Habladurías 11+1 con Cristina Blanco, profesora de sociología y superviviente del suicidio: del duelo personal al activismo suicidiológico

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“¿Dónde están los titulares sobre los hombres que se han suicidado entre 40 y 60 años? ¿Dónde están las noticias sobre el suicidio en los mayores de 80?”
Una pérdida que lo cambia todo
“Nunca, nunca te esperas que eso pueda llegar a ocurrir”, dice. Y si ocurre, "el desconcierto es brutal"
En 2012, Cristina perdió a su marido por suicidio. A pesar de que había antecedentes, tentativas previas y un supuesto acompañamiento médico, la tragedia ocurrió. En su relato, queda al desnudo una de las verdades más incómodas: ni el sistema sanitario ni el entorno estaban preparados para prevenir ni para sostener el duelo posterior. “Nunca, nunca te esperas que eso pueda llegar a ocurrir”, dice. Y si ocurre, "el desconcierto es brutal".
Habla del “shock”, de la incredulidad, de la imposibilidad de encajar ese dolor dentro de las etapas del duelo que proponen los manuales. “A mí no me gusta hablar de etapas del duelo, porque no existen. Hay una espiral, avances, retrocesos. Tardé cuatro años en empezar a respirar”. Mientras tanto, tuvo que sostener también a sus tres hijas, en edades muy distintas, sin apenas apoyo profesional.
Esa rabia fue el motor de un nuevo camino. Cristina dejó atrás una carrera de 25 años en el ámbito de las migraciones internacionales para volcarse en la suicidiología. “No podía hacer como que no había pasado nada. Éticamente, me era imposible”
El sistema que no llega
Cristina no oculta su decepción. Lo que más le dolió, más allá de la pérdida, fue la constatación de que se sabía y no se hizo. Que la información estaba, pero no se aplicaba. Manuales científicos que señalaban cómo actuar ante intentos de suicidio, la importancia de la familia como agente terapéutico, la necesidad de evaluar riesgos. “Nunca hablaron conmigo. Le dieron el alta a los pocos días sin una evaluación real, y murió seis días después. Llamó a su psiquiatra y le dieron cita para un mes y medio más tarde”.
Esa rabia fue el motor de un nuevo camino. Cristina dejó atrás una carrera de 25 años en el ámbito de las migraciones internacionales para volcarse en la suicidiología. “No podía hacer como que no había pasado nada. Éticamente, me era imposible”.
Aidatu: el sentido de seguir
“Implantar un curso de suicidiología en la universidad fue titánico. No soy psiquiatra ni psicóloga, soy socióloga. Y la sociología no está legitimada para hablar de suicidio”
Fundó Aidatu, la Asociación Vasca de Suicidiología, con el objetivo de que otras personas no pasaran por lo mismo. Y se encontró con las resistencias típicas de un sistema que apenas reconoce lo que no controla. “Implantar un curso de suicidiología en la universidad fue titánico. No soy psiquiatra ni psicóloga, soy socióloga. Y la sociología no está legitimada para hablar de suicidio”.
A pesar de ello, ha abierto camino. Las asociaciones de supervivientes han pasado de ser una a más de 30 en todo el Estado. Hay más atención mediática, más diálogo social. Pero Cristina insiste en que el cambio real es lento y desigual, especialmente en el ámbito sanitario.
“Si no estás formado, no sabes detectar, no sabes preguntar, no sabes intervenir. Y eso, en algunos casos, cuesta vidas”
Formar para no fallar
Una de sus críticas más severas se dirige a la falta de formación de los profesionales. En 2025, afirma, la conducta suicida sigue sin abordarse adecuadamente en los grados de Psicología, y apenas aparece en másteres habilitantes. Lo mismo sucede con trabajadores sociales, educadores, personal sanitario de primera intervención. “Si no estás formado, no sabes detectar, no sabes preguntar, no sabes intervenir. Y eso, en algunos casos, cuesta vidas”.
Cristina también pone el foco en los discursos simplistas. Frases como “hablar salva vidas” o “preguntar directamente siempre ayuda” pueden ser peligrosas si no se matizan
Cristina también pone el foco en los discursos simplistas. Frases como “hablar salva vidas” o “preguntar directamente siempre ayuda” pueden ser peligrosas si no se matizan. “No es solo hablar, es saber cómo, cuándo y de qué manera. Hablar no siempre salva vidas. A veces, preguntar sin preparación puede provocar más daño”.
Realidades invisibles
La conversación también saca a la luz las realidades menos visibles del suicidio. Aunque hay preocupación —y a veces alarma mediática— por el suicidio juvenil, se habla poco del suicidio en hombres de mediana edad o en personas mayores, donde las tasas son altísimas. “¿Dónde están los titulares sobre los hombres entre 40 y 60 años? ¿Dónde están las noticias sobre los mayores de 80?”, pregunta. “Pareciera que solo existen algunas víctimas”.
Hablar, SI, pero con responsabilidad
“Hay que dejar atrás mitos antiguos, pero también evitar caer en nuevos mitos que simplifican una realidad compleja. No se trata solo de decir ‘pide ayuda’. Hay que construir redes que sepan sostener esa ayuda”
Cristina defiende hablar del suicidio. El silencio, dice, solo invisibiliza y perpetúa los errores. Pero hablar no basta: hay que hacerlo con profundidad, con responsabilidad, con formación. “Hay que dejar atrás mitos antiguos, pero también evitar caer en nuevos mitos que simplifican una realidad compleja. No se trata solo de decir ‘pide ayuda’. Hay que construir redes que sepan sostener esa ayuda”.
Una vida que encontró otro sentido
Aidatu, para Cristina, no solo es un proyecto. Es el sentido de seguir viva. “Me dio vértigo cambiar todo. Pero si algo he conseguido, si he ayudado a que una persona no pase por lo mismo, ya ha valido la pena”.
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