'La esclavitud en Granada'
Nacen presos y ni siquiera se les permite salir de las cuatro paredes que conocen al abrir los ojos por primera vez, carecen de atención sanitaria y sólo son retirados cuando fallecen y permanecen en mitad de la nada, no se mueven en toda su vida más de unos metros, si acaso, y a veces mueren de un ataque al corazón por intentar caminar algunos pasos más de los que están acostumbrados; habitan hacinados, rodeados de deshechos, en condiciones lamentables, sin ver la luz del sol, como si fueran una lata de conservas a la espera de ser abierta para comerla y no se quejan, no hacen manifestaciones ni cuentan con mucha gente que les apoye; ni siquiera se plantean que la vida sea algo diferente de ese malestar continuo que solo acaba con el sacrificio, en medio de gritos ensordecedores que, no obstante, son el preámbulo de su descanso definitivo después de tanto sufrimiento tácito. Es lo que viven muchos de los animales que se crían en enormes granjas porcinas o avícolas con el único fin de que su carne sea lo suficientemente asequible de precio como para que los consumidores nos podamos hacer con ella.
Se trata de un sometimiento continuado al que ninguno hacemos caso porque a todos nos interesa, aunque prefiramos no verlo en directo, que una cosa es saber que los matan para que nos los comamos y otra distinta, asistir al penoso espectáculo de su sacrificio o de una vida de carencias, limitada a unos metros cuadrados para cada animal
Se trata de un sometimiento continuado al que ninguno hacemos caso porque a todos nos interesa, aunque prefiramos no verlo en directo, que una cosa es saber que los matan para que nos los comamos y otra distinta, asistir al penoso espectáculo de su sacrificio o de una vida de carencias, limitada a unos metros cuadrados para cada animal.
Yo he tenido la oportunidad como periodista de visitar algunas granjas porcinas o de terneras en las que he de reconocer que apenas se veían las consecuencias de esos malos tratos, al fin y al cabo no todos los ganaderos son iguales. Hay que distinguir el trigo de la paja: hay profesionales que aman a sus animales, les ofrecen una vida digna en un terreno acotado pero suficiente para ver la luz del sol y caminar o comer hierba y hay grandes ganaderos que se limitan a sacar el máximo rendimiento con el mínimo esfuerzo e inversión y mantienen constreñidos a sus animales sin importarle que se piquen unos a otros hasta la muerte, que engorden sin moverse del sitio porque no pueden, y que se vuelvan locos antes de ser sacrificados. Solo hay que ver el color de los pollos que se compran en cualquier hipermercado a menos de tres euros por kilo: su piel es pálida, su carne grasa y acuosa, su tamaño: estándar.
Recuerdo cuando era un niño que mis padres criaban a sus gallinas en una pequeña chabola con huerta y las alimentaban con maíz y productos naturales, les permitían salir a diario por el exterior y cuando estaban encerradas disponían de espacio suficiente para moverse sin problemas porque no había más de media docena y tenían la paciencia suficiente de cuidarlas hasta que cogían el tamaño adecuado y entonces las sacrificaban. Aquellos pollos enormes tenían la carne oscura, más dura, más fibrosa, pero exquisita; sus proporciones variaban en función de la naturaleza de cada cual, pero siempre crecían mucho más que cualquier pollo del supermercado; y sí, como niño que era, lloraba cada vez que me enteraba de que habían matado a uno de ellos, pero después acababa comiéndomelo.
Nos hemos acostumbrado a mirar hacia otro lado cuando nos cuentan que ese tipo de empresas ofrecen trabajo y sirven para abaratar precios y costes de producción, pero ¿merece la pena esclavizar a cerdos, pollos, pavos, terneras, corderos y demás animales aptos para convertirse en comida únicamente para ahorrarnos dinero?
Hace poco supimos que Granada cuenta con dos de las macrogranjas porcinas más contaminantes del país: en La Puebla de Don Fadrique y Castilléjar, ambas pertenecientes a El Pozo. Estamos hablando de más de un millón de cerdos al año entre las dos, con emisiones de casi 900 toneladas de metano y 350 de amoniaco. Por supuesto, fue autorizada, en 2005, así que no se puede combatir su legalidad; además, no son las únicas. Nos hemos acostumbrado a mirar hacia otro lado cuando nos cuentan que ese tipo de empresas ofrecen trabajo y sirven para abaratar precios y costes de producción, pero ¿merece la pena esclavizar a cerdos, pollos, pavos, terneras, corderos y demás animales aptos para convertirse en comida únicamente para ahorrarnos dinero?
¿Imaginan que hubiera granjas caninas para el consumo humano? Solo pensarlo nos parece abominable y se nos hiela la sangre al imaginar que nuestras mascotas pudieran sufrir las condiciones de vida que algunos de sus colegas de otras especies animales se ven obligados a padecer únicamente por haber nacido como especie apetitosa para el hombre
¿Qué ocurriría si comiéramos perros, como sucede en otras partes del mundo? ¿Imaginan que hubiera granjas caninas para el consumo humano? Solo pensarlo nos parece abominable y se nos hiela la sangre al imaginar que nuestras mascotas pudieran sufrir las condiciones de vida que algunos de sus colegas de otras especies animales se ven obligados a padecer únicamente por haber nacido como especie apetitosa para el hombre.
Podríamos presionar en lo posible para que las Administraciones se encargaran de ser más estrictas a la hora de vigilar las condiciones en las que viven estos pobres animales antes de ser sacrificados, pero todos sabemos que para que el precio en el mercado no suba es necesario hacer la vista gorda. Así que la única forma por parte de los consumidores de limitar esta esclavitud indiscriminada, si de verdad nos importa, es reducir el consumo de carne, lo cual por cierto está indicado para evitar enfermedades como el cáncer, y estirarnos algo más a la hora de comprarla para asegurarnos de que el animal ha vivido en las condiciones idóneas, incluso al hacernos con sus derivados: leche, huevos, queso… deberíamos exigir que se consiguieran de forma natural, sin instigarles o estimularles artificialmente para que produzcan más en el mismo tiempo.
Yo sé que el equilibrio natural se basa en la muerte de unas especies animales a manos de otras: el zorro se come a las ovejas, el león acaba con algunas cabras y el hombre arremete contra todo lo que puede para comerlo o tirar lo que le sobra; la diferencia es que los primeros cazan cuando tienen hambre y los humanos compramos cuando está en oferta sin el más mínimo esfuerzo para hacernos con él; por eso, muchas veces, acaba en la basura sin ser ingerido.
Granada se distingue por paisajes increíbles, Sierra Nevada, La Alhambra, El Generalife, el Parque de las Ciencias, por unas tapas generosas especialmente en los pueblos, por la amabilidad de su gente y sus playas, el sol, el flamenco, el arte, la literatura… pero, desde luego, nunca se me pasaría por la cabeza incluir entre sus lugares emblemáticos a estas dos macrogranjas porcinas que más bien son la otra cara de la moneda, esa que es mejor esconder para no alarmar, pese a que esto suponga la esclavitud de millones de animales.