‘Apartheid’ de sexo
Es realmente obsceno ver cómo algunos señores se graban vídeos para subirlos a las redes sociales y reivindicarse como mujeres. Se visten con toda clase de abalorios, lazos, puntillas y volantes como si fueran ferias andantes. Quizás viva en otro planeta o mi índice de ‘mujeridad’ esté por los suelos porque ni yo ni mis compañeras, amigas o familiares de sexo femenino se han adornado tanto jamás. Puede ser que, alguna vez, para ir de carnaval se les fuera la mano.
Está ocurriendo en Afganistán donde las mujeres han sido apartadas completamente de la vida pública, expulsadas de sus trabajos, de las universidades donde se formaban, de las escuelas a partir de los doce años y, ahora, ya ni siquiera pueden hablar en público porque sus voces incomodan
Y tal suerte de complementos no dejan de ir acompañados de poses que van desde las más infantiloides hasta las vergonzosamente provocativas. Y no lo digo por lo que enseñen, que suele ser nada de lo que presumen, sino por el bochorno de ver los movimientos torpes e impostados, sin gracia y sin sustancia -que diría mi abuela- de señores que ya no cumplen los cincuenta.
Qué afortunados han sido por nacer en una sociedad occidental que tolera ya casi todo, incluso que roben la definición de mujer a sus legítimas dueñas, las hembras humanas adultas. El posmodernismo y sus ‘despiertos’ súbditos han abducido a las democracias abiertas mientras a unos pocos miles de kilómetros -nada que no se solucione con unas diez horas de avión- a las mujeres no se les permite ni siquiera hablar cuando hay presentes hombres ajenos a su familia directa.
Otro clavo más en el ataúd en el que han encerrado a la mitad de la población
Está ocurriendo en Afganistán donde las mujeres han sido apartadas completamente de la vida pública, expulsadas de sus trabajos, de las universidades donde se formaban, de las escuelas a partir de los doce años y, ahora, ya ni siquiera pueden hablar en público porque sus voces incomodan. Así lo recoge el edicto proclamado el pasado mes de agosto por el Gobierno Talibán contenido en la Ley para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio que considera que la voz femenina sólo debe expresarse en un entorno íntimo. Incluso, se les ha prohibido cantar. Otro clavo más en el ataúd en el que han encerrado a la mitad de la población.
Hay quienes pensarán que se han pasado, que no dejarlas hablar ya es la gota que colma el vaso, que es imposible hacer aún más daño a las mujeres afganas, pero, nada es suficiente para el insaciable Gobierno talibán y esta semana nos hemos enterado de que han invalidado todos los divorcios concedidos bajo el anterior gobierno y están obligando a las niñas divorciadas a volver con sus ex maridos adultos
Hay quienes pensarán que se han pasado, que no dejarlas hablar ya es la gota que colma el vaso, que es imposible hacer aún más daño a las mujeres afganas, pero, nada es suficiente para el insaciable Gobierno talibán y esta semana nos hemos enterado de que han invalidado todos los divorcios concedidos bajo el anterior gobierno y están obligando a las niñas divorciadas a volver con sus ex maridos adultos. En ocasiones, muy muy adultos. Miles de mujeres, que fueron obligadas a casarse siendo niñas, se encuentran ahora legalmente obligadas a volver con sus esposos de los que habían conseguido liberarse.
Se está hablando ya de apartheid de género, aunque realmente lo que se está viendo es un apartheid de sexo porque a ninguna de estas mujeres se les ha preguntado por sus sentimientos, sus pronombres o su identidad sexual. Se les prohíbe hablar, cantar, educarse, trabajar, viajar sin compañía de un varón de su familia o expresarse porque son mujeres y su sexo así lo acredita. El Gobierno talibán no se pierde en sentires profundos, sabe muy bien a quién reprime.
Mientras, un grupo de mujeres en España está recogiendo firmas para instar al Gobierno a que inicie un proceso ante el Tribunal Penal Internacional para que declare crimen contra la humanidad el trato a las mujeres y niñas afganas
Richard Bennett, relator especial de Naciones Unidas para los derechos humanos en Afganistán, ha asegurado que la institucionalización de la opresión sobre mujeres y niñas en ese país “debería conmocionar la conciencia de la humanidad”. Pero no lo hace. Mientras, un grupo de mujeres en España está recogiendo firmas para instar al Gobierno a que inicie un proceso ante el Tribunal Penal Internacional para que declare crimen contra la humanidad el trato a las mujeres y niñas afganas.
En redes sociales estamos viendo como ellas, tapadas desde la cabeza a los pies, se están jugando la vida cantando canciones para hacerse oír ante el mundo entero y denunciar su situación. Todavía no he visto ningún vídeo de sus maridos, padres, hermanos, abuelos o hijos desafiando al Gobierno talibán como hacen ellas
Mientras esperamos que la comunidad internacional se pronuncie y sancione con mano dura al Gobierno talibán, las mujeres en Afganistán permanecen encerradas en sus hogares dedicadas al cuidado y crianza de sus hijos como mandan los mulás (líderes religiosos). Y, teniendo en cuenta que los hombres pueden ser castigados por los talibanes si las mujeres de su familia infringen las normas, las mujeres están, en la práctica, bajo el estricto control de sus propios parientes varones. En este punto cabría preguntarse ¿están haciendo algo estos hombres para liberar del yugo talibán a las mujeres de sus familias? En redes sociales estamos viendo como ellas, tapadas desde la cabeza a los pies, se están jugando la vida cantando canciones para hacerse oír ante el mundo entero y denunciar su situación. Todavía no he visto ningún vídeo de sus maridos, padres, hermanos, abuelos o hijos desafiando al Gobierno talibán como hacen ellas.
Mujeres de todo el mundo están participando en las redes de apoyo formadas para ayudar a salir del país, principalmente a través de Pakistán, a las que corren más peligro por su implicación política o social. Entre estas mujeres tampoco he visto ninguna declaración de las de los vestidos multicolor llenos de abalorios y lazos. No hay que reprochárselo. Los sentimientos tienen un límite.