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CRÍTICA DE ARTE

'Dos piezas y una pintora'

Cultura - Francisco Bautista Toledo - Jueves, 17 de Julio de 2025
Francisco Bautista Toledo nos descubre en esta ocasión la obra de la pintora Maureen Lucia Booth, afincada en Pinos Genil.
Una de las obras de Maureen Lucia Booth.
Una de las obras de Maureen Lucia Booth.

Muchas veces no hace falta visitar una exposición para hablar de la obra de un pintor, como tampoco realizar una visita a su estudio, y recibir una exhaustiva explicación del artista, sino conocer su trayectoria y encontrarse con un par de obras, como es el caso que comento, y descubrir sus derroteros últimos.

Hace poco me mostraron dos piezas de la pintora inglesa Maureen Lucia Booth, afincada desde hace más de cincuenta años en Pinos Genil, Granada. En ellas descubrí la auténtica alma creativa de la pintora, cuando tras una vida dedicada a investigar las distintas formas de expresión plástica, sean grabados, óleos, acuarelas o collages, pinta porque sí, por pura expansión sensitiva, plasmación del inmenso mundo fantástico que su imaginación encierra. 

Los artistas auténticos crean porque quieren narrar la realidad tal y como la perciben, más allá de la mera descripción sometida a la comprensión lógica, traspasando el horizonte de lo que la común mirada alcanza, penetrando en la luz invisible del halo que da consistencia a la existencia. Esto lo consiguen cuando disfrutan en sus momentos lúdicos con la Pintura, no digo trabajan, porque el oficio es para ellos un hábito, una forma de ser, sentir y vivir.

En las dos piezas comentadas me encuentro con un estilo particular, continuador de formas clásicas de la pintura figurativa, en las que se observa con claridad las huellas del estilo personal de la artista, su sensibilidad, su variación progresiva hacia una perspectiva original de comprender la realidad.

Es una auténtica imagen metafísica expresada en un sencillo bodegón, muestra de la habilidad plástica de la autora

Una de las piezas es un bodegón, estructurada como tal, pero es el juego de colores inducidos los que definen el universo significativo de la composición. Tras una pátina ajada, reflejo del tiempo que todo lo cubre, recrea la pintora un torbellino ordenado de colores, donde los claros de su paleta, dorados y verdosos, circundan el centro del cesto frutal, más la contribución del fondo, donde deposita pesadas pinceladas oscuras, intensas, misteriosas. Logra crear una diálogo entre la etereidad de la periferia y la densidad del núcleo del cuadro, libertad y sujeción, realidad luminosa y misterio oculto a su imperio, vida exultante y futuro sin definir. Es una auténtica imagen metafísica expresada en un sencillo bodegón, muestra de la habilidad plástica de la autora. Habilidad que supera la transcripción figurativa, la reproducción fácil de un motivo determinado, para utilizarlo como soporte de una representación cromática, que sola pudiera ser una obra abstracta.

Acompaña esta pieza, otra más evanescente, dos árboles huesudos que sobresalen de un grisáceo paisaje neblinoso, delicadeza lírica y dureza de la existencia, induciendo la pintora a comprender que tras la plenitud solar del estío, el frio nos dejará ateridos, inmersos en un mundo sin contornos, feliz, delicado, sumidos en la atmósfera poética de los recuerdos.

Maureen Lucia Booth es una artista, más granadina que británica, de gran significado en los últimos decenios de nuestra actualidad plástica, no por el volumen de sus exposiciones, ni sus participaciones en cenáculos de influencia, sino por la valía de su obra, el trabajo paciente y silencioso que lleva a cabo, incorporando una visión artística a la vida de los que la rodean, divulgando la sensibilidad por la creación plástica. Merece ser reconocida entre los dignos de recordar de nuestros pintores recientes.