Anna von Hausswolff pasa del terror al éxtasis

Diría que una de las muestras de admiración por un artista más honestas que puede haber es que te tomes la molestia de avisar a otros fans de que tiene música nueva. Indica, no solo que te gusta su música, sino que quieres compartir ese disfrute con otras personas; que su obra forma parte de tu vida, no ya como algo que escuchas por tu cuenta, sino como un puente que te conecta con otras personas. Por eso me hizo mucha ilusión recibir, hace unas semanas, un mensaje de mi amigo Aitor (del que también he hablado por aquí alguna vez) avisándome de que Anna von Hausswolff sacaba disco. Esta cantante y compositora sueca entró en mi radar, como en el de Aitor y el de tanta otra gente, con su cuarto álbum, Dead Magic (2018), una de las obras más oscuras y originales que escuché en la pasada década.
ICONOCLASTS, dentro de lo experimental de su propuesta, resulta de lo más accesible, con melodías sorprendentemente pegadizas y un tono mucho más luminoso.
El ingrediente sonoro que define la música de von Hausswolff es el órgano (aquel disco lo grabó usando el de la espectacular Iglesia de Mármol de Copenhague), pero lo que la hace fascinante es su forma de utilizarlo dentro de una estética gótica, por lo cual se la ha encuadrado dentro del neoclassical darkwave de gente como Dead Can Dance. Pocas canciones he escuchado que me despierten las mismas emociones que “The Mysterious Vanishing of Electra”, con esos ritmos de marcha fúnebre y los escalofriantes gritos de von Hausswolff que me hielan la sangre. Sin embargo, su siguiente trabajo, All Thoughts Fly (2020), no me interesó tanto: consistía en siete composiciones para órgano, y aunque hubiera texturas y desarrollos curiosos, al renunciar a las letras y a las estructuras compositivas del pop, carecía del gancho del anterior LP. Cinco años después, no sabía qué esperar de su nuevo álbum, pero parece que la sueca hubiera escuchado estas quejas, porque ICONOCLASTS, dentro de lo experimental de su propuesta, resulta de lo más accesible, con melodías sorprendentemente pegadizas y un tono mucho más luminoso.
Aunque lo más llamativo del disco puede que sea el protagonismo de otro instrumento distinto al órgano
Aunque lo más llamativo del disco puede que sea el protagonismo de otro instrumento distinto al órgano. La base de un buen número de estas canciones la forman los saxofones (a menudo de dos en dos) de Otis Sandsjö, cuyo expresivo estilo impacta aún más gracias a la forma de grabarlos, con el micrófono muy cerca: en temas instrumentales como la inicial “The Beast” o la transicional “Consensual Neglect”, se pueden oír tanto las llaves del saxofón al ser pulsadas como incluso la respiración de Sandsjö. Junto a estos saxofones y, por supuesto, al órgano de von Hausswolff, también abundan aquí los clarinetes, las guitarras eléctricas, el bajo, los sintetizadores, las campanas tubulares y las cuerdas, que componen una paleta sonora más rica que en trabajos anteriores. La combinación de estas nuevas texturas con el tono emocional más expansivo antes mencionado llevan a ICONOCLASTS por terrenos novedosos para la artista, una especie de cruce entre el post-rock triunfal de unos Sigur Rós y al art pop con querencias experimentales de Björk o su idolatrada Kate Bush.
En cualquier caso, von Hausswolff no quiere que nos acomodemos: inmediatamente después llega el mastodonte que es “The Iconoclast”
Esta vena más pop se hace evidente ya en el segundo corte, “Facing Atlas”, cuyos momentos finales, tan eufóricos, me descolocaron al principio, pero me conquistaron rápidamente con las escuchas. En cualquier caso, von Hausswolff no quiere que nos acomodemos: inmediatamente después llega el mastodonte que es “The Iconoclast”, cuyos más de once minutos nos llevan por todo tipo de subidas y bajadas de intensidad, momentos casi de claustrofobia sonora y otros de engañosa serenidad, antes de un final que tiene algo de oración, con von Hausswolff haciéndose unos precios coros a sí misma. Eso sí, enseguida vuelve al terreno del pop con “The Whole Woman”, un dueto algo desconcertante con Iggy Pop que pretende ser un homenaje al pop vocal clásico. Por desgracia, diría que es claramente la canción que peor funciona en el álbum, y no solo por lo ajada que suena la voz de Iggy: hay algo ligeramente inquietante en la aproximación a este tipo de música de la sueca, algo que no encaja. En cambio, tiene bastante éxito al hacer su propia versión orquestal de un hit de pop ochentero en “Aging Young Women”, donde la acompaña una estupenda Ethel Cain.
No obstante, diría que el momento cumbre de estos flirteos con el pop es “Stardust”, donde el inteligente desarrollo de la composición y el excelente control de las dinámicas a lo largo de sus casi siete minutos hacen que el extático final sea especialmente efectivo. Precisamente en ese último tramo la voz de von Hausswolff adquiere un mordiente que la hace brillar más que nunca; aunque, a decir verdad, consigue resultar hipnótica en todo el disco, ya opte por una dulzura etérea o por una dureza vigorosa. Dicho todo lo cual, el verdadero momento cumbre del álbum tiene menos de pop que de jazz rock: “Struggle with the Beast” es un tema monumental, una explosión de sonido, donde todos los instrumentos antes mencionados aparecen en su versión más pasional e incendiaria. Según ha declarado la artista, esta canción se inspira en el brote psicótico que sufrió una amiga suya, y esto se refleja en la forma de tocar de los músicos, enérgica y tensa, como si a la canción, y a su psique, estuvieran a punto de saltársele las costuras. Esa furia te atrapa y no te suelta, dando lugar a una de las canciones más memorables de este 2025.
Realmente, más allá de esa canción algo fallida con Iggy Pop, el único defecto que le encuentro al disco es que muchas de sus canciones instrumentales son muy largas, y muchas se concentran hacia el final
Realmente, más allá de esa canción algo fallida con Iggy Pop, el único defecto que le encuentro al disco es que muchas de sus canciones instrumentales son muy largas, y muchas se concentran hacia el final. Justamente “Struggle with the Beast” está rodeada de ellas: la precede “Consensual Neglect”, un bonito interludio de saxofón y órgano que alcanza los cinco minutos, y la sigue “An Ocean of Time”, una pieza de siete minutos más cercana al ambient hecha en colaboración con Abul Mogard; eso son doce minutos que, en cierto modo, aíslan a la mejor canción del álbum. Después de todo esto llega la preciosa “Unconditional Love”, con esas melodías descendentes de vientos y cuerdas que realzan los “until we fall” que cantan a coro Anna y su hermana Maria, y pareciera que no podría haber una mejor conclusión para el disco... pero entonces suena “Rising Legends”, una especie de coda con órgano y sintes que es agradable, pero prescindible. Se trata, con todo, de un problema bastante menor: ICONOCLASTS es un nuevo triunfo para von Hausswolff, en un registro muy diferente, que la confirma como una de las artistas más singulares de la música actual. Gracias, Aitor, por recordármelo una vez más.
Puntuación: 8.5/10
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