'Cartas desde la prisión'

(Dedico este artículo a Antonio Martínez Maldonado, que mantuvo viva la memoria de Eufrasio Martínez (Martinenc), militante comunista y periodista deportivo del diario republicano El Defensor de Granada).
Los sublevados no pudieron detener a Eufrasio, pero decidieron vengarse a través de su hermano y su esposa
“Querida esposa e hijo. En mi hora suprema me despido de vosotros y Dios os depare mejor destino que a mí y no desesperéis que mi hermano Zacarías y mis padres no os abandonarán, pues es lo único que les pido y a Dios sobre todo. Mandareis por mi cruz al devocionario y rosario y lo demás de mi uso. Tu esposo y padre, Pedro”. Es la carta que escribió Pedro Martínez desde la antigua prisión de Granada para despedirse de su familia, horas antes de ser fusilado en la tapia del cementerio de Granada. A Pedro no lo mataron por ser militante comunista, ni siquiera republicano. Es más, de su carta se desprende que era un devoto cristiano. Lo fusilaron por ser hermano de Eufrasio Martínez, “Martínenc”, destacado periodista deportivo de El Defensor de Granada y miembro del Partido Comunista, que escapó de la represión franquista por encontrarse en la Olimpiada Popular de Barcelona. Los sublevados no pudieron detener a Eufrasio, pero decidieron vengarse a través de su hermano y su esposa: Estela Comba López-Grande, detenida y violada en el convento de San Gregorio, convertido en prisión por los golpistas, y ejecutada, con un tiro en la nuca, en el Barranco de Víznar.
Otro alcalde granadino y vicerrector de la Universidad, José Palanco Romero, fue igualmente fusilado, junto a 17 presos más. Miguel Gómez Oliver nos dice que pusieron al grupo con las manos atadas por detrás y de cara a la tapia. A los traidores -decían los golpistas-, no se les fusila de frente sino por la espalda. ¡Qué ironía! Era precisamente el pelotón de fusilamiento el que había deshonrado el uniforme al quebrantar su juramento de fidelidad al orden constitucional de la República.
Si cruel era el fusilamiento, no lo era menos la espera en prisión, convertida en corredor de la muerte. Más de 2.000 presos permanecían hacinados en un recinto con capacidad para 400 y, a pesar de todo, tenían coraje y entereza para escribir la última carta de despedida. Así lo hizo también Luis Fajardo Fernández, otro alcalde fusilado: “A mi esposa, mis hijos y mis hermanos: Escribo estas líneas ante la perenne eventualidad de mi fusilamiento, de día en día más posible… Escribo hoy viernes 7 de agosto de 1936 y son las ocho de la noche. No sé lo que me sucederá esta noche…”.
Y el pediatra Rafael García-Duarte, que nos dice: “Carmen adorada e hijos de mi vida. Después de un día horrible de sufrimiento, nos traen a la cárcel y, sin una declaración ni una pregunta, ni consentirme que hable con nadie, nos comunican a la una y media de la mañana que nos van a matar a los 25, cobardemente… Miles de besos, muchos besos. Suerte. Arriba el espíritu. No decaer nunca, luchar”.
No menos escalofriante fue la carta que escribieron los presos políticos más significados, para condenar públicamente los bombardeos republicanos sobre la ciudad de Granada
No menos escalofriante fue la carta que escribieron los presos políticos más significados, para condenar públicamente los bombardeos republicanos sobre la ciudad de Granada: “Nuestro dolor ha llegado a su colmo cuando por la prensa de esta mañana nos hemos enterado del imperdonable atentado artístico que supone el bombardeo de la Alhambra, el más inapreciable tesoro de Granada, y de las víctimas producidas”. Los presos apelaban a la “caballerosidad de los militares españoles” para que no los fusilaran en represalia por los bombardeos, nos dice Ian Gibson en su libro La represión nacionalista en Granada en 1936 y la muerte de Federico García Lorca, editado por Ruedo Ibérico en 1971 y prohibido por la dictadura: “Un intento tan inútil como desesperado de ganarse la clemencia de los golpistas que, por supuesto, siguieron fusilando sin escrúpulos”.
Maestros y 'mediquillos' caen por docenas
Sobre el grado de fanatismo que alcanzaron los franquistas granadinos, disponemos de un testimonio espeluznante. Son las cartas escritas por el abogado golpista José María Bérriz, secretario de la familia Rodríguez-Acosta, que ha rescatado el investigador Titos Martínez. En estas cartas, Bérriz intenta justificar el desprecio a la vida y el odio visceral que sentían los sublevados hacia los defensores de la legalidad democrática. El secretario enviaba sus cartas a Estoril, en Portugal, lugar de veraneo de los Rodríguez Acosta, y en estas misivas infames demuestra que lo ocurrido en Granada fue una matanza fríamente planificada:
“Estamos en guerra civil y no se da cuartel -afirma Bérriz-, y cuando la piedad y misericordia hablan en nuestra alma, la calla el recuerdo de tantos crímenes y de tanto mal hecho por esa innoble y ruin idea que de hermanos nos ha convertido en enemigos”.
“El camino es vencer o morir matando granujas… El Ejército quiere extirpar la raíz de esa mala planta que se comía a España. Y creo que lo va a conseguir. Funcionan día y noche los Juzgados Militares y las penas son severísimas... Siguen los fusilamientos. Directivos de los sindicatos, dirigentes, maestros y mediquillos de pueblo caen por docenas. La ciudad animada…”.
José María Bérriz llama “granujas” al ingeniero Juan José de Santa Cruz, al presidente de la Diputación Virgilio Castilla, al abogado Enrique Marín Forero, a los sindicalistas Antonio Rus, José Alcántara y a Juan Bautista Roldán Manzano, al ex alcalde Vicente Almagro, al médico Saturnino Reyes, al alcalde Manuel Fernández Montesinos y a los concejales Juan Fernández Rosillo, Maximiliano Hernández y Juan Comino, que ya habían sido fusilados en la tapia. Pero semejante atrocidad no escandaliza al abogado golpista, que vuelve a escribir sin piedad ni remordimiento: “La cosecha no está nada mal para un solo mes de contienda”.
Muerte en la madrugada
Los golpistas sacaron de la cárcel a más de 2.000 presos, en los tristemente célebres camiones de la muerte, para fusilarlos. Hubo dos testigos de aquella represión brutal. El periodista Robert Neville, corresponsal del New York Herald Tribune, se alojaba aquel verano del 36 en el Hotel Washington Irving, justo por donde pasaban los camiones cargados de presos, camino del cementerio. Neville describe así lo que vio, desde la ventana de su hotel: “Desde abajo, parecía que todos los hombres en aquellos enormes camiones fuesen soldados, pero hoy los vimos desde arriba y observamos que en el centro de cada camión había un grupo de paisanos… Hoy los camiones subieron con aquellos paisanos, En cinco minutos oímos los disparos. A los cinco minutos, bajaron los camiones y, esta vez, no había paisanos. Aquellos soldados eran el pelotón y aquellos paisanos iban a ser fusilados”.
Muy valioso también, el testimonio de la escritora estadounidense Helen Nicholson, que simpatizaba con los golpistas, hasta que descubrió la barbarie que estaban cometiendo
Muy valioso también, el testimonio de la escritora estadounidense Helen Nicholson, que simpatizaba con los golpistas, hasta que descubrió la barbarie que estaban cometiendo. Nicholson nos dejó en su libro Muerte en la madrugada un testimonio desgarrador sobre aquella masacre: “Durante un tiempo se habían venido incrementando las ejecuciones a una velocidad que escandalizaba y disgustaba a todas las personas sensatas -nos dice Nicholson-. El portero del cementero, que tenía una humilde familia de 23 hijos, le suplicó a mi yerno que le encontrara algún lugar donde pudiera vivir su esposa y los doce hijos más jóvenes que tenia aún en casa. Su hogar, que tenía en las mismas puertas del cementerio, se había hecho insoportable para ellos. No podían evitar oír los disparos y a veces otros sonidos: los gritos y alaridos de los moribundos, que se habían convertido en la peor de las pesadillas”.
Por todo ello, hoy, 18 de julio, volveremos a concentrarnos en el Arco de Entrada de la Antigua Prisión de Granada, que conserva el escudo de la República, en un acto de reconocimiento a las víctimas de la represión y a la heroica resistencia antifranquista. El 19 de julio, estaremos en la Azucarera de Guadix para reivindicar que sea declarada como Lugar de Memoria Histórica, y el 20 de julio, subiremos de nuevo a la tapia del cementerio para rendir homenaje a quienes fueron vilmente asesinados en aquel muro de terror por defender la legalidad democrática de la República.