'Jacinto Pérez Herrera y su memoria'
Encontrar su rastro no ha sido fácil. No lo logró en el Ayuntamiento de Montillana, donde le transmitieron que se había perdido todo. Tampoco en la parroquia. Aún así, Adolfo Pérez Heras recupera su memoria.
El 3 de febrero de 1932 repicaban las campanas de la iglesia de Montillana en la provincia de Granada, y era porque había nacido el cuarto hijo del alcalde. El bautizo fue un acontecimiento en el pueblo. Se ofreció de padrino Adolfo, un vecino acaudalado que además de pagar los gastos de la fiesta dio su nombre al retoño.
Jacinto Pérez Herrera, el alcalde, estaba radiante. Llevaba 9 meses en el cargo, desde el 14 de abril anterior, y la República había abierto una puerta a la esperanza de los vecinos. El futuro empezaba a depender de ellos, el portador del bastón estaba dispuesto a aprovechar la oportunidad de mejorar la vida de los habitantes de este pequeño municipio olivarero
Jacinto Pérez Herrera, el alcalde, estaba radiante. Llevaba 9 meses en el cargo, desde el 14 de abril anterior, y la República había abierto una puerta a la esperanza de los vecinos. El futuro empezaba a depender de ellos, el portador del bastón estaba dispuesto a aprovechar la oportunidad de mejorar la vida de los habitantes de este pequeño municipio olivarero.
Jacinto, casado con María Teresa, había formado una familia compuesta de tres hijos y una hija. Ese día con tan solo 29 años tenía dos responsabilidades fundamentales a sus espaldas, sacar a su descendencia adelante con los ingresos de una barbería y poner en órbita Montillana desde su sillón en el ayuntamiento.
La primera se complicó dos años después cuando María Teresa falleció y le dejó solo con su prole. Aunque lo que Jacinto no imaginaba entonces era cuánto se iba a enredar su existencia como consecuencia de la rebelión militar que se estaba gestando.
Tras enviudar, decidió trasladarse a la capital, donde abrió una barbería en la Plaza de los Lobos. No fue fácil alimentar cuatro bocas y hacerse cargo de sus necesidades educativas. Vio una luz abierta cuando pudo ingresarlos en el Hospicio situado en el Hospital Real, allí los dejó en manos de la institución poco antes de que los militares africanistas se levantaran en armas contra el poder establecido.
Se lo llevaron de noche a medio vestir y también entre tinieblas le acribillaron junto a otras 38 víctimas
Tras el golpe tomaron la ciudad de Granada y aplicaron una política de represión que se materializó con el fusilamiento de 3.600 personas solo en la capital. Dale café, mucho café fue la orden para asesinar a García Lorca y la pronunció el general Queipo de Llano, que estaba al frente de las tropas rebeldes en la zona, el día 20 de agosto de 1936. A Jacinto le suministraron el mismo café letal cinco días después en la tapia del cementerio de Granada. Antes, una cuadrilla de facinerosos lo había arrancado del lugar en el que se ocultaba, al amparo de unas monjas. Se lo llevaron de noche a medio vestir y también entre tinieblas le acribillaron junto a otras 38 víctimas.
Así lo atestigua en su página 409 la obra Los últimos días de García Lorca, de Eduardo Molina Fajardo, que transcribió, de forma clandestina, los documentos de registro de fusilados obrantes en el cementerio. Los cuales desaparecieron igual que los seres humanos inscritos en ellos, con la abyecta intención de eliminar no solo sus vidas, sino también su memoria.
En el juzgado de El Campillo se conserva su certificado de defunción. La causa oficial de la muerte fueron Disparos por Arma de Fuego. La orden de fusilamiento la dio el Comandante Juez Instructor de la plaza de Granada, Sebastián Morales Lara, quien debía firmar las sentencias de muerte con la impasibilidad de un psicópata convertido en asesino en serie, o mejor dicho, en genocida de su propio pueblo. Apenas cuarenta días después del golpe militar la orgía de sangre estaba servida. A los 39 encausados del 25 de agosto le siguieron otros 40 el día 26 de agosto.
Pero ese certificado evidencia alguna cosa más: el apartado domiciliado en se rellenó con un “se ignora” y en el apartado estado pusieron “viudo ignorándose todo lo demás”. Se deduce que en la instrucción no se interesaron por su domicilio, y por ende las posibles propiedades de Jacinto, ni tampoco perdieron el tiempo en averiguar que tras su asesinato quedaban cuatro niños huérfanos. Menos mal que, presintiendo lo que venía, les había buscado el único refugio posible para garantizar su supervivencia. Por descontado que tampoco se le reconocía ningún patrimonio del que pudiera ser propietario. A saber quién se benefició de sus propiedades, desde luego ninguno de sus descendientes, que se criaron institucionalizados y fueron abandonando tanto el orfanato como la ciudad conforme se hacían mayores e iniciaban su vida adulta lejos de allí.
El 28 de julio de 2017 en la tapia del cementerio de San José, con la participación de la Asociación Granadina para la Recuperación de la Memoria Histórica, se inauguró el memorial con los nombres de los fusilados en este lugar a manos de la represión franquista. Tuvieron que pasar 81 años desde el funesto golpe militar. Ninguno de los cuatro hijos de Jacinto vivía para poder disfrutar del desagravio, pero desde ese momento sus descendientes estamos más tranquilos sabiendo que su malograda figura no ha sido condenada al olvido.
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Para que nunca se olvide. Para que nunca se repita.
En colaboración con y las asociaciones memorialistas de la provincia de Granada.
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