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Opinión, por José Luis Martínez Clares

'Veinte años bajo Cero'

Cultura - José Luis Martínez Clares - Martes, 17 de Mayo de 2016
Si crees que ya has leído todo sobre ceronoventayuno y sus espectaculares conciertos en la Plaza de Toros de Granada, espera, aún hay más. Te ofrecemos un artículo firmado por el gran poeta (y confeso admirador de la mítica banda) José Luis Martínez Clares. Una extraordinaria reflexión que habla de sentimientos y sensaciones de los que, como el autor, asistieron al regreso de los Cero tras veinte años de espera.
Los Cero, en el concierto del pasado viernes en Granada.
Miguel Rodríguez
Los Cero, en el concierto del pasado viernes en Granada.

Banksy sospecha que hay paredes que nunca han sabido guardar un secreto: “Vuelven Los Cero”, nos gritan desde hace meses las de Granada. Era previsible la euforia colectiva, porque no hay silencio que pueda acumularse durante veinte años en las gargantas. Tal vez por eso, antes de entrar a la plaza de toros, Fran ya nos avisaba con la resignación de un don Tancredo crepuscular: “Hoy, Los Cero nos van a hacer pedazos”. ¿Cómo vencer el frío de tanto tiempo? Han sido veinte años bajo Cero, veinte años esperando que algún fuego nos convirtiese en humo y, al fin, en unos pocos minutos, cinco tipos de Granada iban a prender la maldita llama.

Nos sorprendió que a Los Cero les aguardase un escenario totalmente desconocido para ellos, uno de esos escenarios que eran, hasta ahora, patrimonio exclusivo de otras bandas más poderosas aunque menos reconocidas, un escenario de los que deslumbran con decenas de férvidas lucecitas, de los que acumulan suficientes vatios de potencia como para que se escuche la música hasta en la Maracena mitológica del noventa y seis, de los que colocan pantallas en sus laterales sólo para que el Pitos pueda lucir, mejor que nunca, su elegante compostura albaicinera.

Antes de comenzar, entre cervezas, sobre el albero donde tantas veces se ha mascado la tragedia, Juanjo nos sugirió que veinte años no son nada. Pero no es cierto, amigo. Hace veinte años, la calle era nuestra única red social, una red con miles de usuarios dispuestos a acodarse sin miramientos en garitos de mala muerte, una red de jóvenes que nos alimentábamos con canciones de la peor calaña y que, cada noche, esperábamos el amanecer abrazados a la zozobra. Aquellos muchachos de los ochenta alcanzamos el final del milenio sin saber muy bien qué había sido del siglo XX, y nunca -os lo aseguro- nos calzamos unos zapatos de piel de caimán para poder, así, compartir nuestra derrota con Los Cero. Quizás por eso los sintamos tan nuestros, porque nadie ungido por el éxito podría haber encontrado refugio entre nosotros. “Veinte años no son nada”, seguían insistiendo algunas voces, pero hace veinte años José Antonio García, el Pitos, aún tenía la sana costumbre de seguir cumpliéndolos cada doce meses y nosotros todavía no habíamos necesitado ningún intérprete de sueños.

Jamás se abusó tanto de la camaradería. En el coso, los asistentes multiplicábamos por quince los habitantes de mi pueblo. Julián, que llegó unas horas antes desde Valencia para darlo todo, lo tuvo claro desde los primeros compases: “Es imposible. Yo no puedo estar a vuestra altura. Los tenéis grabados en el corazón”. Después de tanto tiempo hablándoles a las estatuas, había llegado el momento de gritar cada una de las letras, de rasgar nuestras guitarras imaginarias secundando los riffs apasionantes de los hermanos Lapido, de sacudir las cabezas al son de la de Jacinto Ríos, de soltar las cervezas para agarrar las baquetas de Tacho y seguir, de este modo, como tú, como todos, en el laberinto. Y allí estábamos, ante Los Cero, olvidando por momentos que ahora somos unos respetables padres de familia, pisando torpemente una parte sin culminar de nuestro pasado, apenas rozando el presente con las yemas de recuerdos imprecisos, aunque para ello hayamos tenido que aprender, a marchas forzadas, lo que son un setlist y un sold out. Qué remedio, ya nos avisó Visconti de que, a veces, para que todo siga igual, es necesario que todo cambie.

Ah, la vida que mala es… No recuerdo en qué escena de Ninotchka se afirma que “nadie puede ser tan feliz sin ser castigado por ello”. Aún no habían acabado los bises, pero en mi cara -y en la tuya, Raúl- ya se dibujaba una expresión amarga, la sonrisa del que intuye que nos acecha amenazante el final de este año Cero, del que sabe que, en un rato, al llegar a cualquier garito de Pedro Antonio, alguien hurgará en nuestra herida, con el pragmatismo de quien sabe perfectamente cómo acaban los sueños, y nos preguntará: “Bueno, ¿ya os habréis despedido de Los Cero?”. Nunca he tenido una respuesta contundente para algo así, pero ellos -Los Cero-, por si acaso, hace tiempo que nos regalaron su epitafio, un epitafio que podría valer para cualquiera de nosotros: “No os olvidéis de regar mis gardenias”. Prometido: las cuidaremos: otros veinte años bajo Cero.



José Luis Martínez Clares  (Granada, 1972). Autor de los libros de poesía “Palabras efímeras” (2010) y “Vísperas de casi nada” (2011), y del libro de crónicas "Versos para descreídos" (2013). Ganador del VII Premio “Águila de Poesía” de Aguilar de Campoo (2011), y del VIII Premio de Poesía "Federico Muelas" de Cuenca (2016) con el poemario "Lo que mirarán tus ojos", que publicará proximamente Ediciones Vitruvio.

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