Mi primo y yo
De chiquillo heredaba la ropa de mi primo, un par de años mayor que yo. Cuando a mi primo le compraban algo nuevo, sabía que después lo llevaría yo. Era como estar condenado a acarrear una identidad de segunda mano. A mi primo lo apuntaron a una cofradía semanasantera de mi pueblo y le hicieron un traje de penitente morado. Inmediatamente supe que yo acabaría apuntado a esa cofradía, más que nada porque tenía que heredar el atuendo de mi primo. Pero es que no queda ahí la cosa. Conforme pasaba el tiempo, empecé a darme cuenta de que lo que me sucedía en la vida, antes le había sucedido a mi primo. Se fue a estudiar a la capital y a los dos años justos lo hice yo. Se casó y a los dos años me casé yo. Tuvo un hijo y a los dos años lo tuve yo. Le operaron de una hernia y a los dos años me operaron a mí. Además, seguía heredando sus cosas porque un piso que se compró en el pueblo a los dos años me lo vendió a mí. También me vendió su coche porque a los dos años de tenerlo se cansó de él. Aquello era agobiante. Tanto es así que decidí no saber nada de él porque me sentía atado a sus circunstancias. Cosa que le pasaba a él al poco tiempo me pasaba a mí. Era como una avanzadilla de mi destino.
No he sabido de mi primo en mucho tiempo porque se fue a vivir al norte. Pero el otro día supe de él. Estaba con un amigo viendo la procesión del Hidráulico -es un Cristo Crucificado que para salvar los cables del tendido eléctrico de las calles le han puesto un motor que le hace tenderse y que funciona con un mando a distancia- cuando vi a un penitente con una cruz enorme a sus espaldas. Iba descalzo y sus pies arrastraban una pesada cadena. Iba mirando al suelo en señal de estar cumpliendo las más duras de las penitencias. Mi amigo me explicó que cuando alguien va así es porque está cumpliendo con una promesa o porque quiere redimirse de todos sus pecados. Al pasar por mi lado el penitente de la cruz a cuestas me miró y me hizo un mohín de cabeza a modo de saludo. “¿No lo conoces? Es tu primo, el que se fue al norte. Me han dicho que al pobre no le van muy bien las cosas”, me dijo mi amigo. Entonces yo me eché a llorar. ¿Qué otra cosa podía hacer?