Sentirse “concernido”

Hay días en que la política andaluza parece escrita por un guionista con resaca. Y después están días como en los que tres gerentes del SAS desfilan por un juzgado imputados por trocear contratos, mientras explican, con una serenidad digna del Dalai Lama, que no se sintieron “concernidos” por la norma que lo prohibía. Así, tal cual: no se sintieron. Como quien no se siente concernido por ponerse cinturón de seguridad, por declarar sus ingresos fiscales, o por no llevarse el jamón de un supermercado sin pagar. Un estado emocional, que aparentemente, al menos a los tres gerentes del SAS, les eximiría de cumplir la ley.
Imaginen la escena: un ciudadano cualquiera detenido por conducir a 140 por la circunvalación explica al agente que él, personalmente, no se siente concernido por los límites de velocidad. O un autónomo que comunica a Hacienda que la declaración trimestral no le sale de dentro, que no conecta con su esencia fiscal. O un ladrón pillado in fraganti que le dice al agente de la Guardia Civil que el Código Penal no va con él, que no le interpela. La policía debería disculparse por molestarle, supongo.
Pero la administración sanitaria andaluza funciona con otra lógica, otra metafísica y, visto lo visto, hasta con otra psicología. Aquí la norma existe, pero solo para los que se sienten “concernidos”. Y esos, curiosamente, suelen ser los mismos que pagan impuestos, hacen colas, sellan papeles y están acostumbrados a que las leyes sean algo más que un elemento decorativo de la vida pública.
La frasecita llega, además, en el momento político más indigesto para el presidente Moreno Bonilla
La frasecita llega, además, en el momento político más indigesto para el presidente Moreno Bonilla. Nada más y nada menos que en vísperas de el Debate sobre el Estado de la Comunidad, que debía ser la gran hoguera de las vanidades de Juan Manuel, amenaza con convertirse en un gélido pasillo de obra, de esos donde cada ladrillo es una mina antipersona. Porque no es solo el no sentirse concernido del SAS. Es la presunta corrupción odontológica de la Diputación de Almería, ese melón que se abre solo con mirarlo. Es el escándalo del cribado del cáncer de mama, donde la salud de miles de mujeres se convirtió en un experimento burocrático fallido. Y es, por supuesto, la maraña de contratos sanitarios que han terminado por dibujar un mapa de irregularidades que ni los hermanos Grimm se atreverían a firmar.
Bonilla esperaba un plácido paseo triunfal parlamentario: unos cuantos discursos sobre estabilidad, unas cifras económicas bien aliñadas y las inevitables fotos de liderazgo. Pero su jueves se parece más a una gimcana en la que cada estación del recorrido consiste en apagar incendios que arden solos. Es el problema del triunfalismo: cuando lo tienes todo atado y bien atado, la realidad tiende a ponerse creativa.
Lo peor es que la coartada emocional de los gerentes del SAS marca un camino peligroso
Lo peor es que la coartada emocional de los gerentes del SAS marca un camino peligroso. Abre una nueva escuela jurídica: el Derecho “por concernimiento”. Hoy es no sentirse concernido por una norma anticorrupción. Mañana podría ser no sentirse concernido por respetar listas de espera. O por pagar a proveedores. O por cumplir sentencias. Y pasado mañana, cualquiera de nosotros podría reivindicar su derecho a no sentirse concernido por la factura de la luz. A ver qué tal le sienta a Endesa.
Lo que queda claro es que la ciudadanía vive en una Andalucía y parte del Gobierno andaluz vive en otra. En la Andalucía del común mortal, la ley es la ley, aunque escueza. En la de los despachos del SAS, la ley es un “estado de ánimo”, una especie de neblina administrativa que cada cual interpreta según la agenda del día.
Y así llegamos al gran debate parlamentario, que ya no será sobre el estado de la comunidad, sino sobre el estado de ánimo: el de unos gerentes que no se sienten concernidos y el de un presidente que, por mucho que lo disimule, no consigue sentirse tranquilo.
























