Antonio Checa
El pasado jueves 19 de diciembre los diarios locales despertaron a los granadinos con la última estocada centralista del año. No bastaba con el posible cierre de la estación ferroviaria de Guadix semanas anteriores, que pondría en peligro no sólo una vía de comunicación de la que disponía la capital accitana, sino también la posibilidad de relanzar y resucitar proyectos de gran interés estratégico como el Ferrocarril del Almanzora, principalmente para una tierra en constante declive económico y demográfico (El Altiplano, también enmarcado dentro de un gran abismo territorial que algunos activismos denominan el AlVelAl).
El último gran huevo de oro que custodiaba una gallina de raza tan especial como a la que se adscribe Granada, acaba de quedar en manos de la administración de siempre. La gestión del Parque de las Ciencias, así como también del Palacio de Congresos, se centralizará definitivamente en Sevilla, en cuyos despachos se autorizará cada exposición que quiera hacerse y se controlará la fiscalidad. Si bien es cierto que la situación económica de estas infraestructuras no era muy esperanzadora, medidas y soluciones hay miles, y no todas tienen que converger en la misma y manida costumbre: Todo Para Sevilla.
Esta cacicada se suma a la repetida y constante retirada de centros, instituciones, organismos, ya no sólo regionales, sino también provinciales y locales, que se han marchado de Granada en las últimas décadas
Esta cacicada se suma a la repetida y constante retirada de centros, instituciones, organismos, ya no sólo regionales, sino también provinciales y locales, que se han marchado de Granada en las últimas décadas. Ya en los ochenta la gestión de Cetursa y la Alhambra se centralizó en Sevilla, provocando en algunos casos incluso una guerra abierta Sevilla-Madrid. Importantes espacios culturales como el Museo Gómez Moreno, la Fundación Rodríguez-Acosta o el museo Ángel Barrios también acabaron centralizando su gestión en la ciudad hispalense.
Prácticamente todos los espacios estratégicos y de gran valor de Granada se gestionan ya desde fuera. Lejos de ser lo más sorprendente, nunca defrauda el cordobés alcalde de Granada, Luis Salvador. El alcalde con 4 concejales de 27 y con una “moralidad profunda”, según estudios pseudocientíficos de los que alegremente alardea, haría mejor honor a su apellido si en vez de Luis Salvador respondiera al nombre de Luis Salmorejo, por aquello de la apariencia naranja, un mismo origen en común y un gran manejo del márketing que comparte con grandes marcas comerciales de la mencionada crema.
En relación a estos hechos a los que nos tiene acostumbrados la administración autonómica, el representante de los granadinos ha tenido poco de salvador respecto a la cuestión. Al día siguiente de la noticia no tuvo mejor salida que defender a la Junta de Andalucía (en manos populares y del partido naranja) tildando de exageración lo ocurrido e impartiendo una pequeña lección de informática barata. Por lo menos, parece ser que algunos sectores de la ciudad han reaccionado en defensa de la ciudad, haciendo una labor por la cual se supone que se le retribuye a nuestro mandatario local una sustanciosa remuneración.
El futuro de la ciudad depende de muchas cuestiones y requiere de una hoja de ruta integral y completa, sufriendo aun así la urbe numerosos problemas de muchos tipos. Pero si hay algo que mínimamente se pide a un alcalde de Granada es defender la ciudad y sus intereses, buscando lo mejor para ella, cueste lo que cueste, y que la voz de la opinión municipal se haga valer en las esferas institucionales. En otras palabras, la ciudadanía por encima del partido, los intereses de Granada por encima de los intereses de una Junta naranja y azul.