'Ramper enfrentan sus miedos en su monumental segundo disco'
Jeff Rosenstock, “Perfect Sound Whatever”
Hace casi exactamente cuatro años que escuché por primera vez a Ramper. Su disco de debut, Nuestros mejores deseos, salió en marzo de 2020, una semana antes de empezar el Estado de Alarma por la pandemia, pero yo tardé unos meses en descubrirlo. Cuando lo hice, fue toda una sorpresa: su amalgama de post-rock y slowcore con toques de shoegaze y doom era emocionante y, sobre todo, original, propia. Se notaba desde el principio, con esa tormenta de ruido que inauguraba el álbum, que la prioridad de Joserto, Antonio, Ángel y Álvaro era seguir su visión, su instinto, más allá de convencionalismos, incluso los de los propios géneros de los que bebían. Pese a los defectos propios de una ópera prima, para mí no había duda de que se trataba de un LP importante, que apuntaba a un futuro prometedor. Por eso me dejó algo perplejo que, al entrevistarlos un año más tarde, se mostraran bastante críticos con él. De hecho, a raíz de los sinsabores que les quedaron al no poder plasmar sus ideas en el estudio, habían cambiado por completo su forma de trabajar en el local de ensayo. Esa fue la primera vez que pude ver el perfeccionismo que los caracteriza.
Ese perfeccionismo es el que explica, en gran medida, que su segundo disco se haya demorado tanto. En el tiempo que ha transcurrido, me he hecho amigo de estos cuatro y de su círculo. He podido seguir de cerca este trabajoso parto. Han sido años componiendo las canciones a fuego lento, añadiendo, cambiando, incluso descartando partes o temas enteros
Ese perfeccionismo es el que explica, en gran medida, que su segundo disco se haya demorado tanto. En el tiempo que ha transcurrido, me he hecho amigo de estos cuatro y de su círculo. He podido seguir de cerca este trabajoso parto. Han sido años componiendo las canciones a fuego lento, añadiendo, cambiando, incluso descartando partes o temas enteros. A eso hay que añadir los casi doce meses entre el momento en que iniciaron la grabación, aún sin el apoyo de un sello, y el momento en que se envió a fábrica, ya firmados por Humo Internacional. He seguido las constantes idas y venidas, las discusiones obsesivas respecto al tracklist, a las mezclas, a cada detalle; los retrasos y accidentes con la grabación y el artwork. Por momentos ellos mismos decían, medio en broma, medio en serio, que no estaba claro qué se acabaría antes: si el disco o el propio grupo. La verdad es que aun hoy, una semana después de que haya salido Solo postres, no tengo del todo claro que estén contentos con el álbum. O más bien, no tengo claro qué significa, para Ramper, estar satisfechos con algo que han hecho.
El grupo ha llevado su maestría en el control de las dinámicas a otro nivel, descartando por completo el crescendo lineal e incorporando cambios de volumen más sutiles y progresivos y también otros más bruscos y extremos, empleando además una mayor diversidad de texturas
Por mi parte, estoy alucinado. Estos días me he acordado de algo que me dijo mi amigo Edu, otro gran admirador de estos cuatro, acerca del último disco de Fiona Apple. Estábamos tratando de poner en palabras el salto cualitativo que había supuesto Fetch the Bolt Cutters respecto al también excelente The Idler Wheel...,y Edu dijo que escuchar el nuevo álbum, con su sonido tan intrincado y cálido a la par que aparentemente sencillo y azaroso, había hecho que el otro le pareciera de juguete en comparación. De manera similar, Solo postres hace que Nuestros mejores deseos parezca un juego de niños. El tiempo (y el dinero) dedicado a la producción ha dado sus frutos: las grabaciones de este álbum tienen mucha más profundidad, y en ese espacio Ramper han creado todo un universo lleno de vida, de leyendas, de personajes, de lore. No solo eso: las propias canciones son mucho más complejas. Por un lado, evolucionan de maneras más creativas a pesar de ser, en general, menos lineales, con más pasajes recurrentes y hasta estribillos. Por otro lado, el grupo ha llevado su maestría en el control de las dinámicas a otro nivel, descartando por completo el crescendo lineal e incorporando cambios de volumen más sutiles y progresivos y también otros más bruscos y extremos, empleando además una mayor diversidad de texturas. Como guinda, Álvaro canta con mucha mayor seguridad y su voz (a menudo doblada) está mejor mezclada.
Sus siete canciones, casi todas entre los 9 y los 13 minutos, tienen muchas conexiones entre sí, y de muchos tipos. Si nos guiamos por el sonido, los dos primeros cortes y los dos últimos están bastante emparentados, mientras que el tercero, cuarto y quinto se aventuran en terrenos más novedosos, con mayor presencia de instrumentación sintética
Todo ello hace de Solo postres una versión en 3D y a todo color de lo que en Nuestros mejores deseos apenas era un bosquejo a lápiz, algo donde se pueden percibir aún todas las influencias (Godspeed You! Black Emperor, Low, Swans, Xiu Xiu, Black Country, New Road), pero que las trasciende para convertirse en algo propio. Pero, ¿qué contiene el dibujo? Hay varias maneras de responder a esta pregunta, porque hay varias maneras de subdividir el álbum, según el punto de vista. Sus siete canciones, casi todas entre los 9 y los 13 minutos, tienen muchas conexiones entre sí, y de muchos tipos. Si nos guiamos por el sonido, los dos primeros cortes y los dos últimos están bastante emparentados, mientras que el tercero, cuarto y quinto se aventuran en terrenos más novedosos, con mayor presencia de instrumentación sintética (como anticipaba su single de abril pasado, “Murga para Jamie”), si bien cada uno en direcciones diferentes. No obstante, a nivel temático y lírico, es obvio que el disco se abre con un tríptico: “Un miembro fantasma”, “Día estrellado” y “Reina de farolas”. Las tres letras están compuestas por Álvaro; hay varios versos y palabras, además de melodías, que se repiten e intercambian entre los tres temas. La historia que cuentan parece ser la de una relación de miedo y devoción por algo indefinido, pero poderoso y terrorífico; ese “miembro fantasma”, esa mano o brazo, que reaparece una y otra vez para atormentar al protagonista, bañado en una luz sobrenatural, astral, y acompañado de una canción “sin palabra, voz o emoción”.
De la mano de las siniestras letras pobladas tanto de ángeles y estrellas como de carne y sudor, el paisaje que dibujan estos dos cortes es una especie de gótico andaluz, un mundo asfixiante pero extrañamente seductor, fantástico a la par que tétrico
Las dos primeras canciones nos sitúan ante esta presencia combinando el ruidismo de la formación clásica de rock con la influencia del folklore a varios niveles: por un lado están los aires de marcha de Semana Santa que imprimen la batería y los vientos, así como el prominente uso de la guitarra acústica; por otro, está la incorporación de la melodía de la canción popular “Vamos a contar mentiras”. De la mano de las siniestras letras pobladas tanto de ángeles y estrellas como de carne y sudor, el paisaje que dibujan estos dos cortes es una especie de gótico andaluz, un mundo asfixiante pero extrañamente seductor, fantástico a la par que tétrico. “Reina de farolas” es otra cosa. Se inicia con una caja de ritmos, sintetizadores, efectos digitales y una guitarra distorsionada, ya de entrada un ambiente totalmente diferente. Después, las guitarras se abren en acordes luminosos, y la voz de Álvaro pone la piel de gallina con su frágil optimismo. Reaparecen entonces los acordes pesarosos y las letras opresivas de las canciones anteriores, y después escuchamos breves y brutales explosiones de ruido. Y entramos en la fase final, con unos sintes radiantes que van creciendo, acumulando tensión, hasta que de pronto solo quedan la guitarra acústica y la voz de Álvaro... y entonces estalla un final que es puro éxtasis, con esos coros aullados con total desenfreno y ese solo de guitarra épico. Y es que la canción nos habla de cómo el protagonista se libera de ese ciclo de miedo, cómo se desprende de ese “brazo que me agarra” y se reconcilia con su cotidianidad (su familia, su lugar de origen) en una mágica noche de feria junto a su pareja. Un final glorioso para la primera parte del disco que, posiblemente, sea la mejor canción del grupo.
Y luego está ese final en que la batería da un nuevo impulso a la canción y los sintetizadores devoran la mezcla. La mejor expresión de lo que son capaces de hacer Ramper, de la falta de fronteras de su música
“En nuestros últimos días”, por su parte, es el tema más singular del álbum y ejerce como tema bisagra; de hecho, dudaron de si incluirlo hasta el último momento por ese carácter tan peculiar. Por una parte por su letra, que se aleja de los elementos de terror que pueblan los demás cortes para tratar más bien de una cotidianidad anodina y de las oportunidades perdidas para establecer una conexión con alguien; por otra por su sonido, al inicio casi desprovisto de percusión, con Antonio tocando el violín y cediendo el bajo a Joserto, y que después vuelve a introducir cajas de ritmos y sintetizadores alienígenas. Una canción inclasificable, que crea momentos de belleza sobrecogedora a partir de elementos mínimos: la pequeña melodía de cuatro notas que tocan varios instrumentos al unísono, los dulces coros de “y nos hace reír”, la distorsión que acompaña ese “porque nunca pasa nada/porque todo pasa por ti”... Y luego está ese final en que la batería da un nuevo impulso a la canción y los sintetizadores devoran la mezcla. La mejor expresión de lo que son capaces de hacer Ramper, de la falta de fronteras de su música.
Sin ir más lejos, la nube de sintetizadores con que se inicia el tema (algunos acuáticos, reverberantes, otros maquínicos, acerados) me pone el vello de punta cada vez que la escucho, mientras que la combinación de sonidos que acompañan a Álvaro cuando repite el escalofriante estribillo (“sé delicado, por favor”) se te mete bajo la piel
Con “Solo postres” se inaugura el bloque final del álbum, que vuelve a los terrenos espeluznantes de las primeras canciones. Esta vez, no obstante, es otra parte del cuerpo la que encarna las obsesiones y pesadillas de Ramper: los ojos. Ya comenté, en mi crónica de su concierto en mayo junto a jai/egun, que esa fijación en las letras por la mirada ajena es totalmente coherente con el perfeccionismo de estos cuatro, y en efecto “los ojos de los demás”, “los ojos mirando”, aparecen aquí en varias ocasiones como expresiones de lo más aterrador que se puede experimentar. En “Solo postres”, en concreto, esta y otras referencias líricas (“una figura detrás de la puerta”, “un grito a través del cielo”, “su presencia en todas partes”, “tantas voces conspirando y tantas hormigas por mí trepando”...) nos sitúan en un ambiente de pesadilla, y la música encuentra formas muy creativas de acompañar esta sensación sin caer en el más mínimo cliché. Sin ir más lejos, la nube de sintetizadores con que se inicia el tema (algunos acuáticos, reverberantes, otros maquínicos, acerados) me pone el vello de punta cada vez que la escucho, mientras que la combinación de sonidos que acompañan a Álvaro cuando repite el escalofriante estribillo (“sé delicado, por favor”) se te mete bajo la piel.
De nuevo apenas hay percusión; un órgano funesto comanda la operación, mientras que la guitarra añade detalles y el bajo mantiene todo unido
“Los ojos de los demás”, la canción más corta del álbum, es un corte transicional, que nos permite aterrizar después de la extraña y paradójica euforia del final de “Solo postres”. De nuevo apenas hay percusión; un órgano funesto comanda la operación, mientras que la guitarra añade detalles y el bajo mantiene todo unido. Después de una nueva retahíla de imágenes inquietantes (“Como meter la mano en un hueco/y sentir del otro lado un tirón”), la canción desemboca con mucha elegancia en “Poderoso puño”, el último tema y el más conocido ya por sus fans, todo un himno que lleva años formando parte de sus setlists. En el contexto del álbum, ejerce un rol similar al de “Reina de farolas”: su letra está dirigida a otra persona y expone la resolución de los miedos expresados en las dos canciones anteriores, aunque esta vez la conclusión es más ambigua y menos triunfal. “Poderoso puño” (vuelve la mano, pero en otra forma) parece hablar del modo en que Ramper usan la música: estas canciones son, en parte, el legado que han dejado muchas personas en sus vidas, y funcionan al mismo tiempo como una forma de procesar las emociones que les han ocasionado y como un escudo contra los reproches, reales o imaginarios, que esas mismas personas les lanzaron.
El precioso cierre, donde mandan la trompeta de Miguel y el clarinete de la ya indispensable Elvira (responsable también de los arreglos), casi acaba convertido en una nana, un arrullo con el que volver a dormir esos miedos que acechan, agazapados, en este disco monumental, que consigue (esa es su razón de ser) no sucumbir a ellos, sino atravesarlos
En cualquier caso, para quienes ya conocíamos la canción por sus directos o por las Sesiones Bravas, lo más interesante, en mi opinión, es cómo en esta versión los arreglos, que remiten a ese gótico andaluz de los primeros temas, van emergiendo muy poco a poco hasta ser atronadores, como un recuerdo inconsciente que estaba enterrado y acaba apoderándose de tu psique. El precioso cierre, donde mandan la trompeta de Miguel y el clarinete de la ya indispensable Elvira (responsable también de los arreglos), casi acaba convertido en una nana, un arrullo con el que volver a dormir esos miedos que acechan, agazapados, en este disco monumental, que consigue (esa es su razón de ser) no sucumbir a ellos, sino atravesarlos. Y entonces, en el silencio posterior, para sus autores llega el temido momento en que los ojos de los demás se vuelven hacia ellos para emitir su atroz veredicto. Sacar un álbum detrás del cual hay tanto esfuerzo, tanto cuidado y tanta emoción es, inevitablemente, un momento complejo, lleno de expectación y dudas, y más si eres tan perfeccionista como lo son ellos. Pero pueden estar tranquilos. La perfección no existe, ya lo dijo Jeff Rosenstock; pero en Solo postres Ramper la han rozado con los dedos.
-
Puntuación: 9.9/10
-
Pincha aquí para escuchar el disco