'El color del infierno'

El artista controla los tiempos del color, el pulso que su influjo encierra, ya que es quien dirige el ritmo de la escena, las sensaciones que se condensan en cada una de sus piezas. Juega con una amplia variabilidad en sus tonos, siendo ardientes, espesos, intensos, agobiantes, lacerantes, ocupando todo el espacio percibido en la pieza. Otras veces imprime una luminosidad difusa, ajena a la calidez, sin origen, que completa todo el espacio, neutra, insustancial, grisácea, dentro de la cual se desarrolla los mundos ambicionados portados por cada uno de los condenados. Hay otras composiciones donde el peso de la oscuridad sienta su presencia, siendo la alimaña desgarradora símbolo de la condena presentida, en los perdidos allí sumidos en la ausencia de la luz. Campos infinitos, sin hitos tangibles a la mirada, sólo oscuridad, olvido y dolor.
Jordi Díaz Alamà nos muestra una obra soberbia, en la que plasma el Infierno de Dante, según sus pesadillas y ensoñaciones. Lo expresa de forma vibrante, teñida de pavor, soledad y olvido
Jordi Díaz Alamà (Granollers, 1986) nos muestra una obra soberbia, en la que plasma el Infierno de Dante, según sus pesadillas y ensoñaciones. Lo expresa de forma vibrante, teñida de pavor, soledad y olvido. En sus piezas todas las pasiones humanas descansan su presencia, reflejando la futilidad de los deseos y ambiciones, lo evanescente de las grandezas y riquezas que la existencia ofrece. Al final, desnudo cada uno se presenta tal cual, según sus méritos, estando en el averno aquellos ligados aún a sus pasiones, dolorosos por su pérdida, sometidos a un tormento indefinido. Hay piezas en las que la causa lacerante no aparece, sólo están plasmados los seres solitarios, en un abandono rotundo, desasosiego punzante, sin esperanzas, dejados en el olvido de los espacios de la nada. En otras, son comprendidas las causas de las penalidades por el pintor expuestas.
Poseen sus figuras un poso de clasicismo en su representación, llevados hacia el límite de la exuberancia, mas sabe J. Alamà controlar esa frontera difusa, consiguiendo así el efecto buscado
Consigue este artista componer estos paisajes gracias al dominio del lenguaje cromático, que dirige toda la trama desarrollada en cada composición. Sabe incorporar la modulación tonal adecuada para simular un tiempo detenido, extraído del ritmo que lo agota, siempre el mismo, perpetuidad ajena al desarrollo de la realidad, pues en este Seol todos están sometidos a las penas de sus pasiones, desasosiego eterno, hiriente, cortante, sin solución. No abusa de estos efectos el pintor, sin caer en un barroquismo estético, sino que lo expresa con equilibrio, con torsos bien delimitados, abandonados a su ocaso. Poseen sus figuras un poso de clasicismo en su representación, llevados hacia el límite de la exuberancia, mas sabe J. Alamà controlar esa frontera difusa, consiguiendo así el efecto buscado. En sus piezas, juega con un fondo que viene desde la abstracción para conjugarse con el realismo de las figuras, pues quiere describir la disolución de la razón en el mar hirviente del caos, confusión absoluta, cuando la soberbia de querer ser, sustituto de la divinidad, se diluye en la humildad de la extinción. Esta resonancia obtenida en su creación plástica, es lo que da fuerza a toda su obra, demostrando la habilidad, e inteligencia, que sostiene la producción pictórica expuesta en esta excelente propuesta.