el año 1913, siendo ya director-conservador Modesto Cendoya, surgió una iniciativa de Manuel Gómez-Moreno para ordenar y conservar de una manera sistemática este bosquecillo de la cara norte de la Alhambra. Propuso al gobierno de la nación nombrar a un ingeniero que se ocupara de “la repoblación, conservación y vigilancia del bosque”. La propuesta llevaba añadido el nombre del ingeniero forestal Adolfo Ameliria Martínez, recién nombrado jefe del distrito arbóreo de Granada. Este hombre repobló zonas que carecían de bosque.
El periodista y erudito Luis Seco de Lucena se preocupó alguna vez de escribir sobre los bosques que rodean la Alhambra, y en concreto del Bosque de San Pedro (Revista Blanco y Negro, febrero de 1921). Su recorrido histórico por el origen de esta ladera arbolada especulaba sobre la tesis de que primitivamente la Alhambra no estuvo ceñida de arboledas como a principios del siglo XX. En tiempos árabes no existió el bosque por principios de estrategia de seguridad.
Proponía, además, que se habitara y abriera al paseo de los vecinos este bosquecillo tan fresco en verano y con vistas desconocidas hacia la ladera del barrio del San Pedro y alto Albayzín
Añadía Seco de Lucena en su artículo de prensa madrileña: “La parte del bosque que da al río necesita, más que la del Sur, que se repueble de vegetación florida, de arbustos que la tapicen sin ocultar la Alhambra, cuya vista desde el Albayzín es de las más bellas y deseadas del monumento”. Proponía, además, que se habitara y abriera al paseo de los vecinos este bosquecillo tan fresco en verano y con vistas desconocidas hacia la ladera del barrio de San Pedro y alto Albayzín.
Sobre el estado en que se encontraba la zona arbolada en 1921 (recta final del mandato de Modesto Cendoya), opinaba lo siguiente: “El bosque actual decae día a día. La vejez de los álamos, la falta de unidades culturales, el abandono y la miseria del suelo, un invencible y morboso desamor a la Naturaleza, la incomprensión de que ésta es elemento consustancial de la hermosura de la Alhambra, lo despojan lentamente de sus encantos”.
La situación de abandono del bosque alhambreño empezó a ser corregida y tenida más en cuenta por Leopoldo Torres Balbás a partir de 1923; en un informe y respuesta a críticas en prensa del año 1926, el nuevo arquitecto-director destacaba que en sus dos primeros años de su gestión se había preocupado por el arbolado
Ciertamente que, a principio del siglo XX, ciertos sectores granadinos criticaban la desidia del director Modesto Cendoya con el arbolado. Solía utilizar explosivos para arrancar tocones de árboles viejos, no debía tener mucho amor por la vegetación; incluso grupos de escolares se le manifestaron en contra. La situación de abandono del bosque alhambreño empezó a ser corregida y tenida más en cuenta por Leopoldo Torres Balbás a partir de 1923; en un informe y respuesta a críticas en prensa del año 1926, el nuevo arquitecto-director destacaba que en sus dos primeros años de su gestión se había preocupado por el arbolado: en 1924 se enfrascó en mejorar la pobre capa vegetal y plantó 565 árboles (acacias de flor, chopos carolinos, frenos y eucaliptos, principalmente), y en el año 1925 se añadieron otros 451 plantones. Optó por entresacar los ejemplares que tenían ya más de 150 años y se presentaban altos y peligrosos.
El Parque de Atracciones de la II República
El atractivo de esta zona boscosa y de paseo atrajo la atención del ingeniero granadino Fernando Reyes Garrido, emparentado con los propietarios del Hotel Bosque de la Alhambra (Reúma), levantado en el año 1910 y de vida un tanto irregular en las dos décadas siguientes. Fernando fue constructor de líneas de ferrocarril, metro y túneles en Madrid y Barcelona. En el año 1931 estaba abierto el debate de si continuar cubriendo la bóveda del Darro río arriba, desde Santa Ana hasta San Pedro. No se descartaba por completo esta posibilidad.
El ingeniero elaboró un proyecto sumamente novedoso y atrevido para el momento. Contó incluso con la aprobación del director de la Alhambra (Torres Balbás) y del director del patronato alhambreño (Seco de Lucena). Consistía en embovedar el tramo entre los puentes de las Chirimías y del Aljibillo
El ingeniero elaboró un proyecto sumamente novedoso y atrevido para el momento. Contó incluso con la aprobación del director de la Alhambra (Torres Balbás) y del director del patronato alhambreño (Seco de Lucena). Consistía en embovedar el tramo entre los puentes de las Chirimías y del Aljibillo. La plataforma resultante ensancharía el Paseo de los Tristes, en tanto el Darro discurría por debajo. Aquel primer proyecto de Parque se llamó “Baños y recreos de Granada”. Consistía en un complejo de edificios de atracciones, dos piscinas, un restaurante, casino y una isla. Pero lo más novedoso de todo era la colocación de una montaña rusa que discurría subiendo y bajando entre los árboles de la ladera del Bosque de San Pedro.
El proyecto se planteaba por primera vez como una simbiosis o complemento para atraer turistas al monumento y conectaba ambas partes (la ciudad baja y la ciudadela alta) mediante dos nuevos accesos por caminos de setos y jardines bajos; para ello sería necesario abrir dos puertas en la muralla: una recuperando el puente que había entre la Cuesta del Rey Chico con la del Bosque y otra a través de la puerta de las Armas o quizás abriendo un boquete un poco antes.
Incluso se contactó con el arquitecto catalán Carlos Buhigas para encargarle un proyecto complementario de iluminación de toda la ladera, tanto la afectada por el parque de atracciones (que entre 1932 y 1936 se llamó “Baños de la República”) como desde el Tajo hacia el revellín de la Vela. La empresa eléctrica Mengemor se comprometió a suministrar la luz a precios razonables.
De no haber ocurrido el golpe militar, hoy probablemente tendríamos cubierto el Darro hasta el Tajo de San Pedro, una plataforma ocultando el río en el Paseo de los Tristes, una zona de atracciones y algún acceso mecánico a la Alhambra por su cara norte
Todo este proyecto, que contó con la aquiescencia política oficial y no recibió grandes críticas ciudadanas, fue sorprendido por la guerra civil y pasó a dormir el sueño del olvido. De no haber ocurrido el golpe militar, hoy probablemente tendríamos cubierto el Darro hasta el Tajo de San Pedro, una plataforma ocultando el río en el Paseo de los Tristes, una zona de atracciones y algún acceso mecánico a la Alhambra por su cara norte. Y, por supuesto, apenas arbolado de gran porte.
Ordenación del siglo XX hasta la actualidad
El cambio radical en cuanto a concepción, plantación y cuidado del Bosque de San Pedro llegó a partir de 1961, bajo la dirección de Francisco Prieto Moreno. Se culminó la práctica eliminación de los eucaliptos y se suprimió el vertido de aguas residuales. Se empezó a cuadricular esta ladera, por fases, para instalar un sistema de riego por aspersión. Años más tarde, en época de Mar Villafranca, se fue cambiando por riego por goteo al arreciar las épocas de sequía. También se instaló un sistema de iluminación nocturna camuflado entre los árboles. El diseño contemplaba utilizar la vegetación para esconder las infraestructuras de obras, tuberías, etc.
En la década de los setenta del siglo pasado, el Bosque de San Pedro estaba completamente replantado con las nuevas especies que son prácticamente las que continúan manteniéndose en la actualidad. Se eliminaron los álamos y se buscaron árboles resistentes, lo más autóctonos posible, que formasen un entramado con sus raíces, capaces de frenar la erosión de una ladera con tanta pendiente. Los ejemplares elegidos fueron almeces, fresnos, durillos, aligustres almendros y laureles, principalmente.
No eran ciervos descendientes de los reyes nazaritas ni de los monarcas Austrias, pertenecían a trabajadores de la Alhambra que habitaban en la Cuesta de los Chinos y utilizaban este bosque y las huertas del Generalife para alimentar alguna cabra, varias gallinas y algún que otro cerdo
Los que peinamos muchas canas recordamos que hace tiempo había algunos animales ramoneando, escarbando y hozando en este bosque alhambreño. No eran ciervos descendientes de los reyes nazaritas ni de los monarcas Austrias, pertenecían a trabajadores de la Alhambra que habitaban en la Cuesta de los Chinos y utilizaban este bosque y las huertas del Generalife para alimentar alguna cabra, varias gallinas y algún que otro cerdo. También fue utilizada esta zona verde por grupos de mozos que se colaban a correrse sus juerguecillas. Incluso alguno de los habituales visitantes de los años setenta llegó a ser director de la Alhambra con el tiempo, junto a su amigo el futuro mandamás del Partido Socialista de los primeros años de la democracia. Hoy el acceso a este bosque se presenta prácticamente imposible por el actual sistema de vigilancia.
Los pocos olmos y chopos que quedaban incrustados en el Bosque se los llevó la epidemia de grafiosis que arreció en los años ochenta y noventa
Los pocos olmos y chopos que quedaban incrustados en el Bosque se los llevó la epidemia de grafiosis que arreció en los años ochenta y noventa. Su espacio lo han ido ocupando los almeces. Algo parecido ha ocurrido en las últimas décadas con los árboles de porte bajo: celindos, sabucos y algunos durillos han retrocedido. Y los aligustrones van siendo cada vez menos. En cambio, los almeces se han hecho en los dueños de la ladera.
Lo habitual es que las podas severas se acometan con una periodicidad de 7-8 años
Lo habitual es que las podas severas se acometan con una periodicidad de 7-8 años. En estos momentos los árboles están muy crecidos porque se está en espera de una nueva poda a conciencia. La última gran poda, control y rebaje del volumen del Bosque de San Pedro data del periodo 2012-17.
Se contabilizan algo más de un millar de árboles repartidos en una veintena de especies; el árbol dominante es el almez, con más del 65%, seguido de fresnos, laureles, algún almendro y aligustres.
Se aprovechó antes y después para hacer un estudio sobre la realidad actual de esta masa forestal. La zona tiene una superficie de 4,2 hectáreas; presenta una gran densidad de árboles, de 240 pies por hectárea, demasiado tupida. Se contabilizan algo más de un millar de árboles repartidos en una veintena de especies; el árbol dominante es el almez, con más del 65%, seguido de fresnos, laureles, algún almendro y aligustres. También algún ciprés que descuella y algún álamo. Crecen almeces que tienen más de un metro de diámetro y superan los 22 metros de altura. Entre todos forman una malla de raíces que combaten la erosión, pero están tan cercanos a la muralla que la rozan en muchos casos. En caso de incendio, el peligro es grande. El Plan Director de la Alhambra recomienda que estén alejados como mínimos cinco metros de los muros, por motivos de seguridad, y mejor si pasan de diez. Esta norma no se está cumpliendo. Incluso este texto deja bien claro que “en ocasiones, el crecimiento profuso de la vegetación interfiere en la contemplación del monumento”.
Si no se compara con fotos de años en que fue rebajada la línea del bosque por una poda severa, la verdad es que no se aprecia demasiado. Menos aún por el turista que la ve por primera vez en su vida
Y aquí es a adonde quería llegar: el monumento se contempla cada vez más achaparrado desde los miradores altos del Albayzín y Sacromonte. Si no se compara con fotos de años en que fue rebajada la línea del bosque por una poda severa, la verdad es que no se aprecia demasiado. Menos aún por el turista que la ve por primera vez en su vida. El resultado de la altura del bosque es que la Alhambra empieza a flotar cada vez más sobre una nube verde de copas de árboles que la hacen parecer menos esbelta. Hay zonas de muros y torres que tienen ocultas tres cuartas partes de su altura.
Algo parecido ocurre cuando se transita entre el Paseo de los Tristes y Plaza Nueva.
La situación se agrava a medida que se la contempla desde puntos de vista más bajos. Si hacemos el experimento de ir viéndola junto al malecón del río, entre los puentes de las Chirimías y Aljibillo, comprobaremos que en determinados momentos las copas de los árboles apenas nos dejan ver las almenas. Algo parecido ocurre cuando se transita entre el Paseo de los Tristes y Plaza Nueva. Por añadidura, la vegetación que ha cobrado volumen junto al Darro contribuye a esta ocultación paseando por la calle “más bonita de Granada”.
El punto culmen del ocultamiento ocurre en la Plaza de Santa Ana. Desde las casas situadas por encima de la Chancillería apenas asoma la campana de la Torre de la Vela
El punto culmen del ocultamiento ocurre en la Plaza de Santa Ana. Desde las casas situadas por encima de la Chancillería apenas asoma la campana de la Torre de la Vela. Hay que ir alejándose por esa fachada para conseguir ver al menos un tercio de la Torre de la Vela.
Quizás la mejor solución consistiría en conformar una alfombra vegetal con árboles y arbustos de menor porte, que cumplan la función de formar una capa verde, con un sistema de raíces que eviten la erosión, pero impidiendo que su excesiva altura esconda cada pocos años el monumento más visitado de España. O dedicar más medios a la poda y control anual de este bosque de la cara norte de la Alhambra.