'Antonio Rosales, Enrique Santaella y Juan Lorente. Los enfermeros de la Diputación de Granada asesinados en Víznar (I)'
Es 8 de abril de 1938, Miguel Rosales Machado está en algún punto del territorio español movilizado obligatoriamente con el Ejército sublevado, 17 curas confesaban ese día a la tropa, pero a él solo le ocupa el recuerdo de su padre asesinado en 1936 en el barranco de Víznar.
Un hecho acontecido en el Hospital de San Juan de Dios será determinante en la situación de Antonio Rosales Ruiz enfermero desde 1929 de esta institución[2]. Estando atendiendo a un herido se presentó alguien que le exigió a él y al médico que dejaran morir al “rojo”. Como dice su nieto Alejandro: “Ambos, como manda el juramento hipocrático, hicieron su trabajo con honor”, a pesar de recibir amenazas de muerte. Al día siguiente el médico advirtió a Antonio para que no volviera ese día al trabajo por el peligro que corría, él sostenía que no había hecho nada y por tanto no tenía nada que temer.
Pero el trágico destino de Antonio Rosales está entrelazado con el de otros compañeros; Enrique Santaella Puga[3], enfermero también de San Juan de Dios y Juan Lorente Lorente[4], enfermero del Hospital San Lázaro, que, junto a José Jiménez García[5], formaban parte de la Junta Directiva Sociedad Obrera “La Sanidad” adscrita a la Unión General de Trabajadores[6]. Todos detenidos, sabemos que Antonio Rosales Ruiz es llevado a comisaria el día 29 de agosto.
Josefa Téllez, mujer de Juan Lorente, describe estas detenciones, llevadas a cabo por “Agentes de la Autoridad” que tuvieron lugar a finales de Julio de 1936: “Como viera que mi marido no venía a casa me apresuré a ir al Hospital, para informarme de las causas que motivaban su ausencia, y entonces pude comprobar que, en unión de otros empleados del referido Hospital, había sido detenido y conducido a la Comisaría de Vigilancia de esta capital, donde permaneció algún tiempo, pasando después a la cárcel de Granada (..).[7]”
“Habiendo sido detenidos por la Autoridad Gubernativa como sospechosos (..) acuerda suspender a todos de empleo y sueldo, debiendo comunicarle al Interventor sus efectos"
Estas son corroboradas por un documento de 10 de agosto de 1936 de la Comisión Provincial en la que se dice que “Habiendo sido detenidos por la Autoridad Gubernativa como sospechosos (..) acuerda suspender a todos de empleo y sueldo, debiendo comunicarle al Interventor sus efectos.”[8] La resolución aparecerá en el BOP de 15 de agosto del mismo año. Han comenzado las primeras depuraciones en la Diputación de Granada.
SESIÓN DE LA COMISIÓN PROVINCIAL DE 10 DE AGOSTO DE 1936
Habiendo sido detenidos por la Autoridad Gubernativa como sospechosos, Melchor Pulido Guzmán, vigilante de personal subalterno, Ramon Ramos Robles, Portero, Fernando Martin Jiménez, Ayudante de cocina, Juan Martin García, enfermero, Enrique Santaella Puga, enfermero, José Jiménez García (mayor) enfermero, José Jiménez García (menor), enfermero, y Antonio Rosales Ruiz, enfermero, todos ellos del Hospital de San Juan de Dios, así como José Sánchez Medina, mecánico, Juan Lorente Lorente, enfermero y Tomas Torrente Rueda, Ordenanza de la Administración, pertenecientes al Hospital de San Lázaro.
La COMISIÓN ACUERDA suspender a todos de empleo y sueldo, debiendo comunicarle al Interventor sus efectos.
EL SECRETARIO 13 DE AGOSTO DE 1936-Cumplido el anterior acuerdo.
El acuerdo se publicará en el BOP en forma de extracto el día 15 de agosto de 1936
Según relataría años después a su nieta, tras la detención de Enrique Santaella, su mujer María Jiménez que había trabajado como enfermera del Hospital de San Juan de Dios[9], se dirigió a la comisaría con una amiga y allí lo encontró. Este al ver a su hijo Enrique “le dio tal abrazo que le dejó marcas”. Embarazada de su segundo hijo, Juan, estuvo acercándose a la cárcel Provincial a llevarle víveres hasta que a finales de agosto le dijeron que ya no estaban allí. Desesperada, llorando y gritando salió decidida a saber qué había ocurrido con su marido.
Enrique, antes de morir, había entregado el reloj, el anillo y la foto de su hijo y de su mujer a uno de sus captores para que se los diera a su familia. Tras el fusilamiento las fotos serían quemadas al pie de un olivo guardándose el asesino el reloj y el anillo
Días más tarde coincidiría en el Zacatín con un compañero vigilante del Hospital a quien suplicó que le diera noticias de su marido, este le confirmó que se lo habían llevado a fusilar a Víznar. Enrique, antes de morir, había entregado el reloj, el anillo y la foto de su hijo y de su mujer a uno de sus captores para que se los diera a su familia. Tras el fusilamiento las fotos serían quemadas al pie de un olivo guardándose el asesino el reloj y el anillo.
Fueron varias las visitas que recibió de las autoridades para revolver y registrar su casa, sin duda, buscando información subversiva con la que justificar el asesinato de quien era el vicesecretario del sindicato “La Sanidad”.
Antonio Rosales y Enrique Santaella Puga serían fusilados, el día 24 de agosto de 1936. Según contaría María Alcalá Castillo, una de las testigos en el expediente fuera de plazo de Antonio, ella “fue al campamento de prisioneros de Víznar acompañada de María Jiménez Flores (esposa de Enrique Santaella) y en un pequeño barranco próximo a la carretera de dicho pueblo vieron cinco cadáveres[10]".
¿Estaban entre esos cinco cadáveres los de Juan Lorente, José Jiménez García y su hijo? Sabemos que Josefa Pérez declaró que su marido permaneció en la cárcel “por espacio de veinte días aproximadamente y a esta iba yo a llevarle alimentos y correspondencia a diario, pero pasada esta fecha un día me dijeron que allí no se encontraba e ignoraban el paradero (..)” y por las declaraciones del masón Antonio Mendoza Lafuente que hizo las funciones de enterrador en Víznar: “Al ser de día nos montaron en tres coches y nos llevaron al barranco. Esto ya era el día 25, allí enterramos a 17, entre ellos un maestro de Pinos Genil; a dos enfermeros de San Juan de Dios; padre e hijo (..)”.[11]
Ahora sabemos, tras un seguimiento en los padrones municipales desde 1.905 que José Jiménez García tenía 60 años, estaba casado con Encarnación García González, y tuvieron dos hijos, Encarnación, y José Jiménez García (menor) de 23 años. No nos cabe duda de que a ellos dos se refiere la cita de Antonio Mendoza.
La suerte de sus mujeres e hijos sería muy dispar
Para Josefa Téllez, esposa de Juan Lorente, la vida fue un camino lleno de “espinas y abrojos” que solo sus hijas le ayudarían a sobrellevar y que le pasarían factura en forma de enfermedad mental al final de sus días.
Se quedó sin trabajo al enterarse sus empleadores de la “desaparición” de su marido y tuvo que buscar otro gracias al que pudo dar de comer a sus hijas. La mayor, Paquita, moriría con 28 años en el mismo pabellón de antituberculosos en el que había trabajado su padre. Mercedes murió también tempranamente. Ángeles, la mediana, se colocó con siete años en el negocio de unos familiares y falleció, hace apenas unos meses, recordando en sus últimos momentos al padre arrebatado violentamente de su vida.
María Jiménez, esposa de Enrique Santaella, dará a luz a su segundo hijo y pasará una temporada vendiendo higos chumbos en Puerta Real frente a la sede de la Falange. Mujer de gran belleza, más de una vez tuvo que zafarse del acoso de los falangistas con los que se encaró. Mientras trataba de salir adelante sus hijos estaban internos en el colegio de San Rafael. Años más tarde volvería al Hospital como cocinera.
Un día el pequeño Enrique se perdió, no tendría más de 5 o 6 años, según contaría el niño cuando lo encontraron, se había subido a un tranvía “para ir a buscar a su padre”. Enrique heredó esa inquietud paterna por la participación ciudadana y siempre trató de ayudar a su comunidad.
Mientras Presentación Machado, esposa de Antonio Rosales, sufrió un durísimo golpe al ser reclutado forzosamente su hijo Miguel incorporándose al ejército sublevado. Partió hacia la guerra el 8 de diciembre de 1937.
En 1953 Miguel, convertido en enfermero como su padre, decidió emigrar a Argentina. Según le diría a su hijo Miguel Rosales para escapar de esa España que sentía como una “cárcel”, buscando la libertad que habían perdido. Le seguiría su hermano Antonio. Veinte días antes del viaje fallecería su madre Presentación.
Nunca olvidaría su país ni su Granada a la que volvería muchos años después. Pero esta es otra historia.
Las dos imágenes superiores corresponden al Hospital San Juan DiosPabellón de tuberculosos. Fachada principal y jardines.Solarium de mujeres.
Todas estas imágenes han sido extraídas del Archivo Fotográfico de Beneficencia.
No hay palabras para dar las gracias al Archivo de la Diputación de Granada, especialmente a Álvaro Ortega, Ángela Congost y su directora Pilar Parra Arcas por la atención y ayuda que me han prestado para este artículo.
Citas bibliográficas:
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[1] Rosales Machado, Miguel. Memorias 1937-1939. Pag. 1
[2] AHDPG, Libro de Personal 1928-1929
[3] AHDPG, Expediente Enrique Santaella Puga
[4] AHDPG, Expediente Juan Lorente Lorente
[5] AHDPG, Expediente José Jiménez García (mayor)
[6] El Defensor de Granada, 12-01-1932, pág. 1.
[7] ACHGR, Expediente fuera de Plazo Juan Lorente Lorente
[8] AHDPG, Libro de Actas de la Diputación de Granada. Acuerdo de 10 de agosto de 1936.
[9] AHDPG, Expediente de María Jiménez Flores.
[10] ACHGR, Expediente fuera de Plazo de Antonio Rosales Ruiz.
[11] Molina Fajardo, Eduardo. Los últimos días de García Lorca. Granada, 1983. Pág. 258.
[12] Rosales Machado, Miguel. Memorias 1937-1939
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Para que nunca se olvide. Para que nunca se repita.
En colaboración con y las asociaciones memorialistas de la provincia de Granada.
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