La suerte de los sin hogar
Hace ya algún tiempo que Antonio no necesita alarmas para salir de la cama. Porque ahora duerme en una cama, que no es ninguna tontería, y bajo techo… Ya no se expone a las caprichosas inclemencias del tiempo, ni a la soledad de las calles, ni a la frialdad de unos cartones en un banco, como tampoco se expone al maltrato de algún desalmado. Antonio, como tantos otros “desahuciados sociales”, encuentra cada día “Techo y comida”, como la película de Juan Miguel del Castillo, en el centro de acogida-residencia Madre de Dios (calle Varela, 20), de Granada.
Casa Madre de Dios.
Anualmente, este Centro, auspiciado por la Fundación Casas Diocesanas de Acogida de Cáritas, da cobijo a cerca de 700 usuarios diferentes; una cifra muy por encima de la demanda real de los usarios. “Es vital –afirma Roberto Peña, coordinador técnico de la Fundación de Casas de Acogida de Cáritas- que las instituciones aúnen sus esfuerzos para garantizar y ampliar el mínimo de servicios, más allá de una cobertura de necesidades básicas.” La labor de concienciación y sensibilización es hoy más necesaria que nunca. “Hay que invertir todo cuanto esté en nuestras manos para conseguir que estas personas, a las que acostumbramos a ver como parte del mobiliario urbano, encuentren su sitio en la sociedad, y aprovechen esta nueva oportunidad.” “No podemos, ni debemos, seguir dando la espalda a esta realidad.”
“La crisis no ha variado el perfil ni el número de personas sin hogar. La crisis, esencialmente, ha acelerado el proceso por el que este tipo de individuos, que ya estaban en una situación delicada, han agotado todas sus recursos –familia, contactos, prestaciones sociales…”, concluye Peña. Con independencia de las razones específicas e individuales que han arrojado a las personas a esta situación de exclusión, hay algo que subyace a todas, un denominador común que pasa por la experiencia de sucesos vitales estresantes, y que deben ser abordados psicológicamente.
Antonio, que ha encontrado un gran aliento y motivación en la práctica del running (se ha convertido en un habitual de los circuitos populares), aún no se explica cómo llegó al Centro allá por el mes de agosto del año pasado. No sabe si providencia del azar o el destino, sus pasos lo condujeron hasta la calle Varela. No quería pasar ni una sola noche más a la intemperie. “Tuve miedo y lloré. No podía creer lo que me estaba pasando. Y bebí, bebí para olvidar, hasta el punto de no saber cómo llegué al Centro.” “Tuve suerte”, confiesa.
Antonio, practicando 'running'. Raquel Marín
El consumo de alcohol y otras adicciones se han convertido en un ritual para las personas sin hogar. En unos casos, la adicción es el germen de sus problemas y de su abandono; de la pérdida de empleo, desestructuración familiar, y desarraigo. En otros, el consumo de sustancias se convierte en uno de los grandes aliados para unas personas que, por normal general, solo quieren evadirse y enajenarse de su realidad, como si no hubiera un mañana.
Los que, como Antonio, tienen la suerte de despertar en uno de estos centros de acogida, reciben atención básica para cubrir sus necesidades inmediatas. En primera instancia, son provistos de cobijo, alimento, salud e higiene. Tras una aproximación y valoración iniciales, el usuario es derivado a centros de atención primaria y, en su caso, a centros de deshabituamiento de sustancias adictivas como Hogar 20, Grexales, Proyecto Hombre o el Centro Provincial de Drogodependencias de Granada.
En todo caso, “no nos conformamos con ofrecer una asistencia básica. Tratamos de hacer frente a la raíz del problema, identificando las razones que han abocado a la persona a esta situación de exclusión. Cuando es posible, iniciamos y acompañamos a los usuarios en su camino de ‘reincorporación’ a la sociedad”. “Un solo caso de éxito, nos impulsa y nos fortalece para seguir mirando al futuro con optimismo”, afirma Roberto Peña.
Antonio también se levanta cada día con la ilusión de encontrar un trabajo que le permita vivir con dignidad. Y, en ello, pone todo su empeño, asesorado en centros especializados y ocupacionales como Cruz Roja o la Asociación Don Bosco. Puede recordar su lamentable experiencia como feriante por toda la provincia. “Cobraba 200 euros. Malvivía. Me tenía que duchar en un cubo, y dormía en la caseta de las fichas…”
Antonio, que también es un asiduo de la Biblioteca Pública del Salón, cuenta con una amplia red social de amistades, con las que ha forjado una relación casi de fraternidad. En su día a día, no se siente juzgado ni censurado por una circunstancia de vida que, espera, sea temporal.
(Si puedes ayudar a Antonio o a los antonios y antonias que describe este reportaje, no lo dudes. No mires hacia otro lado. Ponte en contacto con nosotros. Gracias)