'Habladurías' con Carlos de la Cruz, sexólogo: la lucidez del deseo, la ternura del adiós, la coherencia como motor

Los inicios: entre la carencia y el activismo
En un contexto donde aún se reclamaba el derecho al aborto o al divorcio, la sexualidad no era sólo un tema clínico, sino también político. Entrar en ese terreno era —y sigue siendo— asumir una postura ética. Y Carlos lo hizo con naturalidad, con firmeza, con una ternura combativa que se convertiría en su sello
Carlos recuerda los años 80 como un tiempo de descubrimiento y militancia. “Había un hueco que nadie llenaba”, cuenta. Mientras la psicología hablaba de muchas cosas, la sexualidad apenas tenía lugar más allá de los nombres clásicos —Kaplan, Masters y Johnson— y las disfunciones sexuales.
Por un lado, la vocación por cubrir una carencia. Por otro, la pulsión del activismo. En un contexto donde aún se reclamaba el derecho al aborto o al divorcio, la sexualidad no era sólo un tema clínico, sino también político. Entrar en ese terreno era —y sigue siendo— asumir una postura ética. Y Carlos lo hizo con naturalidad, con firmeza, con una ternura combativa que se convertiría en su sello.
La sexualidad y la discapacidad: la coherencia como motor
Uno de los mayores legados de Carlos es su trabajo pionero en sexualidad y discapacidad. “No empecé ahí, pero acabé quedándome”, dice con humildad. Su reflexión es profunda: si creemos que todas las sexualidades son valiosas, ¿por qué tantas veces ignoramos la de las personas con discapacidad?
Reivindicó que hablar de sexualidad no puede ser privilegio de unos pocos. Su mirada fue, y es, radicalmente inclusiva. Y no por corrección política, sino por justicia
Su coherencia lo llevó a intervenir donde otros miraban hacia otro lado: en centros de educación especial, en formaciones sanitarias, en programas para familias. Reivindicó que hablar de sexualidad no puede ser privilegio de unos pocos. Su mirada fue, y es, radicalmente inclusiva. Y no por corrección política, sino por justicia.
Hoy, gracias en parte a su impulso, ya no es aceptable formar a sexólogos sin abordar el tema de la discapacidad. “Ahora el alumnado lo exige”, dice con orgullo. Ese cambio es suyo también.
Sobre avances y retrocesos: lucidez sin complacencia
Carlos rechaza la autocomplacencia, pero tampoco se entrega al pesimismo. Reconoce avances —más materiales, más visibilidad, más profesionales comprometidos—, pero advierte: “No podemos bajar los brazos”. A veces, incluso, le duele ver cómo ciertos discursos políticos y sociales actuales “dinamitan” logros que costaron décadas.
Su mirada es realista: sabe que el camino sigue siendo arduo. Pero su esperanza no es ingenua, sino comprometida. No se conforma con constatar que se ha hecho algo; quiere que se haga lo que falta. Como dice con ironía, “uno puede ser humilde, pero hasta cierto punto”
Su mirada es realista: sabe que el camino sigue siendo arduo. Pero su esperanza no es ingenua, sino comprometida. No se conforma con constatar que se ha hecho algo; quiere que se haga lo que falta. Como dice con ironía, “uno puede ser humilde, pero hasta cierto punto”.
Educar en sexualidad: el reto aún pendiente
Pese a las muchas campañas y normativas, la educación sexual sigue sin estar integrada de forma seria y coherente en los currículos escolares. Carlos lo resume con claridad: “Se habla de ella, pero sin dotación ni estructura es solo un brindis al sol”.
A los profesionales, nos lanza una autocrítica valiente: tal vez no hemos sido capaces de unificar propuestas y presentar un modelo común a las administraciones. Pero también señala una falta grave de compromiso político real. Hablar de educación sexual sin asignar presupuesto, sin decidir horarios, sin formar profesorado… es no tomársela en serio.
Sobre acompañar: el cáncer y la dignidad
En su libro Manual de instrucciones para tratar con personas con cáncer, Carlos ya no escribe como especialista, sino como protagonista. Habla desde la vulnerabilidad y la dignidad. Rechaza el paternalismo con que a veces se trata a las personas enfermas: “Trátame como me tratabas antes”, pide. “No me trates como un cáncer, trátame como Carlos”.
Lo que desea, profundamente, es seguir siendo persona. Que no se olvide su humanidad detrás del diagnóstico. Que no se pierda la alegría, el cine, el teatro, el cariño, el paseo. Que el final no borre lo vivido
Lo que desea, profundamente, es seguir siendo persona. Que no se olvide su humanidad detrás del diagnóstico. Que no se pierda la alegría, el cine, el teatro, el cariño, el paseo. Que el final no borre lo vivido.
Una lección vital: menos libros, más vida
En un momento de emoción serena, Carlos se permite una confesión que desarma: “Quizás escribí demasiados libros… Quizás debí pasear más con mi familia, reír más, llorar más con quienes quiero”. Es una reflexión que, lejos de debilitar su legado, lo hace aún más poderoso. Nos recuerda que ningún saber tiene sentido si se olvida de la vida. Que ningún activismo es completo si no deja espacio para el gozo.
Este es Carlos de la Cruz: el que nos enseñó a hablar de sexualidad sin miedo, el que nos recordó que todas las vidas —todas las sexualidades— importan. Pero también el que, al final, nos dice con infinita ternura: cuida lo esencial. Cuida a los tuyos. Vive
Este es Carlos de la Cruz: el que nos enseñó a hablar de sexualidad sin miedo, el que nos recordó que todas las vidas —todas las sexualidades— importan. Pero también el que, al final, nos dice con infinita ternura: cuida lo esencial. Cuida a los tuyos. Vive.
Una despedida que es una siembra
“Esto forma parte de mi tratamiento”, dice al terminar la conversación. Hablar, compartir, ser escuchado. Porque cuando alguien ha dedicado la vida a educar, el silencio no es opción. Carlos se retira con la dignidad de quien ha sembrado mucho. Con la humildad de quien sabe que el mundo no cambia solo, pero sí cambia cuando muchas personas empujan en la misma dirección. Su testamento vital: menos libros, menos clases, más paseos. Y mi visión: la lucidez y coherencia del deseo, la dignidad del adiós.
Ese empujón suyo, hondo, tierno, valiente, quedará. En libros, en formaciones, en miradas nuevas hacia la sexualidad y la vida. Pero, sobre todo, quedará en las personas.
Gracias, Carlos. Por todo
Farses para no olvidar de Carlos de la Cruz en la conversación con Joan Carles March
Sobre su vocación y trayectoria:
“Trabajar con discapacidad fue una consecuencia lógica de creer que todas las sexualidades valen”
- “Entré en la sexualidad por una carencia… y me quedé por coherencia”
- “La sexualidad también es política. Lo fue en los 80, y lo sigue siendo” “Trabajar con discapacidad fue una consecuencia lógica de creer que todas las sexualidades valen”
Sobre la educación sexual:
- “Hemos avanzado, sí. Pero aún no nos lo tomamos en serio”
“La inclusión empieza por nombrar. Y por dejar de tratar algunas vidas como si no tuvieran deseo”
- “La educación sexual no puede ser un brindis al sol: necesita tiempo, personas y presupuesto”
- “No basta con hablar de educación sexual: hay que estar dispuestos a hacerlo bien”
Sobre la discapacidad y el cambio cultural:
- “Antes nadie hablaba de sexualidad y discapacidad. Ahora, si no lo haces, el alumnado te lo exige”
- “La inclusión empieza por nombrar. Y por dejar de tratar algunas vidas como si no tuvieran deseo”
Sobre el cáncer y la humanidad:
“Uno sabe que va a necesitar ayuda… pero que llegue cuando la pida. No antes”
- “No me trates como un cáncer. Trátame como Carlos”
- “Todavía me gusta el cine, el teatro, pasear… Que no se olvide quién soy por lo que tengo”
- “Uno sabe que va a necesitar ayuda… pero que llegue cuando la pida. No antes”
Sobre su legado y sus aprendizajes vitales:
- “Quizás escribí demasiados libros. Tal vez debí pasear más con mi gente”
“Gracias por escuchar. A veces, eso es lo único verdaderamente importante”
- “Ahora estoy cuidando lo personal. Pero sé que a veces lo descuidé. Y me pesa”
- “Mi mayor aprendizaje es este: haber estado más con quienes quiero era también parte del trabajo”
- “Vive. Conoce. Quiere. Relaciónate mejor. Esa ha sido siempre mi propuesta”
- “Yo ya estoy fuera del juego, pero aún agradezco compartir una conversación amable. Esto también me cura”
- “Gracias por escuchar. A veces, eso es lo único verdaderamente importante”
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