Parapanda Folk reivindica el Mediterráneo como espacio de unión de culturas

Con un canto sincero y honesto a la interculturalidad, al diálogo entre las dos orillas y a lo que nos une como pueblos se cerró este domingo la 34ª edición del festival Parapanda Folk de Íllora, un certamen que, como resalta la organización, se ha "consolidado por méritos propios como la cita indiscutible con la música y la cultura tradicional en este país y punto de encuentro de artistas, investigadores y público apasionado por nuestras raíces".
Así, en la clausura, participó por un lado, la cantante y clarinetista de Terrassa Carola Ortiz, una figura polifacética e innovadora capaz de casar diferentes disciplinas artísticas en un proyecto tremendamente personal. Por el otro, Rif Experience, una formación originaria del norte de Marruecos que reinterpreta la música amazigh tradicional con instrumentos contemporáneos y letras de profundo contenido social. "Dos formas diferentes pero complementarias de cantarle a quiénes somos y a nuestros recuerdos con las que el Parapanda se despidió a lo grande hasta el próximo verano".
Carola Ortiz abrió la noche con un recital que regaló un baño de folk mediterráneo con tintes a ratos jazzísticos, a ratos electrónicos y a ratos construido a partir de sonidos centroeuropeos. Es la suya una música fruto de un profundo conocimiento intelectual, de una permanente búsqueda de nuevas vías de expresión y de un sensibilidad artística solo propia de quien ha crecido abriendo de par en par sus oídos.
La catalana llegaba a Íllora con las canciones de Cantareras, su último trabajo, y un espacio de reflexión para todas esas coplas y romances populares que forman parte de la memoria colectiva femenina revisitadas y trabajadas desde su particular perspectiva artística
La catalana llegaba a Íllora con las canciones de Cantareras, su último trabajo, y un espacio de reflexión para todas esas coplas y romances populares que forman parte de la memoria colectiva femenina revisitadas y trabajadas desde su particular perspectiva artística. Tras una intro cubierta de un velo rojo, la catalana fue desgranando canciones como La doncella guerrera, La Serrana ‘La Matadora’, El romance de Santa Elena o Canción de bodas, donde se relatan la vida de las mujeres de hace no demasiado tiempo, sus anhelos, sus miedos y sus grandes momentos vitales; las historias de todas aquellas ‘cantareras’ que iban al río y a las fuentes a llenar sus cántaras de agua mientras cantaban acompañadas por el son de objetos cotidianos como sartenes, cucharas, morteros, botellas de licor o latas de pimentón como único acompañamiento a sus voces.
Su contrapunto en la noche de cierre del festival vino desde Al Hoceima, al norte de África, con la música combativa de Rif Experience. El colectivo, que nació hace ya más de una década como parte de una interesantísima hornada de bandas rifeñas, ha estado marcado desde sus inicios por su activismo frente al movimiento Hirak que tanta culpa tuvo de la represión cultural que allí se vivió. Así, la propuesta de Rif Experience no podía evitar cantarle a la tradición amazigh que es capaz de hacer revivir la historia de todo un pueblo a través de sus ritmos rápidos y de beber de lleno en las tradiciones ancestrales sin dejar a un lado composiciones propias que hablan de la situación política o de las historias con nombres propios de aquellos que mueren en el mar.
El Parapanda aprovechó la ocasión para sellar su hermanamiento con el festival Rayass (que significa “esperanza”) de Al Hoceima, cerrando así una edición de unión de culturas y en la que los versos de Antonio Machado han sido los mejores anfitriones.