Hay que reconocerle a Juanma Moreno Bonilla un talento indiscutible: el arte de convertir la tragedia en un problema de marketing. Mientras cientos de mujeres enfermas de cáncer de mama reclaman la verdad sobre unos cribados fallidos -“somos más de 300, no 23”, dicen ellas mismas-, el presidente de la Junta se lamenta de haber perdido seis puntos en intención de voto. No de haber perdido credibilidad, ni de haber perdido vidas, ni de haber perdido la confianza en la sanidad pública. No. Lo que le duele es el arañazo en las encuestas. El drama humano se reduce a una variable electoral. Y él, pobrecito, se presenta como víctima.  

La ironía es tan gruesa que parece escrita por un guionista de sátira política: un presidente que, en lugar de pedir perdón, se compadece de sí mismo porque su popularidad se resiente

La ironía es tan gruesa que parece escrita por un guionista de sátira política: un presidente que, en lugar de pedir perdón, se compadece de sí mismo porque su popularidad se resiente. Como si la política fuese un concurso de simpatía y no un ejercicio de responsabilidad. Como si las mujeres afectadas fuesen un daño colateral, un número en una hoja de Excel.  

Mientras tanto, Andalucía vuelve a estar por debajo de la media de gasto sanitario por habitante. Los pacientes de hospitales públicos son citados de madrugada en centros privados para hacerse pruebas diagnósticas, como si la salud fuese un reality nocturno. La dependencia se arrastra, la educación pública se erosiona, y la sanidad se externaliza con la elegancia de un prestidigitador que sonríe mientras te roba la cartera.  

Y, sin embargo, según el CENTRA, el PP rozaría la mayoría absoluta. Es decir, casi la mitad de los andaluces parecen más seducidos por las “suaves maneras” y la sonrisa de Bonilla que preocupados por la demolición de sus servicios públicos. El envoltorio importa más que el contenido. El caramelo, aunque.con un colorido envoltorio está totalmente vacío

Pero lo mejor estaba por llegar. Con el eco del “me too” socialista atronando a la sociedad española, Moreno Bonilla se descuelga con una entrevista en la que afirma que “la erótica del poder” existe y que, como presidente, se le arriman “niñas muy monas”, lo que enfada a su mujer. El comentario, con su repugnante poso machista, es un monumento a la frivolidad. No solo trivializa el poder, sino que reduce a las mujeres a ornamento, a accesorio de su ego presidencial. La erótica del poder, dice. La erótica de la estupidez y la prepotencia más bien.  

La paradoja es brutal: mientras Vox capitaliza el desgaste del PP en la crisis de los cribados, Moreno Bonilla se parapeta en su imagen de moderado, en su sonrisa falsa, en su tono de vecino amable. Pero detrás de esa fachada se esconde un modelo que arrasa con lo público y convierte derechos básicos en mercancía. La erótica del poder, sí, pero del poder que se ejerce contra los más vulnerables, disfrazado de falsa cercanía y buenas maneras.  

El sarcasmo se escribe solo: un presidente que presume de que se le arriman “niñas monas” mientras cientos de mujeres enfermas reclaman dignidad

El sarcasmo se escribe solo: un presidente que presume de que se le arriman “niñas monas” mientras cientos de mujeres enfermas reclaman dignidad. Un presidente que se lamenta de perder seis puntos en las encuestas mientras la sanidad pública se desangra. Un presidente que sonríe mientras externaliza, recorta y privatiza.  

Si algún día se escribiera el epitafio político de Juanma Moreno Bonilla, podría rezar así: “Aquí yace un presidente que confundió la empatía con la estadística, la igualdad con un chiste zafio de sobremesa y la sanidad pública con un negocio nocturno. Gobernó con sonrisa amable, mientras desmantelaba lo común. Fue querido por algunos, aunque nunca quiso cuidar de todos.”  

Y ahí está la tragedia: que la democracia, en su versión más cruel, permite que la anestesia de una sonrisa pese más que la crudeza de los hechos. Que el envoltorio seduzca más que la sustancia y que las mentiras se conviertan en realidad política.

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Agustín Martínez