La noche más tenebrosa
Sí, es cierto que Halloween es una fiesta con sabor netamente norteamericano que hemos importado para beneficio de la sociedad de consumo y la imitamos con frases artificiales que enseñamos a nuestros niños, como ese «¿truco o trato?» traducido de forma tan literal que apenas se entiende su sentido en español.
Claro que si nos remontamos al origen de esta noche de los muertos viajaríamos a las zonas celtas de Europa, especialmente a Irlanda, pero también a otros rincones del Reino Unido e incluso a Galicia, en España. Así que, en el fondo se trata de una fiesta pagana que nace en esta parte del océano y es en la otra donde la adoptan, la generalizan y la exportan como una tradición propia
Claro que si nos remontamos al origen de esta noche de los muertos viajaríamos a las zonas celtas de Europa, especialmente a Irlanda, pero también a otros rincones del Reino Unido e incluso a Galicia, en España. Así que, en el fondo se trata de una fiesta pagana que nace en esta parte del océano y es en la otra donde la adoptan, la generalizan y la exportan como una tradición propia.
Sea como fuere, hay que reconocer que es una de las pocas noches del año en la que muchos disfrutan pasando miedo, en la que dan ganas de escuchar al fuego de una hoguera una de esas historias escalofriantes que te dejan pensando acerca de su veracidad.
Yo tengo una. No la viví personalmente, pero se la contó el protagonista a una amiga mía de total confianza, de manera que doy fe de que es completamente real. Ocurrió en un hospital de Granada. Para guardar la privacidad de los personajes de este relato inventaré los nombres. El doctor Marcos Llorca era cirujano del centro desde hacía más de veinte años. Nunca creyó en Dios ni en ninguna religión, ni siquiera en la existencia del espíritu. Su mente racional siempre le condujo al lugar en el que quería estar. Y cuando, de soslayo, escuchaba alguna experiencia fantasmagórica, sonreía de lado, con cierta soberbia, porque traducía esas creencias como fruto de la incultura, la ignorancia o la falta de rigor científico.
Marcos acostumbraba a visitar a los pacientes a los que estaba a punto de intervenir para tranquilizarles, adelantarles el desarrollo de la operación e infundirles fuerza y confianza. Así lo hizo aquella mañana con Herminia, una adorable cincuentona de cabellos plateados y dulce sonrisa que se enfrentaba a una delicada intervención de corazón, para colocarle una válvula que subsanara el fallo que la aorta había comenzado a provocar. Aunque diariamente se realizaban operaciones semejantes con mucho éxito, lo cierto es que no dejaba de tener cierto riesgo para su propia vida.
—No tiene que preocuparse de nada, Herminia. Verá como la recuperación es espectacular, en unos pocos días, si todo va bien, podrá volver a casa.
—No tengo prisa. Mi marido falleció y no tuvimos hijos. Así que tengo todo el tiempo del mundo para recuperarme sola.
Unas horas después, la amable señora era conducida por un ATS al quirófano, donde aguardaba el doctor Llorca. El profesional se empleó durante las siguientes cinco horas a fondo para completar el trabajo a corazón abierto. No hubo nada que se saliera del protocolo esperado y al acabar, Herminia, aún dormida por la anestesia
Marcos no sintió pesar por esa soledad porque la mujer en absoluto la llevaba con tristeza, al contrario, parecía tan asumida que emanaba paz y satisfacción.
Unas horas después, la amable señora era conducida por un ATS al quirófano, donde aguardaba el doctor Llorca. El profesional se empleó durante las siguientes cinco horas a fondo para completar el trabajo a corazón abierto. No hubo nada que se saliera del protocolo esperado y al acabar, Herminia, aún dormida por la anestesia, fue trasladada a la Unidad de Cuidados Intensivos para que los sanitarios pudieran vigilarle en esas primeras horas de manera más estrecha.
Marcos llamó a los familiares, que habitualmente esperan al final de la intervención, pero la administrativa le comunicó que no la había nadie, así que, algo sorprendido decidió pasar por la habitación de la paciente. Muchas veces, es allí donde prefieren esperar al final de la intervención antes que hacerlo en la sala de espera de quirófanos.
Al asomarse a la estancia donde Herminia había dormido la noche anterior sin ninguna compañera, efectivamente se encontró con una mujer más joven que a la que acababa de operar pero que guardaba parecido con ella. Era rubia, de cabello ondulado y largo y con un ligero sobrepeso propio de la cuarentena. El doctor se dirigió a ella:
—Hola, ¿es usted familia de Herminia Navarro?
—Sí, soy su hermana. ¿Cómo ha ido todo?
—Muy bien. Ahora habrá que ver cómo va el postoperatorio, pero si no hay problema, en unos días podrá volver a casa.
—¡Qué bien! Es una luchadora, ¿sabe?, un verdadero ángel de la guarda. Mi hermana se merece lo mejor.
—Estoy seguro. Ahora va a necesitar mucho apoyo, me alegro de que esté con ella porque pensaba que vivía sola…
—Y así es. Pero yo me encargaré de que mejore.
El doctor se despidió y regresó a sus quehaceres sin pensar más en Herminia, que al día siguiente subió a planta y a los dos días se encontraba bastante mejor. Fue entonces cuando Marcos volvió a pasar por su habitación para examinarla. Antes de salir, al comprobar que todo estaba bien, se le ocurrió soltar un comentario
El doctor se despidió y regresó a sus quehaceres sin pensar más en Herminia, que al día siguiente subió a planta y a los dos días se encontraba bastante mejor. Fue entonces cuando Marcos volvió a pasar por su habitación para examinarla. Antes de salir, al comprobar que todo estaba bien, se le ocurrió soltar un comentario.
—Por cierto, me alegro mucho de que no vaya sola a casa porque esta intervención le va a limitar por un tiempo y necesitará ayuda.
—Bueno, en realidad, sí que estoy sola desde que mi marido murió.
—Ya, pero aún tiene a su hermana, aunque no resida con usted.
—¿Por qué dice eso?
—Cuando la operaron, estuve charlando con ella y me dijo que se encargaría de ayudarle a mejorar.
—¿Usted está seguro de eso?
—¿A qué se refiere? Por supuesto que sí, la vi, hablé con ella, una mujer rubia, un poco gordita, con melena…
Herminia alargó la mano hasta la mesita de noche, donde guardaba su cartera. La abrió y sacó una foto que tenía en el interior para entregársela al doctor.
—¿Es esta la mujer que vio?
—Efectivamente. Muy amable, por cierto.
—Pues…es mi única hermana, como dice, pero ella falleció el año pasado de un cáncer de páncreas, precisamente en este mismo hospital.
El médico casi se desvanece. Las palabras produjeron un eco en su mente que casi le dolió y tuvo que asimilar lo que le acababan de decir para reaccionar. De hecho, lo único que se le ocurrió hacer fue caminar en dirección a la puerta sin soltar una palabra. Durante varias semanas trató de encontrarle una explicación racional a su vivencia y hoy, algunos años después, ya no es el mismo: se ha convertido en un defensor acérrimo de la vida después de la vida.