He aquí el acta de los 21 artilleros que alzaron a toda la guarnición de Granada

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El coronel Antonio Muñoz Jiménez inició y lideró el alzamiento, dirigió la conquista de la zona republicana granadina durante los primeros 18 meses y perdió protagonismo histórico por su pronta muerte
La sublevación militar de Granada la tarde del lunes 20 de julio de 1936 la conocemos en trazos gruesos a través de diversas investigaciones y publicaciones
La sublevación militar de Granada la tarde del lunes 20 de julio de 1936 la conocemos en trazos gruesos a través de diversas investigaciones y publicaciones. Cada una vista desde la óptica de su autor. Sabemos la gran polarización que vivía la provincia desde que fueron anuladas las elecciones generales de febrero de 1936 por el Congreso de los Diputados. En Granada había ganado inicialmente la coalición de derechas (CEDA) pero no así en el resto de España, que lo hizo el Frente Popular. Hubo acusaciones de pucherazo y volvieron a repetirse el 3 de mayo.
En esta segunda ocasión, las derechas se negaron a participar en los comicios y se sumaron a la tesis conspiradora que empezaba a tomar cuerpo contra la II República. Las calles de Granada se convirtieron en un polvorín
En esta segunda ocasión, las derechas se negaron a participar en los comicios y se sumaron a la tesis conspiradora que empezaba a tomar cuerpo contra la II República. Las calles de Granada se convirtieron en un polvorín; se sucedieron las huelgas, los enfrentamientos entre militantes de partidos opuestos, la quema de iglesias y negocios; con algunas muertes, etc. Las fuerzas de seguridad requisaron alrededor de 14.500 escopetas, fusiles, pistolas y revólveres y los depositaron en custodia en el Cuartel de Artillería Ligero número 4. Aquel hecho iba a resultar determinante para decidir el destino de Granada cuando llegara el momento de la sublevación militar de julio siguiente.
Estaba muy relacionado con los militares sevillanos y con el entorno del general Gonzalo Queipo de Llano, jefe de toda la región militar andaluza cuando cuajó el alzamiento. Este detalle influiría también en su toma de postura llegado el momento decisivo del 18 de julio
El responsable de la guarda de todo aquel armamento de procedencia civil fue el coronel Antonio Muñoz Jiménez. Había regresado al frente de la unidad poco menos de dos meses antes de estallar el alzamiento en Melilla. Tenía grandes dotes de mando; era sobradamente conocido y muy apreciado en la unidad por sus anteriores estancias como comandante y teniente coronel entre 1929 y 1935; era jefe de cuartel cuando sobrevino la II República en 1931 (por entonces Regimiento Ligero 2, con sede en los Mondragones). Había permanecido algo más de un año (febrero de 1935 a mayo de 1936) en Sevilla desempeñando el cargo de jefe del Regimiento Ligero de Artillería Número 3. Por tanto, estaba muy relacionado con los militares sevillanos y con el entorno del general Gonzalo Queipo de Llano, jefe de toda la región militar andaluza cuando cuajó el alzamiento. Este detalle influiría también en su toma de postura llegado el momento decisivo del 18 de julio.
La inestabilidad política de Granada era creciente en la primavera de aquel año, con continuos cambios de gobernadores civiles y comandantes militares de la plaza por sospechas de complicidad en conspiraciones contra el gobierno de la II República
La inestabilidad política de Granada era creciente en la primavera de aquel año, con continuos cambios de gobernadores civiles y comandantes militares de la plaza por sospechas de complicidad en conspiraciones contra el gobierno de la II República. Tanto el gobernador civil (César Torres Martínez) como el militar (Miguel Campins Aura) llevaban pocos días en sus puestos, sin apenas tiempo para conocer a fondo la situación de la capital y provincia. Les manejaban los políticos de partidos de izquierdas que copaban todos los puestos de diputados nacionales, Diputación y Ayuntamiento. Ayudados por unos sindicatos con mucho poder y numerosísima militancia comprometida, especialmente la UGT a través de la Casa del Pueblo. El general Campins pensó que su urgente traslado a Granada era para afrontar una huelga general de ferroviarios que se venía anunciando, nunca sospechó que estaba tan madura una rebelión militar.
Falangistas, cedistas, tradicionalistas y grupos derechistas en particular estaban en contacto con los militares que, a su vez, eran militantes/simpatizantes de esos partidos. Presionaban para provocar un alzamiento militar
Falangistas, cedistas, tradicionalistas y grupos derechistas en particular estaban en contacto con los militares que, a su vez, eran militantes/simpatizantes de esos partidos. Presionaban para provocar un alzamiento militar. Trataban de crear el caldo de cultivo para el golpe de estado que era vox populi en España desde semanas atrás. Contrariamente, un buen porcentaje de militares de ideología republicana hacían de enlaces y confidentes de políticos y sindicatos. Los militares participaban en política. Unos se espiaban a otros; nadie era de fiar en los cuarteles de Granada aquellos primeros días de julio del 36.
Por añadidura, la crisis institucional era total en Granada a principios de julio: la Alcaldía de la capital estaba vacante; el 27 de junio se produjo el relevo de gobernador civil; el 11 de julio vino otro nuevo gobernador militar. Miguel Campins no fue bien acogido por los militares alineados con los presuntos rebeldes, su fidelidad a la República era vista como un obstáculo para un posible levantamiento armado. Era, evidentemente, el primer elemento a neutralizar.
Políticos y sindicalistas se reunían en las sedes del Gobierno Civil (en la calle Duquesa) y en el Ayuntamiento. Alrededor de ellos, centenares de militantes de izquierdas en espera de recibir órdenes para actuar
La noche del 17 de julio ya se conoció a través de Radio Granada y de la radio del Aeródromo de Armilla la insurrección que había comenzado en Melilla. El 18 empezaban a sumarse generales, unidades y ciudades implicados en el alzamiento. En Granada todo era confusión y espera. Políticos y sindicalistas se reunían en las sedes del Gobierno Civil (en la calle Duquesa) y en el Ayuntamiento. Alrededor de ellos, centenares de militantes de izquierdas en espera de recibir órdenes para actuar.
El general comandante militar, Miguel Campins, estaba convencido de que su guarnición no se alzaría en armas. De todas formas, no se fiaba y ordenó el acuartelamiento de tropas la noche del día 18. No era consciente de que tenía al enemigo en casa; buena parte de su equipo estaba implicado en la conspiración. El más cercano a él, su ayudante el comandante Francisco Rosaleny Burguet, se hallaba entre los cabecillas. Aunque el número uno lo ocupaba el coronel con más capacidad de fuego de toda la plaza, el jefe de Artillería Antonio Muñoz Jiménez. Los jefes militares con mando de unidades operativas de Artillería e Infantería no tenían una posición política clara, sólo aspiraban a acabar con el caos y a restaurar el orden al modo de la anterior dictadura militar de Primo de Rivera.
Los militares sabían que no estaban solos. Había amplios grupos de granadinos que mostraban simpatías con ellos y cierta cercanía: Comunión Tradicionalista, Falange, Unión Militar Española, la amplia plantilla de militares retirados, carlistas, requetés y los restos de la desarbolada CEDA (Confederación de Derechas Autónomas)
Los militares sabían que no estaban solos. Había amplios grupos de granadinos que mostraban simpatías con ellos y cierta cercanía: Comunión Tradicionalista, Falange, Unión Militar Española, la amplia plantilla de militares retirados, carlistas, requetés y los restos de la desarbolada CEDA (Confederación de Derechas Autónomas). A todos ellos les unía un afán antirrepublicano. Pero no mostraban unidad en la forma de actuar.
Tres días de vértigo en los cuarteles
Los días 18, 19 y 20 fueron jornadas de continuo trasiego entre cuarteles, comandancia militar y gobierno civil. También de llamadas hacia y desde el Gobierno de Madrid y desde la jefatura militar de Sevilla, donde desde el mismo 18 por la mañana ya se había autoproclamado capitán general de la región Queipo de Llano. Y levantó a Sevilla y su región. El coronel Ciriaco Cascajo Ruiz, jefe del Regimiento de Artillería de Córdoba y compañero de Antonio Muñoz, secundó a Queipo de Llano. Desde Sevilla presionaban para que les siguieran sus compañeros de Granada. Campins se resistía a rebelarse cuando hablaba con Queipo. El equipo de generales conspiradores a nivel nacional había perdido unos días antes el contacto de la conspiración en Granada, el general y gobernador militar Manuel Llanos Medina (hermano de Emilia Llanos, la amiga de García Lorca). El Gobierno lo había sustituido por Campins, recién ascendido al generalato.
El coronel Muñoz jugó al ratón y al gato con el general Campins posponiendo continuamente la entrega de armas al pueblo
Desde Madrid se dieron repetidas órdenes a Granada para que armase varias compañías de militares, e incluso de civiles, para viajar a Sevilla o a Córdoba a intentar revertir la cuartelada contra la República. Debería encargarse la Guardia Civil de repartir 3.000 armas para otros tantos milicianos de apoyo; y buscar vehículos para transportarlos. Pero todo fueron dudas desde la comandancia militar, que posteriormente se convirtieron en un boicot continuo a las órdenes que enviaba el ministro de Guerra. El coronel Muñoz jugó al ratón y al gato con el general Campins posponiendo continuamente la entrega de armas al pueblo.
El responsable del depósito de los 14.500 fusiles y pistolas dilató e incumplió continuamente las órdenes de su superior el general Campins. No aceptaba que sus tropas fuesen a Córdoba a luchar contra compañeros militares ni tampoco dar armas para voluntarios obreros; temía que las utilizaran contra ellos. Imaginaba que armar a militantes de izquierdas era propiciar una batalla campal en las calles de Granada y frustrar sus deseos de sumarse al alzamiento. No iba mal encaminado en sus suposiciones; armar a militantes de izquierdas conllevó el fracaso en algunos otros sitios, como fueron Barcelona o Madrid, a pesar de que aquellas ciudades contaban con potentes guarniciones militares.
Pero una delación sobre el preparativo de caballos y la presión por la entrega de armas seguro que influyeron en adelanto; se precipitó la salida a las 17,15 del día 10 en vez de a las 4 de la madrugada del 21
El largo periodo de tres días de indecisión en el Gobierno Civil y en la Comandancia Militar parecía que iba a finalizar al amanecer del día 21 de julio. Los rumores apuntaban a que las fuerzas de izquierdas iban a tomar las calles y rodear los cuarteles con las pocas armas disponibles y, si podían, con la ayuda de los militares republicanos se harían con el poder en los regimientos y de su armamento. Pero una delación sobre el preparativo de caballos y la presión por la entrega de armas seguro que influyeron en el adelanto; se precipitó la salida a las 17,15 horas del día 20 en vez de a las 4 de la madrugada del 21. Aquel rumor y el temor a que los partidos políticos de izquierdas y los sindicatos se echaran a la calle hicieron que, de una vez, el coronel jefe de Artillería adelantara sus planes levantiscos a la tarde del día 20.
Campins le exigió que no protagonizara una cuartelada; Muñoz le habría respondido algo así: “Qué mayor anarquía que los cambios repetidos de Gobierno, uno cada veinticuatro horas”
Empezó por ordenar la neutralización y detención del general Miguel Campins durante su última visita de inspección a Artillería. Muñoz y su ayudante Rosaleny le obligaron a ir a su despacho y firmar un bando de declaración de estado de guerra que simulaba la defensa de la República; lo radiaron repetidamente y pregonaron por las esquinas. Momentos antes habían sostenido un tenso diálogo el general Campins y su subordinado el coronel Muñoz en el patio del acuartelamiento: éste ya habría asegurado a Queipo de Llano que se saltaba la autoridad del comandante militar de Granada y se sumaba a la rebelión. Campins le exigió que no protagonizara una cuartelada; Muñoz le habría respondido algo así: “Qué mayor anarquía que los cambios repetidos de Gobierno, uno cada veinticuatro horas”.
También se le irían sumando otras unidades, fuerzas de seguridad y decenas de militantes de partidos de derechas que estaban advertidos y preparados con la chaqueta colgada al brazo como contraseña. Como así fue: el Regimiento de Infantería secundó al instante a los sublevados de Artillería
Sobre las cinco y cuarto de la tarde se echaron a las calles con sus cañones y soldados. Iban a tomar las instituciones, deponer a sus autoridades y controlar las comunicaciones. Muñoz Jiménez llevaba casi tres días negociando con el Regimiento de Artillería y enviando mensajes a otras unidades. También a los carabineros, guardia de asalto y Guardia Civil. El coronel Muñoz Jiménez había detectado demasiadas dudas e indecisiones en sus colegas los infantes. Él y la mitad de sus oficiales lo tenían muy claro, serían los primeros en echarse a la calle, seguros de que le seguirían los del cuartel de la Merced. También se le irían sumando otras unidades, fuerzas de seguridad y decenas de militantes de partidos de derechas que estaban advertidos y preparados con la chaqueta colgada al brazo como contraseña. Como así fue: el Regimiento de Infantería secundó al instante a los sublevados de Artillería.
Basilio León titubeaba ante su jefe inmediato, el general Campins: le aseguraba que su Regimiento sería fiel a la República, sólo desconfiaba de cuatro o cinco de sus oficiales
El coronel Antonio Muñoz Jiménez fue el primero en salir del cuartel con sus tropas y sus armas cargadas. Lo siguieron a la par los del Regimiento de Infantería Lepanto, al mando del coronel Basilio León Maestre. El papel inicial de este coronel de infantería fue calificado de demasiado blando cuando se abrió proceso judicial unas semanas más tarde; sus subordinados opinaron de él que era muy lento en reaccionar y no estuvo a la altura de las circunstancias; incluso los conspiradores llegaron a dudar de él. Basilio León titubeaba ante su jefe inmediato, el general Campins: le aseguraba que su Regimiento sería fiel a la República, sólo desconfiaba de cuatro o cinco de sus oficiales.
En pleno calor, cuando nadie se lo esperaba, sorprendieron a la ciudad
En pleno calor, cuando nadie se lo esperaba, sorprendieron a la ciudad. Los políticos y sindicalistas estaban en permanente reunión en las sedes del Gobierno Civil y del Ayuntamiento. Sería un golpe de mano audaz y por sorpresa. (La temperatura oficial era medida en el Aeródromo de Armilla y enviada a la Dirección General de Aeronáutica, ya que el Observatorio de Cartuja había sido cerrado por ser de los jesuitas. El último parte recibido en Madrid corresponde a las 18,00 horas de la tarde del día 19; había 30 grados en los Llanos de Armilla. Tres menos que ayer a esa misma hora).
Levantar un acta para la Historia
Pero antes de salir, a las cuatro de la tarde, el coronel que lideró la sublevación en Granada reunió a su plana mayor en la sala de banderas del Regimiento de Artillería y procedió a levantar acta de lo que habían hecho durante los tres largos días que mediaban, desde que conocieron el primer movimiento de tropas en Melilla, el día 17 de julio, y los cambios de presidentes del Gobierno.
Desde hace 89 años se ha comentado que esta acta existió, aunque no se conocía su destino. Se ha especulado con ella. Ahora, tras su aparición, conocemos con exactitud cómo vivieron aquellos tres días de tensión los artilleros que decidieron sumarse los primeros al alzamiento en Granada
Desde hace 89 años se ha comentado que esta acta existió, aunque no se conocía su destino. Se ha especulado con ella. Ahora, tras su aparición, conocemos con exactitud cómo vivieron aquellos tres días de tensión los artilleros que decidieron sumarse los primeros al alzamiento en Granada. El documento está firmado por 21 de los 41 jefes y oficiales que tenía el Regimiento de Artillería. Es de imaginar que los 20 restantes que no estamparon sus firmas sería porque no se sumaron a la asonada, algunos estarían de permiso o de baja por enfermedad; a dos al menos les cogió fuera de Granada. Sí se supo que varios de ellos desertaron y pasaron al campo republicano; y tres más fueron de los primeros en ser fusilados tras el triunfo del alzamiento.
He aquí el acta mecanografiada suscrita la tarde del 20 de julio de 1936 para dar fe de sus actos para el futuro:
Los Jefes y Oficiales que forman la guarnición del 4º Regimiento Ligero acordaron el día de hoy, y hora de las cuatro de la tarde, extender y firmar de común acuerdo el siguiente acta:
El día 18 de los corrientes, se acuarteló el Regimiento, por orden del Excmo. Sr. General Comandante Militar de la plaza; a partir de las 22 horas.
Durante la noche del 18 al 19, nos enteramos del levantamiento de las Fuerzas de África y convinimos en unirnos al movimiento, a cuyos efectos se nombró una Comisión formada por el Sr. Coronel, Don Antonio Muñoz Jiménez, que acompañado del Comte. [Comandante] Mayor Don Edmundo Rodríguez Bouzo, y Teniente Ayudante Don José Ruiz Cabello para que con la representación del Cuerpo, visitaran a los Jefes y Oficiales del Regimiento (de Lepanto), en la citada madrugada y hora de cuatro a cinco, invitándoles a unirse a nosotros para secundar el movimiento iniciado por las aludidas fuerzas. Llegada la Comisión al cuartel de Infantería, se avistaron con los Jefes y Oficiales de éste, en las siguientes circunstancias: El Coronel Don Antonio Muñoz G[sic]iménez con el de igual empleo Don Basilio León Maestre, en el despacho de éste; el Comte. Rodríguez Bouzo y el Teniente Ruiz Cabello con el Capitán Ayudante de Lepanto Don Mariano Alonso a quienes se unió el Comte. Mayor de este Regimiento Don Fernando Villalva.
El Coronel Don Antonio Muñoz, propuso al Sr. León Maestre ir ambos a la Comandancia Militar para proponerle al General que la Guarnición tomase parte en el movimiento organizado; respondiendo éste que consultaría con sus oficiales, como así lo hizo con los que había en Banderas y al salir de la reunión con estos, manifestó al Sr. Muñoz, que sí, que irían a ver al General, para que éste consultase a Madrid; en vista de cuya respuesta, la Comisión del 4º Ligero se despidió aplazando dicha consulta, por no dar otra respuesta más oportuna y más categórica a quienes defraudaban las esperanzas que sus compañeros pusieron en ellos.
Entre tanto celebraban conferencia los dos Coroneles, el Comandante Bouzo, conversó con el Capitán Alonso, repitiéndole si estaban dispuestos a (segundo folio) sublevarse con nosotros, contestando éste que él creía que no hacía falta. Y preguntado sobre la opinión que tenía de los demás compañeros del Regimiento, repuso que en este no se ocupaban de tal cosa y que la mayoría de los oficiales estaban durmiendo, en cuyos instantes se incorporó a los que charlaban el Comte. Villalva. Insistiendo a éste el Comte. Bouzo que era preciso ponerse de acuerdo para sublevarse, a lo que contestó aquél que no conocía la opinión de sus compañeros, momento en el cual salieron del despacho los dos Coroneles.
Durante la mañana del día 19 el Sr. General citó en su despacho a los Jefes de Cuerpo a quienes hizo saber las noticias que respecto al movimiento tenía y la probabilidad de enviar fuerzas de esta Guarnición a Sevilla, a lo que el Coronel de Artillería le respondió que sus oficiales no estaban dispuestos a ir contra los compañeros de Sevilla. El General manifestó que como no disponía de camiones para el traslado de Artillería que el Regimiento de Infantería organizase tres compañías para ir a donde fuera preciso.
En el día de hoy, 20 de los corrientes, a las dos y media próximamente [aproximadamente] de la mañana llegó al cuartel de Artillería el Teniente de la Guardia Civil Señor Pelayo (1) haciéndonos saber que según órdenes del Ministro de la Gobernación, había que entregar a la Guardia Civil tres mil armas largas de las que este Regimiento tiene en depósito, recibiéndose por teléfono, la misma orden del Comandante Militar. El Comte. Bouzo que era Jefe de Cuartel, recibió este telefonema y pidió la orden por escrito. En el momento presente, cuatro y cuarto de la tarde, no llegó la orden escrita y se nos repitió insistentemente que el requerimiento de entrega de las aludidas armas, en términos apremiantes, por lo que sabiendo, gracias a noticias recibidas del Sr. General y del Teniente Pelayo, que las armas referidas eran para armar una columna de paisanos que marcharía sobre Córdoba, se tomó en nuestro Regimiento, el acuerdo unánime de no entregar dichas armas y unirnos incondicionalmente en acción, como desde el principio lo estábamos en espíritu con las tropas de la cabecera de esta División.
Y para que así conste y surta los efectos oportunos en su debida fecha, firmamos la presente, todos como uno solo, los Jefes y Oficiales del 4º Regimiento de Artillería Ligera.
(1) Por la precipitación con que fue redactada la presente acta, no se hace constar que el Tte. Pelayo [Navarro] previamente había venido en la madrugada de este mismo día a ponerse de acuerdo con los Jefes y Oficiales del Cuartel, para prevenirles de la orden que pensaban dar y que él era el primero que no ha apoyado cumplir. (El jefe Coronel.?? Rúbrica.)
Coronel jefe: Antonio Muñoz Jiménez.
Teniente coronel: Luis Medrano Padilla.
Comandantes: Juan Mateos Pablos (asignado desde Caballería), Rafael Calderón Durán y Edmundo Rodríguez Bouzo (jefe de cuartel).
Capitanes: Rafael Ruiz de Algar Borrego, Rafael Miranda Dávalos, Diego Martínez Martínez, Miguel Fajardo Martell, Juan López-Rubio Oliván, Andrés Peñuela Fernández, Ángel Llinás Herrero (le cogió en zona republicana), Juan García Moreno, Eugenio Carrillo Durán, José Ruiz-Cabello Osuna, Fernando López Nebrera (2), Antonio del Castillo Benítez, José Ruiz Jiménez, Manuel Pérez Martínez de la Victoria, José Laynez Arizcún, José Fernández de la Bobadilla de los Ríos.
Tenientes: Manuel Benavides Martínez de la Victoria, Rafael Ramírez Carro, Pedro López Nebrera, Sebastián Fernández López, Rafael Corpas Luna, Miguel Álvarez Rosa, Vicente Medina Marco, José Collado Quero, José Arcas Fuente (en la reserva), Antonio Montero Sánchez.
Alféreces: José García Martín, Nicolás Muñoz Rodríguez, Antonio García Fernández, Miguel Guerrero Moreno, Antonio López Palacios, Nicolás Murcia Roldán, Mariano Andrés Arquellada y Pedro Paguero Álvarez.
El capitán médico era Eduardo López Font y el Veterinario José García Bengoa.
COMENTARIOS AL ACTA
Tres folios. Fue mecanografiada. Ocupa dos folios, más un tercero de firmas. En la tercera hoja figuran las rúbricas de los 21 jefes y oficiales del 4º Regimiento Ligero de Artillería que se sumaron a la rebelión. Están distribuidas en dos columnas; la de la izquierda la componen 11 (+1) firmas ordenadas por escalafón, encabezadas por la del comandante Edmundo Rodríguez; la de la derecha tiene otras 10 firmas, encabezadas por la del coronel Antonio Muñoz.
Buena parte de los nombres son perfectamente identificables; en ella figuran personajes que destacaron posteriormente en la guerra y en la vida civil
Buena parte de los nombres son perfectamente identificables; en ella figuran personajes que destacaron posteriormente en la guerra y en la vida civil. Por ejemplo, los capitanes Juan López-Rubio Oliván y Rafael Ramírez, los tenientes Fernando López Nebrera, Marino Andrés, José García, José Laynez y Manuel Medina. Curiosamente el hijo del coronel, Antonio Muñoz Guerrero, también era suboficial en este mismo Regimiento. (La cuarta parte de los firmantes murieron en combate).
Fernando López Nebrera se hizo responsable de la redacción del acta, según declaró a Eduardo Molina Fajardo en 1969 para su libro Los últimos días de García Lorca. Declaró que, al principio, los mandos de Infantería se resistían a alzarse, “es una locura, otra sanjurjada ─se justificaron─. Sólo en el último momento accedieron”.
El redactor. Fernando López Nebrera se hizo responsable de la redacción del acta, según declaró a Eduardo Molina Fajardo en 1969 para su libro Los últimos días de García Lorca. Declaró que, al principio, los mandos de Infantería se resistían a alzarse, “es una locura, otra sanjurjada ─se justificaron─. Sólo en el último momento accedieron”. Concretó el acto de redacción del acta del siguiente modo: “Cuando la sublevación, el acta del Regimiento de Artillería, la redacté yo, firmándola el coronel Muñoz; el teniente coronel Medrano, comandantes Calderón, Rodríguez Bouzo y Mateos; capitanes Carrillo, Miranda, García Moreno, López-Rubio y Pérez de la Victoria; tenientes Laynez, Peñuelas, Castillo, mi hermano Pedro y yo. Intentábamos ponernos en contacto con los de Artillería y al no poder hacerlo, se le explicó a Queipo el retraso en iniciar el alzamiento. Sólo teníamos en Artillería seis baterías. Yo tuve en mi poder más de un año esta acta, y después se la entregué a García Moreno; luego supe que la tenía Miranda, quien parece ser que la entregó. Era difícil de publicar, pues demuestra cómo la infantería se resistía a la sublevación (…) De Falange salieron, con Valdés y García Moreno, no creo que más de cincuenta hombres del cuartel de Artillería…”.
La diferente tinta, trazo y rotundidad de su nombre al final hacen pensar que su firma fue añadida con posterioridad
[Cierra las firmas de la columna izquierda el alférez de complemento Rafael García García (3), que fue quien acabó conservando el acta para la posteridad. No formaba parte de la plantilla de jefes y oficiales en la revista del comisario. Hizo parte de la guerra como teniente al mando de una batería en la batalla de Lucena del Cid (Castellón). La diferente tinta, trazo y rotundidad de su nombre al final hacen pensar que su firma fue añadida con posterioridad].
Nota el pie. Se incluyó de urgencia, escrita a mano, para precisar los contactos que había tenido el teniente Mariano Pelayo Navarro, tanto en su nombre como por orden del teniente coronel de la Guardia Civil, para impedir que fuese armada una columna de civiles con destino a Córdoba. O evitar el reparto de armas entre el pueblo.
Según la versión de los artilleros, la iniciativa de sumarse a la rebelión iniciada en África partió en todo momento del Regimiento de Artillería Ligera número 4. Encabezado por su coronel jefe Antonio Muñoz Jiménez. Le secundaron la mitad de sus jefes y oficiales subordinados
Iniciativa. Según la versión de los artilleros, la iniciativa de sumarse a la rebelión iniciada en África partió en todo momento del Regimiento de Artillería Ligera número 4. Encabezado por su coronel jefe Antonio Muñoz Jiménez. Le secundaron la mitad de sus jefes y oficiales subordinados (También alguno se sumó después, aunque no firmó).
Indecisión y dudas. Muy pronto quisieron implicar a la otra unidad con potencia de guerra que había en la ciudad, el Regimiento de Infantería Lepanto número 5, con sede en el cuartel de la Merced. Pero dejan claro en el texto que detectaron indecisión por parte de sus colegas los infantes. Tuvieron que reunirse varias veces para convencerlos. Incluso quedaron con ellos en un bar El Americano de la calle Tinajilla y no se presentaron.
Comisión negociadora. Por parte de Artillería, la formaron su coronel Antonio Muñoz Jiménez, su segundo el comandante Edmundo Rodríguez Bouzo y el teniente ayudante José Ruiz Cabello. Los tres se desplazaron al cuartel de Artillería a negociar e intentar implicar en el alzamiento a sus jefes: el coronel Basilio León Maestre, el comandante jefe de cuartel Fernando Villalba Escudero y el capitán ayudante Mariano Alonso Escudero.
La primera propuesta del coronel artillero a su colega el jefe de Infantería era ir ambos a ver al general Miguel Campins y convencerle o proponerle que la guarnición militar de Granada se sumase al alzamiento
Convencer al gobernador militar. La primera propuesta del coronel artillero a su colega el jefe de Infantería era ir ambos a ver al general Miguel Campins y convencerle o proponerle que la guarnición militar de Granada se sumase al alzamiento. En este primer contacto fue cuando el coronel Basilio León se mostró dubitativo, indeciso, y se parapetó en consultar antes con sus subordinados para ver qué opinaban.
Las dudas entre los de Infantería llevaron a decir al capitán ayudante que “no hacía falta” sublevarse. Incluso se mostró un tanto indiferente al decir que no hablaban de eso en este cuartel; todos estaban durmiendo sin la menor preocupación por lo que se fraguaba en el país.
Regreso con dudas. La comisión de artilleros regresó a su acuartelamiento consciente de que sus colegas de Infantería Lepanto 5 estaban llenos de dudas sobre si sumarse o no al pronunciamiento. Querían consultar a Madrid si sublevarse o no; algo a lo que no estaba dispuesto el coronel Muñoz; seguía ciegamente los pasos marcados por Queipo de Llano desde Sevilla.
Reunión con el general. A la mañana del 19, el general se reunió con los dos jefes. El coronel de Artillería se mostró expeditivo al negarse a enviar sus tropas a Córdoba a reprimir a los alzados. Desobedeció claramente a su superior. Esa actitud la mantuvo hasta el final.
El día 20, el coronel de Artillería se negó nuevamente a repartir las 14.500 armas civiles que custodiaba en su cuartel. No quiso armar al pueblo porque ya tenía decidida su salida a las calles de Granada. Continuaba negociando la complicidad de Infantería
Reparto de armas. El día 20, el coronel de Artillería se negó nuevamente a repartir las 14.500 armas civiles que custodiaba en su cuartel. No quiso armar al pueblo porque ya tenía decidida su salida a las calles de Granada. Continuaba negociando la complicidad de Infantería [El acta no cuenta que tanto el capitán José Nestares Cuéllar, como el comandante José Valdés y el teniente Pelayo ya mantenían contactos para alzar en armas a los respectivos cuerpos en que se movían, así como a militantes de Falange].
Recibió órdenes incluso desde Madrid para que fuesen armados los obreros granadinos. Pero se negó a hacerlo por enésima vez. Ya sólo faltaba detener al comandante militar y echarse a la calle.
La sección de Artillería que se dirigió al Gobierno Civil, con el comandante José Valdés entre ellos, fue la primera en partir, a las 17,15. Antes de que estuviese firmado el Bando de guerra
Llegan las 16,30. Las tropas estaban preparadas en el cuartel para salir. Fueron admitidos y equipados algunos falangistas conocidos. Fue redactada el acta y marcharon a tomar los centros de poder y los principales accesos a la ciudad. La sección de Artillería que se dirigió al Gobierno Civil, con el comandante José Valdés entre ellos, fue la primera en partir, a las 17,15. Antes de que estuviese firmado el Bando de guerra.
La escasa guarnición militar de Granada en 1936
Granada dejó de ser cabecera de Capitanía General Militar desde la reforma de 1893. Había sido rebajada a categoría de Comandancia Militar, mandada por un general de brigada; a pesar de ello, de Granada dependían las comandancias militares de Málaga y Almería. Toda Andalucía estaba encuadrada en la II División orgánica, con capital en Sevilla, en julio del año 1936. El Ejército de la II República contaba entonces con casi 170.000 hombres, mandados por 104 generales y algo más de 27.000 jefes y oficiales.
Entre toda la tropa disponible entre ejército y fuerzas de seguridad de la provincia apenas se rebasaban los 2.000 hombres dispuestos para el combate. Toda la plantilla de jefes y oficiales del ejército y cuerpos de seguridad civil en Granada sumaba 194 personas
La que fue Capitanía granadina y región militar histórica, llegado el año 1936 estaba convertida en una plaza muy mermada en términos militares. El recuento del comisario a fecha 1 de julio consignó la existencia de bastante personal de órganos administrativos, pero cuerpos con potencia armada en realidad quedaban resumidos a dos: el Regimiento 4º Ligero de Artillería y el Regimiento de Infantería Lepanto 5 (antiguo número 2). También estaba la Aviación Militar en el Aeródromo de Armilla, con dos escuadrillas de cazas y menos de un centenar de soldados de tierra.
Entre toda la tropa disponible entre ejército y fuerzas de seguridad de la provincia apenas se rebasaban los 2.000 hombres dispuestos para el combate. Toda la plantilla de jefes y oficiales del ejército y cuerpos de seguridad civil en Granada sumaba 194 personas.
En total, la plantilla era de 575 hombres (41 jefes y oficiales, 42 suboficiales y 492 soldados). En esas cifras estaban incluidos los miembros de la banda de música. A principios de julio de 1936 se encontraban de vacaciones, permisos o rebajes aproximadamente 185 miembros del Regimiento artillero
La unidad más potente de fuego era el Regimiento de Artillería Ligero número 4. Tenía una plantilla formada por un coronel, 1 teniente coronel, 3 comandantes, 9 capitanes, 16 tenientes, 9 alféreces, 8 brigadas y 34 sargentos. Además del médico y el veterinario. En total, la plantilla era de 575 hombres (41 jefes y oficiales, 42 suboficiales y 492 soldados). En esas cifras estaban incluidos los miembros de la banda de música. A principios de julio de 1936 se encontraban de vacaciones, permisos o rebajes aproximadamente 185 miembros del Regimiento artillero.
El Regimiento de Infantería Lepanto tenía ligeramente más personal adscrito que los artilleros. Su plantilla de jefes y oficiales era de 46 militares (un coronel, 1 teniente coronel, 4 comandantes, 12 capitanes, 14 tenientes y 12 alféreces). Los suboficiales ascendían a 66. Entre soldados de primera, segunda clase y banda de música ligeramente sobrepasaban los 550 miembros. Es decir, en total había 662 en el cuartel de la Merced y carretera de Pulianas. De ellos, aproximadamente un tercio se encontraban de permiso aquel fin de semana que se produjo el alzamiento en las plazas africanas.
Luego estaban los cuerpos de la Guardia Civil (repartidos en su mayor parte en las cuatro compañías de la provincia, con 83 puestos en las poblaciones) los carabineros, la Guardia de Asalto y la Policía Municipal.
La munición se limitaba a poco más de 75.000 cartuchos y unas partidas de obuses que había en carga en la fábrica de El Fargue
En cuanto al armamento de guerra, también era escaso y ligero. Había sólo cuatro baterías útiles de artillería (formadas por varios cañones tirados por caballos), una docena de morteros, un fusil por cada soldado, pistolas para jefes, oficiales y suboficiales. Además, en el cuartel de Artillería había requisadas y depositadas en custodia unas 14.500 armas cortas y largas procedentes de la recogida practicada por los altercados de marzo, tras la anulación de las elecciones generales en Granada y Cuenca. También había unos cuantos centenares requisadas por la Guardia Civil de los pueblos que las enviaron a la capital a finales de junio por temor a asaltos. La munición se limitaba a poco más de 75.000 cartuchos y unas partidas de obuses que había en carga en la fábrica de El Fargue.
Por el contrario, la población civil en disposición de manejar armas para contrarrestar a los militares, afiliados a sindicatos de trabajadores, superarían ampliamente los 30.000 en la capital; pero apenas disponían de armas
Infantería disponía de otra media docena de ametralladoras y los fusiles de cada soldado.
En resumen, la guarnición militar y de fuerzas de seguridad en Granada y su provincia no eran excesivamente exageradas en comparación con su mediano número de habitantes. Por el contrario, la población civil en disposición de manejar armas para contrarrestar a los militares, afiliados a sindicatos de trabajadores, superarían ampliamente los 30.000 en la capital; pero apenas disponían de armas.
Empieza la toma y guerra en Granada
Los militares que sacaron sus fuerzas a la calle lo hicieron pensando en deponer a todas las autoridades e instituciones republicanas para instaurar un directorio militar. Sería cuestión de pocos días. Pero el fracaso del golpe a nivel estatal hizo que, en realidad, las tropas ya no volvieran a encerrarse en sus cuarteles durante los tres siguientes años. Empezaba una guerra civil entre los españoles que se prolongaría los tres siguientes años.
Tras dejar el acta de asonada en el cuarto de banderas del Regimiento de Artillería, se formó a la tropa y se repartieron órdenes verbales a cada compañía. El plan de tomar por la fuerza la capital fue muy sencillo, capitaneado por oficiales de Artillería, apoyados por los de Infantería y voluntarios que se les fueron sumando de Falange
Tras dejar el acta de asonada en el cuarto de banderas del Regimiento de Artillería, se formó a la tropa y se repartieron órdenes verbales a cada compañía. El plan de tomar por la fuerza la capital fue muy sencillo, capitaneado por oficiales de Artillería, apoyados por los de Infantería y voluntarios que se les fueron sumando de Falange.
Las cuatro únicas secciones de baterías artilleras útiles que había en Granada fueron repartidas de la forma siguiente:
La primera fue enviada a tomar el Gobierno Civil de la calle Duquesa, al mando del capitán García Moreno. No hubo necesidad de presionar mucho pues los veinticinco guardias de asalto que la custodiaban se sumaron a los alzados.
La segunda sección artillera la destinaron a la carretera de Murcia, con la intención de controlar el barrio del Albayzín, que era el que mayor población obrera concentraba
La segunda sección artillera la destinaron a la carretera de Murcia, con la intención de controlar el barrio del Albayzín, que era el que mayor población obrera concentraba, sobre todo anarquista y socialista. También el acceso a la fábrica de municiones.
La tercera batería fue ubicada en el cruce estratégico del fielato de la Caleta para controlar ese importante nudo de comunicaciones.
Y la cuarta la establecieron en la Plaza del Carmen. Eran dos cañones. La dirigía el capitán Juan López-Rubio, ayudado por Fernando López Nebrera, el alférez José García Martín, el suboficial Francisco Burgos y dos docenas de soldados
Y la cuarta la establecieron en la Plaza del Carmen. Eran dos cañones. La dirigía el capitán Juan López-Rubio, ayudado por Fernando López Nebrera, el alférez José García Martín, el suboficial Francisco Burgos y dos docenas de soldados.
Varias ametralladoras del Regimiento de Infantería fueron repartidas por el Humilladero para controlar las carreteras de Motril y Cenes. Un grupo más controló los accesos desde Jaén en el puente del Beiro.
Camionetas con guardias de asalto se repartieron por otros puntos de la ciudad. Guardias Civiles y soldados de Artillería se encargaron de controlar a los aviadores del Aeródromo de Armilla. Cuando llegaron, los aviones útiles habían volado y huido hacia Motril los soldados porque este destacamento se mantuvo fiel a la República.
En la Plaza del Carmen quizás se vivió el momento más tenso cuando el teniente coronel Miguel del Campo se presentó a deponer a la Corporación municipal: la calle y el patio estaban repletos de obreros esperando el reparto de armas
No hubo que dar un solo tiro aquella tarde para neutralizar a las autoridades concentradas en el Gobierno Civil ni en el Ayuntamiento. En la Plaza del Carmen quizás se vivió el momento más tenso cuando el teniente coronel Miguel del Campo se presentó a deponer a la Corporación municipal: la calle y el patio estaban repletos de obreros esperando el reparto de armas. El jefe militar emplazó los cañones apuntando a la Casa Consistorial y dijo a voces: “Capitán, voy a entrar a hablar con el alcalde. Si no he salido en un cuarto de hora, dispare a discreción”. En cuestión de minutos quedó limpio el entorno; el teniente coronel (que estaba de vacaciones en Granada) entró y depuso al alcalde Manuel Fernández Montesinos y sus concejales sin ningún tipo de resistencia. Todos fueron detenidos y encarcelados.
También se cuidaron de controlar Radio Granada, los edificios de Teléfonos, Correos y Telégrafos, y las sedes de sindicatos y partidos políticos.
Quienes habían ocupado hasta entonces cargos de responsabilidad política y sindical fueron detenidos y encarcelados. En pocas semanas iba a cambiar drásticamente el destino de la mayoría de ellos: fueron ejecutados en las tapias del cementerio o en los campos de la Alfaguara
Quienes habían ocupado hasta entonces cargos de responsabilidad política y sindical fueron detenidos y encarcelados. En pocas semanas iba a cambiar drásticamente el destino de la mayoría de ellos: fueron ejecutados en las tapias del cementerio o en los campos de la Alfaguara. El más sonado de todos fue el general Miguel Campins, llevado a Sevilla para fusilarlo a mediados de agosto por orden del Virrey de Andalucía (Queipo de Llano). Este general de talante conservador mantuvo su fidelidad a la República, dudó mucho y también envió un telegrama al alzado Francisco Franco poniéndose a su disposición.
Al llegar la noche del 20 de julio, todas las instituciones de la capital estaban en manos de los militares alzados. Empezaba el reparto de cargos entre ellos: el coronel Basilio León se quedó como gobernador militar; José Valdés Guzmán se hizo gobernador civil; Miguel del Campo, alcalde de la capital; José Nestares, jefe de seguridad; Lorenzo Tamayo, presidente de la Diputación… Y el coronel Antonio Muñoz Jiménez, jefe operativo de todos los combatientes de la provincia.
Años después, en 1969, un camisa vieja de Falange, declaró para el libro de Molina Fajardo que “Realmente, en el alzamiento, el coronel Muñoz y los oficiales jóvenes de Artillería fueron los mejores… A ellos se debió el éxito inicial del movimiento en Granada”.
En la provincia de Granada triunfó la sublevación sólo parcialmente. Pero a los pocos días el sector republicano se hizo con las riendas en el 70% del territorio
En la provincia de Granada triunfó la sublevación sólo parcialmente. Pero a los pocos días el sector republicano se hizo con las riendas en el 70% del territorio. Comenzaban las matanzas y las represalias en la mayoría de las poblaciones. Los sublevados solamente controlaban la capital; aunque no toda, ya que el barrio del Albayzín se resistió y hubo de ser cañoneado desde la Silla del Moro y con aviones llegados de Murcia, además de luchar en barricadas y casa por casa. El resultado fue una encarnizada resistencia de tres días que se cobró una veintena de muertos, el desalojo de varones y una dura represión las semanas siguientes.
Consiguieron contactar en Loja el 18 de agosto de 1936, tan solo un mes más tarde del golpe. Después fueron ganando terreno hacia las zonas montañosas que cierran la Vega del Genil
El coronel Antonio Muñoz tenía por delante la dura misión de romper el cerco de la ciudad por el Oeste e ir abriendo un pasillo por la Vega en busca de la cuña que venían abriendo desde Sevilla las columnas del general Varela. Consiguieron contactar en Loja el 18 de agosto de 1936, tan solo un mes más tarde del golpe. Después fueron ganando terreno hacia las zonas montañosas que cierran la Vega del Genil.
La provincia quedó partida en dos entre 1936 y 1939: la zona oriental, republicana, con capital en Baza; la zona occidental, nacional, con capital en Granada
Todo el sector Noreste de la provincia, a partir del Puerto de la Mora, quedó como tierra republicana durante el resto de contienda. La Costa también se mantuvo republicana hasta febrero del año 1937. La provincia de Granada quedó partida en dos entre 1936 y 1939: la zona oriental, republicana, con capital en Baza; la zona occidental, nacional, con capital en Granada.
¿Hubiese fracasado de haber armado al pueblo?
Es indudable que la clave del éxito del alzamiento militar en Granada aquella tarde de hace 89 años radicó en el control de las 14.500 armas civiles del depósito de Artillería. De haber dispuesto de ellas las masas obreras o militantes de izquierdas, el resultado hubiese sido diametralmente opuesto. Es lo que ocurrió en pueblos y ciudades en los que los civiles tuvieron acceso inmediato al armamento. Los guardias civiles de los pueblos recibieron la orden desde Granada de sublevarse y deponer a las autoridades republicanas. Lo consiguieron en muchos casos; pero la disposición de armamento civil hizo que en pocos días se diera vuelta a la tortilla. En varios casos, el pueblo expulsó o ejecutó a los pocos guardias civiles sublevados; en otros tuvieron que concentrarse en poblaciones grandes o huir. Los resultados de la emboscada a la línea de Huéscar y de la compañía de Guadix fueron verdaderas matanzas. (Ver: Granadinos 'caídos' en los Pozos de Tabernas).
No reaccionaron con diligencia para sacar las 14.500 armas del depósito y armar a la población civil. Su temor era perder el control de la amalgama de milicias anárquicas que preparaban una huelga revolucionaria armada permanente
Es evidente que el golpe triunfó en Granada por la indecisión y blandura con que actuaron los gobernadores civil y militar, ambos alineados con la República. Y manejados por los políticos izquierdistas granadinos. No reaccionaron con diligencia para sacar las 14.500 armas del depósito y armar a la población civil. Su temor era perder el control de la amalgama de milicias anárquicas que preparaban una huelga revolucionaria armada permanente.
En el lado contrario, el acierto para los sublevados fue impedir el reparto de armas con el pretexto gubernamental de armar columnas de milicianos hacia Córdoba. De haberlas repartido, los primeros perjudicados hubiesen sido los militares levantiscos. No habrían podido salir de sus cuarteles.
El PCE era consciente de que, tarde o temprano, los militares preparaban una cuartelada. Creía que el principal fallo fue que el secretario general del PSOE de Granada, el doctor Alejandro Otero, estaba fuera de España en aquel momento
El que era diputado de Granada por el Partido Comunista, Antonio Pretel Fernández (Gor 1903-Moscú 1980), vivió muy de cerca los acontecimientos de aquellos días. En sus escritos no se mordió la lengua para culpar a los gobernantes socialistas que mandaban en Granada del éxito del golpe de estado; los acusó de la escasa oposición que ejercieron sobre los militares. Peor aún cuando eran tan pocos y tan escasamente armados. El PCE era consciente de que, tarde o temprano, los militares preparaban una cuartelada. Creía que el principal fallo fue que el secretario general del PSOE de Granada, el doctor Alejandro Otero, estaba fuera de España en aquel momento; era el único capaz de revertir la situación por su autoridad y cualidades personales. El resto de los dirigentes republicanos socialistas de la provincia no hicieron más que dudar y sembrar confusión.
Repito que Granada no era importante en cuanto potencia de su guarnición militar, pero sí por tener una de las principales fábricas de municiones (El Fargue). Aquel diputado comunista elevaba la cifra de fusiles civiles a 25.000, más que suficientes para haber aplastado a los militares alzados. Incluso sobraban para acudir en auxilio de otras ciudades andaluzas a reprimir el alzamiento. “Todo esto lo malograron la pasividad ─especificaba─, la indecisión y el miedo al pueblo del gobernador y de los dirigentes republicanos y socialistas, especialmente Virgilio Castilla, acaudalado comerciante, los cuales atenazados por su estrechez y las directivas del Gobierno no afrontaron la lucha en el terreno que se planteaba”. Acusó al gobernador civil de negarse, desde el balcón de la calle Duquesa, a entregar las armas que les pedían los militantes de UGT.
En cambio, su opinión sobre el flamante alcalde Fernández Montesinos era diferente: Proponía crear con toda urgencia grupos armados, aunque “elegidos” (para evitar armar a delincuentes e incontrolados), ubicarlos en lugares estratégicos y en las vías de penetración a la ciudad. Pero el gobernador y otras autoridades no se la aceptaron
En cambio, su opinión sobre el flamante alcalde Fernández Montesinos era diferente: Proponía crear con toda urgencia grupos armados, aunque “elegidos” (para evitar armar a delincuentes e incontrolados), ubicarlos en lugares estratégicos y en las vías de penetración a la ciudad. Pero el gobernador y otras autoridades no se la aceptaron. A lo sumo, algunos grupos aislados de obreros, armados con pistolas, dispararon contra los camiones de falangistas cuando recorrían la Gran Vía y Reyes Católicos para controlar el Albayzín. También acusó a Virgilio Castilla de ser quien impidió que los mineros de Alquife viniesen con explosivos y columnas de braceros de la Vega lo hicieran armados para combatir a los militares en las calles.
Entendía el diputado comunista que las autoridades no fueron conscientes de que lo que se avecinaba era una guerra. Parecían preferir la derrota de la República a una revolución obrera armada.
Fue tan terrible su reguero de sangre que hasta los granadinos antirrepublicanos tuvieron que alzar su voz en el entorno de Franco para quitarlo de gobernador civil.
Luego llegarían los primeros bombardeos republicanos de Granada, con pocos daños y algunos muertos, y las consiguientes represalias a base de fusilamientos. Y el gran baño de sangre puesto en marcha, principalmente por el gobernador civil José Valdés, para implantar una política de terror que impidiese revertir la situación que se mantuvo cogida con alfileres durante los primeros meses de guerra. Fue tan terrible su reguero de sangre que hasta los granadinos antirrepublicanos tuvieron que alzar su voz en el entorno de Franco para quitarlo de gobernador civil. De todas formas, el mayor porcentaje de asesinatos registrados en Granada tuvieron lugar durante los meses que Valdés ejerció de gobernador civil.
Antonio Muñoz, un militar sin filiación política
Aunque nació en Córdoba (10 de marzo de 1882) su vida estuvo muy ligada a Granada. A esta ciudad le trajo su familia con sólo tres años. Contrajo matrimonio con la granadina Josefa Guerrero Guiote (fallecida en noviembre de 1922), con la que tuvo un hijo y una hija (Antonio y Araceli). Ingresó muy joven en la carrera militar (1896), rama de artillería, donde fue el coronel más joven del arma (septiembre de 1934). Estudió idiomas, dominaba a la perfección la lengua árabe, inglés y francés.
Nunca se dijo de él, ni tampoco se le asoció, con partidos políticos ni conspiraciones a partir de las elecciones generales de febrero de 1936. Queipo de Llano recurrió a él cuando comprobó que el general Campins no acababa de sumar Granada al alzamiento
Le tocó vivir la época africanista en Larache con el grado de comandante. Vino a Granada como comandante del Regimiento 4º Ligero de Artillería. Ascendió a la jefatura de estudios de la Academia de Artillería, aunque no ejerció y regresó de nuevo a Granada como teniente coronel subjefe del 4º Ligero. En Granada estuvo destinado hasta su ascenso a coronel, en 1935, en que marchó al mando del Tercer Regimiento de Artillería Ligera de Sevilla. En la capital andaluza permaneció hasta su regreso al mando del 4º Ligero de Artillería de Granada. Aquellos movimientos entre Sevilla y Granada estuvieron motivados solamente por cuestiones de escalafón militar, nunca de tipo político como tantos traslados por desconfianza que se daban por entonces. Nunca se dijo de él, ni tampoco se le asoció, con partidos políticos ni conspiraciones a partir de las elecciones generales de febrero de 1936. Queipo de Llano recurrió a él cuando comprobó que el general Campins no acababa de sumar Granada al alzamiento.
Una vez conquistada la mayor parte de la provincia de Granada en 1936, a principios del año 1937 formó parte de la sangrienta toma de Málaga con su columna llamada Granada
Confirmado el golpe de estado militar en Granada el 20 de julio, el coronel Muñoz no participó en el reparto de cargos de tipo político ni administrativo que secundaron otros jefes golpistas; sus compañeros se hicieron con los gobiernos del Ayuntamiento, Diputación, Gobierno Civil, cuerpos de seguridad, abastos, comunicaciones, etc. Antonio Muñoz recibió directamente el mando del general Queipo de Llano, Virrey de Andalucía, para organizar los frentes de guerra en toda la parte occidental de Granada. Sus competencias abarcaron toda la Vega, Montes hasta adentrarse en Jaén, comarcas de Alhama y Loja. Fue el encargado de recuperar para la causa nacional el corredor del Genil hasta enlazar en Loja con el ejército del general Varela, que avanzaba desde Sevilla para romper el cerco de Granada. Una vez conquistada la mayor parte de la provincia de Granada en 1936, a principios del año 1937 formó parte de la sangrienta toma de Málaga con su columna llamada Granada. No hubo prácticamente ninguna población de importancia tomada por los militares y milicias falangistas granadinos que no estuviera dirigida por el coronel Muñoz Jiménez durante todo el año 1937.
Desfilaron por las calles de Granada en presencia de Queipo de Llano, del arzobispo Agustín Parrado y del propio coronel principal del III Cuerpo que mandaba todas las tropas en la provincia
El 28 de septiembre de ese año le organizaron un homenaje las tropas de Málaga por su contribución a la conquista de esta ciudad con las compañías desplazadas desde Granada, más la ayuda de italianos. Desfilaron por las calles de Granada en presencia de Queipo de Llano, del arzobispo Agustín Parrado y del propio coronel principal del III Cuerpo que mandaba todas las tropas en la provincia.
Antonio Muñoz Jiménez enfermó súbitamente en diciembre de 1937. Fue operado de urgencia el día 4 de enero en el Hospital Militar. Se recuperó momentáneamente. Pero empeoró y falleció el 9 de enero de 1938. Tenía 55 años
Antonio Muñoz Jiménez enfermó súbitamente en diciembre de 1937. Fue operado de urgencia el día 4 de enero en el Hospital Militar. Se recuperó momentáneamente. Pero empeoró y falleció el 9 de enero de 1938. Tenía 55 años. Su entierro supuso una de las mayores manifestaciones de duelo durante toda la guerra en la capital granadina. Todavía quedaba más de un año de lucha y muchos acontecimientos por suceder. Fue enterrado en el panteón de su familia política, donde su esposa reposaba desde hacía dieciséis años.
En julio de 1942, coincidiendo con el sexto aniversario, el Ayuntamiento de Granada concedió la primera Medalla del Alzamiento al coronel que encabezó el levantamiento, Antonio Muñoz Jiménez.
Tras los homenajes habituales al coronel de Artillería, otros vencedores escribieron la Historia de la Cruzada y Antonio Muñoz Jiménez quedó un poco olvidado en las crónicas granadinas. Para bien y para mal.
Propuso al Ayuntamiento que se dedicara a su padre el nombre de la calle donde se había iniciado la rebelión la tarde del 20 de enero de 1936. Es decir, el cuartel de los Mondragones en la carretera de Maracena
En noviembre del año 1968 llegó destinado a Granada el hijo del coronel protagonista del alzamiento en Granada, Antonio Muñoz Guerrero, con grado de teniente coronel de artillería. Propuso al Ayuntamiento que se dedicara a su padre el nombre de la calle donde se había iniciado la rebelión la tarde del 20 de enero de 1936. Es decir, el cuartel de los Mondragones en la carretera de Maracena. Un mes más tarde la inauguraban el alcalde José Luis Pérez Serrabona y la plana mayor de la recuperada Capitanía General de la IX Región militar y el hijo.
La Avenida Coronel Muñoz fue borrada del callejero a finales del siglo XX y sustituida por Avenida de las Fuerzas Armadas.
- (1) El capitán Juan López-Rubio Oliván (1901-1975) llego al grado de coronel. Por entonces, ser coronel de Artillería era homologado con el título de ingeniero industrial. Se licenció del ejército e ingresó en el Ayuntamiento de Granada como jefe del servicio de electricidad de la ciudad, donde se jubiló. No tenía ningún parentesco con Juan López-Rubio, el promotor del negocio azucarero y la construcción de la Gran Vía.
- (2) Fernando López Nebrera ocupó importantes cargos en Falange y Jefatura del Movimiento. Fue presidente de la Diputación Provincial de Granada entre noviembre de 1954 y abril de 1961.
- (3) Rafael García García era brigada a principios de 1936. Ascendió a alférez de complemento en febrero de ese año. Era teniente coronel de artillería y médico en 1969, ejerció en su clínica de la calle San Antón y optó a la presidencia del Colegio de Médicos en 1980. Quizás ahí estuvo guardado el acta de rebelión durante muchos años.
De más reciente publicación y más centrado en el conflicto bélico, recomiendo la lectura de Y Cayó Granada. La sublevación de julio de 1936 en la capital y provincia, escrita por Joaquín Gil Honduvilla. (2019).